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Paola Maita
Paola Maita

Memorias de pseudoguerra

“Piensas como si estuvieses en guerra”, me dijo mi terapeuta. Apenas salieron estas palabras de su boca, mi mente dijo touché.

“¿Cómo que en guerra?”, le pregunté. A pesar que mi pensamiento parecía Robotina en cocaína, conectando mucho de lo que he dicho y hecho en las últimas semanas con este concepto, necesitaba que él me lo aclarase.

“Piensas como la gente que está en la guerra, que tienen que guardar todo porque se les va a acabar y no van a encontrar”, me respondió. La explicación no pudo haber sido más sencilla y acertada. En esa concisa frase se podían resumir todos mis pensamientos: no querer celebrar los próximos eventos importantes de mi vida porque “es mucho dinero”, temer que se gaste lo que tenemos en la despensa y no poder reponerlo aunque tengamos con qué comprarlo, y el pensar en cómo cada acción puede contribuir a que S. y yo podamos irnos pronto.

Nos miramos sabiendo que el problema de todo eso no es que sea exagerado, sino que se convierta en el único hilo de mis pensamientos y acciones.

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Leo la noticia sobre Ruperta, la elefante del zoológico de Caricuao que está desnutrida, un pobre animal separado de su familia que jamás pidió vivir en este país que se ha convertido en un infierno tropical. La foto donde se le ven las costillas no es más que el reflejo de esta pseudoguerra en la que se ha convertido la situación venezolana.

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Hace una semana, Venezuela entera estuvo convulsionada por las largas colas para poner gasolina. Jamás me enteré bien de la razón. Al final del día, son pocos los medios de comunicación confiables y conseguir la información veraz es engorroso. No sólo nos faltan la comida, el dinero, las medicinas y otros bienes; ahora también la gasolina, sin importar que seamos un país petrolero. Toda una paradoja lógica. Otro artículo que estuvo en la lista de “avísame donde sepas que haya”, que cuenta con más elementos que dedos de las manos y de los pies.

Por los momentos, las cosas se normalizaron, si es que así puede llamársele a quitar uno de los elementos del caos pero que queden los demás intactos.

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Hace unos 7 años intenté escribir una novela sobre una mujer llamada Miroslava que vivía en la guerra Croata-Bosnia de los años 90. Recuerdo haber abandonado la historia no por dificultad para comprender el conflicto, el cual me conocía en aquel momento con todos sus vericuetos, sino porque detestaba lo “sufrida” que se había vuelto la protagonista.

Pareciese que hay una especie de deidad literaria con tendencias budistas, porque aquí estoy, pagando lo que pareciese ser un karma literario. Después de haberme cansado de un personaje por su “sufrimiento”, lo único que soy capaz de producir son crónicas lastimeras sobre un país que se viene abajo, al mismo nivel del petróleo. Quisiera pensar que su destino no será tan negro como él, pero a estas alturas del partido poco es lo que soy capaz de predecir.

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S. se despierta con el sonido de las teclas. Intenta que me vaya a dormir. Ya es tarde, lo sé, pero como todos los lunes, trato de hacer rendir un poco más el día para poder sentarme a escribir. No sé si estas memorias se han colado en sus pesadillas o viceversa, sólo me queda claro que batallar se nos ha vuelto cotidiano en este país.

Es cierto que la vida continúa, pero en medio de un combate donde las armas y el poder los ostentan delincuentes y políticos sin escrúpulos, y una población atemorizada no encuentra nada mejor que hacer que salir a vivir a otro país o encerrarse en sus casas a agradecer el día que hemos sobrevivido y esperar poder vivir para contar el siguiente. Es muy confuso a lo que se le puede llamar vida.


Photo credit: Alejandro Alarcon

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