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Meditación sobre el tiempo (I)

De la reflexión existencial de nuestra relación con el Yo del Exhumanista, o sea, de aquel que exhuma de la muerte para dar la vida. Del ser al existir. ¿Obsesión de como el tiempo se halla y no se halla en la realidad?

 No sabemos cuál será el resultado de esta inicial intervención e inmediación. Podemos hablar y podemos hacer un ensayo sobre el Tiempo, pero también, y de la misma forma, observamos que no es nuestra intención dar menos de lo que nos han dado desde Platón y Aristóteles hasta Mallarmé o Levinas. Medimos lo que no es medible, intentamos medir lo inconmensurable, como intentamos saber de lo desconocido y de lo innombrable.

El abordamiento del Tiempo tendremos que hacerlo desde la tentativa de lo que, por el momento, no habrá de decir ni más ni menos. Deberá decir inclusive en el vacío del pensar y en la nada del decir. Esa es su trayectoria y su, a la vez, revelación de drama inexorable. Intentaremos hablar desde lo irresoluble y lo insoluble.

Nuestra primera reflexión ha de llevarnos por lo que hemos llamado el Exhumanista o Exhumador de las cosas. ¿Qué sentido tiene reflexionar sobre el Tiempo? ¿Cuál es la medida y cuál su dimensión? ¿Es femenino o es masculino? ¿Qué es lo que de Aion y/o de Cronos todavía nos inquieta y nos consume en la muerte de lo irrevocable? Nosotros insistimos en que deberá hablarse de lo No-Humano, para extraer de ello lo Humano Otro. Aún no sabemos qué es, no conocemos su forma y estructura, es como si realizáramos una tentativa de construir un nuevo Frankenstein o una nueva Eva. La Eva Futura de Villiers L’Isle de Adams. Llamamos eso tensión de lo ideal y de lo real.

Ya no hablamos aquí desde el Humanismo entonces, sino desde una “Otra” estructura y ella será una de las vías principales por medio de las cuales vehicularemos esta reflexión. De Dios y del Hombre se cree saber, cuando se les nombra y se les da un status de realidad, mas deberíamos dudar y de esa manera iniciar de nuevo. Ese iniciar de nuevo también se halla dominado e inmerso en la duda. Todo ha sido poseído por la exigencia de hallar lo nuevo, ni siquiera la ciencia ha huido de la ilusión que es lo nuevo.

Ese hecho que resultaría totalmente inadmisible y absurdo -¿ironía?- podría contribuir a expandir el territorio de la exploración misma. Y tendríamos una reflexión que no estaría abocada a decir lo que no puede decir. En este momento la obsesión más inminente y quizá más oscura para nosotros, es que todo tiene que decir algo y, si no dice nada, forzamos a que eso que vemos o sentimos hable, sea como sea. Todo tiene que hablar ¿Dónde queda entonces el silencio y donde el poder de la soledad? ¿Cómo hallar un camino cuando ya se conocen todos los caminos? ¿Cómo proponer de nuevo la contemplación como forma de conocimiento y de vía de ascesis? ¿De qué manera incitarnos a ensayar en lo indecible?. El pensar se ha resuelto entonces en el exceso de lo que es consumible y de allí que su contención, la condensación y la densidad que le es necesaria ya no lo es. He ahí pues nuestra Aporía, y en ella nos encontramos como esperando y pidiendo a un Dios para que nos libere de ella como a Dédalo lo liberó Ariadna.

 Pascal en sus “Reflexiones sobre la Geometría en General. Del espíritu geométrico y el arte de persuadir”, al hablar de aquello que es imposible e inútil definir” dice: “(…) El tiempo es de esta clase de cosas. ¿Quién podrá definirlo? ¿Y porque intentarlo puesto que todos los hombres comprenden que queremos decir al hablar de tiempo sin explicarlo más? (…) (1). Ya sabemos lo que dice y como lo dice, y nos los prueba. Necesitamos como dice Pascal, probarlo, cuando él ya por y en sí mismo lo ha probado. Desde allí nosotros podemos decir: “el Tiempo no habla y no prueba nada: es theatron”. Contempla y es contemplado. Esa es su naturaleza. Si ensayamos una reflexión sobre él deberá ser desde esa condición: la de contemplador. Decide su territorio nómada y sin un momento de descanso y tranquilidad. Eso que el experimentador o el ensayador busca por medio de la experiencia racional y de la experiencia instintiva. Entonces hará decir a aquello que llamamos y que nos hacen llamar tiempo cuando éste le hable. Bordeará lo decible y lo indecible. Y más que probar y ofrecer una coherencia forzada, no cesará de temblar en los abismos de un ofrendar en la espera. Un texto resultado de la espera: Penélope.


(1) PASCal, Blaise. Obras. Madrid. Ediciones Alfaguara, 2da edición, 1983. Pág. 282.

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