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Memoria y atención

Siempre he tenido una relación muy extraña con mi memoria, que, aún a mis 28 años, no he logrado descifrar del todo. Soy capaz de recordar cosas que bajo cierta óptica podrían parecer insignificantes, como el día que en 4º grado de educación básica me enseñaron la diferencia entre “el” y “él”, cuestión que he utilizado todos los días de mi vida; o la ropa que tenía puesta el día en el cual conocí a alguien. Al mismo tiempo, me cuesta mucho recordar cosas que tengo que hacer o cuestiones más cotidianas.

Cuando comencé a estudiar las psicopatologías, comprendí que mi problema no era de memoria, sino de atención. Bien puedo pasar 3 horas leyendo sin moverme, como puede que en medio de una conversación mueva alguna pierna o haga ruidos con las manos porque me cuesta estar tranquila en un momento dado. Todo depende de cuánto de mi interés logre captar lo que hago.

Pensando sobre esto, me he dado cuenta que he mantenido una falacia durante mucho tiempo. Siempre he acusado a las poblaciones de tener una memoria muy corta, en especial la venezolana, de la que siempre he dicho que “somos unos pendejos, por menos de esto ha caído un gobierno en otro país, ¿no te acuerdas de (cualquier hecho) que pasó la semana pasada?”; pero me he dado cuenta que quizás el problema de las masas de personas también radique en la atención.

Veo con preocupación que en mi entorno, los tan llamados ciudadanos de la aldea global, conectados 24/7 a la red, intercambiando correos, mensajes, fotos y vídeos, creemos que tenemos la situación dominada porque estamos al tanto de todo, pero, menos de nuestras propias vidas.

La gran mayoría de las personas que me rodean ha dejado de filosofar, de mantener largas conversaciones que no sean sobre el país. Su atención está tan centrada en lo que sucede afuera que no miran para adentro.

Comprendo que en una situación tan precaria e inestable como la que se vive en estos momentos en Venezuela, sea difícil tener una consciencia de lo que sucede adentro y que no hay muchos lugares del mundo, como Nueva York o Buenos Aires, en los cuales tener un analista es tan usual como un odontólogo o un pediatra; pero si no nos conocemos como individuos, veo difícil que nos podamos conocer como pueblos, al menos no con consciencia.

Más que predicar a favor de ir a terapia, porque en realidad eso es una decisión muy personal, la idea que quiero dejar clara hoy es esta: Centremos nuestra atención en nosotros antes de ver al mundo, para que podamos recordar quiénes somos y así poder construir mejores sociedades.

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