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Adrian Ferrero

María Negroni: traducir poetas norteamericanas

En 2007, la escritora argentina María Negroni publica una traducción en Argentina: un libro en edición bilingüe de una selección de poetas norteamericanas del siglo XX. Este gesto, naturalmente, no es inofensivo. Ni para el campo literario de su país, ni para la literatura universal. Muy en particular, naturalmente, para EE.UU. En virtud de que de modo inclusivo respeta el idioma de las autoras (a medias), también me permite trazar algunas hipótesis en relación con el eje sémico de la traducción como práctica de intervención y de la traducción literaria del inglés en este caso puntual en nuestro país. La Selección y el Prólogo corren por su cuenta. Quiero decir: se trata de un proyecto que integralmente consiste en una iniciativa que la involucra de modo total. Queda claro. Es una estrategia de autora.

Es sabido: toda traducción constituye una impostura, un ademán desesperado, utópico, brutal. Lograr encauzar en una lengua y una sintaxis una serie de textos escritos según otros códigos (porque no son solo lingüísticos) y parámetros culturales (sociales en particular para el presente caso). Se lo hace con el objeto de volcar esas construcciones semióticas en otras, en términos de nuevas circunstancias, según ciertas demandas significantes que, si bien responden a ese núcleo esencial de la dicción (en este caso estética), no desocultan una resistencia: la de la traslación, la de la deriva, la de la errancia. Por más que se trate de un traslado cuidadosamente transitado, ejercido de modo avezado e idóneo (como el presente caso), resulta innegable para la traducción ese costado tan vulnerable como intransferible. Y hasta infranqueable. No obstante, los humanos persistimos, obstinados, en esa práctica social de modo vano pero no inútil de transferir entidades, universos de sentido de modo converso de una a otra tribu persiguiendo, a través de un ritual codificado, la equivalencia imposible. Nos jactamos por unos pocos instantes de cierta prolijidad y hasta de un cierto punto de llegada exitoso. Pero ¿puede afirmarse semejante cosa con seriedad? ¿o constituye un imposible semántico?

Si la traducción se inviste de esos rasgos arriba apuntados, también porta el carácter de una intervención, teórica, crítica, poética, ideológica, si así se quiere, en un cosmos que atraviesa culturas, sociolectos, lectos de grupo, idiolectos estrictamente líricos (para el presente caso), desconfianzas, recelos, inquietantes preguntas que nos sumen en una serie de interrogantes a mi juicio de naturaleza irresoluble. En todo caso se trata de tentativas que quedan en suspenso.

Esta se trata de una intervención que tiene en el caso de la Argentina antecedentes ilustres tanto de precursores como precursoras, con iniciativas excepcionales. Conocidas son, para remitirnos exclusivamente, al ámbito de la cultura literaria de EE.UU., la Historia de la Literatura norteamericana de Jorge Luis Borges, en el campo de los estudios literarios, pero para la realización de los cuales hace falta la destreza previa de la traducción. Porque si bien Borges es bilingüe y participa de “los dos linajes” a los que hace referencia Ricardo Piglia, no menos cierto es que reside en Argentina y él está inmerso en una cultura que no es la misma de la que han nacido esos textos literarios. Se trata, en todo caso, de una reconfiguración cultural. Por otro lado, podemos mencionar la traducción de 596 poemas por sobre la totalidad de 1775 los Poemas completos de Emily Dickinson por parte de Silvina Ocampo (selección y traducción de la autora argentina; prólogo de Jorge Luis Borgesl, luego retirado en ediciones posteriores) a la que habría que sumar la publicación de la Antología de poesía norteamericana que para Ediciones Fausto realizara el docente y traductor cordobés Enrique L. Revol, inclusiva de poetas norteamericanos en edición también bilingüe. En dicha casa Editorial también se dieron a conocer en ediciones de libros bilingües en versión completa, de autores norteamericanos en particular, como Edgar Lee Masters, la Antología de Spoon River, por citar un caso. Y recordemos en el Centro Editor de América Latina los fascículos con poemas de William Carlos Williams, el mencionado Edgar Lee Masters, Marianne Moore, entre otros, en traducción de los poetas argentinos Mirta Rosemberg y Daniel Freidemberg, con sendos estudios preliminares y biobibliografías. La poeta Diana Bellessi publica en 1984 el libro Contéstame, baila mi danza. 13 poetas norteamericanas (1984). Asimismo podríamos sumar a este inventario que enumero de manera desordenada, no cronológica, desde la crítica académica trabajos magistrales del docente e investigador de la Universidad de Buenos de la cátedra de Literatura inglesa y norteamericana Jaime Rest sobre un asunto o problema cuya distancia tanto lingüística cuanto insalvable tendían puentes y potenciaban innovaciones, cartografiaban un hilo que se proponía ir más allá de los muros entre dos lenguas.

No podríamos omitir de esta lista a otro tipo de intervenciones en un sentido muy diferente: las de Ricardo Piglia, en especial en el territorio de la narrativa ficcional. Este punto parecerá improcedente en el marco de un análisis del estudio de una traducción de lírica estadounidense del siglo XX. Sin embargo, a mi juicio no lo es. La introducción vigorosa de una cultura literaria en el seno de otra, así lo sea bajo la forma de otras manifestaciones de la cultura literaria, dejan a las claras un interés de un conjunto de productores culturales de una misma nación y contemporáneos por reconocer en ese foco del corpus nacional una producción atendible bajo sus diversos emergentes. El policial negro (del cual dirigió numerosas colecciones, al igual que Borges y Bioy Casares en el terreno de la narrativa policial de enigma sobre todo en lengua inglesa), los narradores como Ernest Hermingway y William Faulkner, cuyas poéticas estudió lúcidamente. Radicalizó el trabajo crítico en torno de estas poéticas en particular en el caso de Heminway construyendo una imagen de autor, en términos de María Teresa Gramuglio. Por el otro, analizó con maestría las estrategias y técnicas formales que en Faulkner resultan mucho más exacerbadas que un Heminway que trabaja el cuento (sobre todo) con estrategias según recursos menos teatrales y desde el understatement. Y en lo relativo a la novela negra, hará hincapié en la compleja trama entre capitalismo, crimen, delito y ficción, pero también vida, entrega, sacerdocio y lucidez crítica que en el marco de un teórico/crítico que además ejerce la ficción ponen en diálogo una poética con una cultura o más de una en contigüidad. Pero si se concentra en la norteamericana la detección en ella de focos inquietantes o polos productores de preguntas no admiten negación. Tanto Negroni (quien residió en EE.UU., en NY, enseñando en el Sarah Lawrence College), como Piglia (quien también lo hizo en la University of Princeton) se vieron inmersos en esa lengua y en su sociocultura por dentro la cual hago ingresar naturalmente la cultura literaria de este país del Norte. Ambos conocieron la sociedad norteamericana a fondo y como una tenaza cada uno de ellos cumplió el rol de filo. Ambos estuvieron al tanto, por otra parte, de sus referentes más nítidos y de sus tramas culturales, sus conflictos (abundantes en el orden intercultural).

Negroni se retira de la arena política a medias, a regañadientes, se disimula como el último soldado detrás de una falange. Simula con astucias hacerlo. Recortando un corpus de poetas mujeres (este punto debe anotarse como sintomático), articula discursos de poéticas desafiantes del statu quo cultural, traza mapas genealógicos que facultan la contaminación y el contagio, cuya mediación logra no solo merced a una intervención selectiva sino a rasgos inherentes a este conjunto heterogéneo de poetas cuya opción es por cierto de naturaleza arbitraria. Ello encubre de modo evidente un interés de intervención ideológico. Entre algunas de estas estéticas, reúne en un lazo un plural pero coral conjunto de voces inconformistas en el seno del establishment norteamericano, pero también que atentan contra la medianía y el sentido común del orden mundial. De modo que estas poetas no resultan desafiantes únicamente a los ojos de sus conciudadanos y conciudadanas más conservadores. Al tiempo que dibuja y contornea esas figuras, diseña una constelación según la cual lo antologado vale tanto como lo omitido. Lo visible como el hilo invisible de ese tejido de textos e intertextos que reenvían recíprocamente a un libro virtual y virtuoso no de las virtudes teologales sino al estilo de un álbum familiar en el que se libra un combate por la legitimidad cultural (y por lo tanto por un poder) en el seno del campo cultural. Se libra un combate por la voz. Por quién detenta la voz más poderosa desde el género. El afán y el énfasis polémicos de confrontar este corpus con la tradición fuertemente patriarcal de la poesía en general y de la poesía anglosajona en particular (en donde en el caso inglés ellos se muestra particularmente poderoso) es destacable y hasta innegable, la puesta en juego de un instinto de supervivencia en un universo de letras viriles que conquistaron un Olimpo consagrado. Ahora bien: resulta evidente que Negroni considera imprescindible proseguir con la contienda en la arena insurreccional.

El libro, que consta, como dije, de un Prólogo donde la autora asimila las poéticas a sus propios gestos insurgentes, atribuyéndose una suerte de responsabilidad colectiva de voces bajo las cuales siente una empatía ineludible, tan cómoda como incómoda, tan idílica como rival (o, al menos eso deja trasuntar, en virtud de que toda solidaridad en un punto es también competencia, en este caso lírica, por la legitimidad cultural). Hay hermandad, es cierto. Pero también hay disputa, en un sentido muy distinto, porque los espacios de escritura deben ser liderados por una persona singular. De hecho el gesto mismo de armar una antología bilingüe en Argentina también la posiciona respecto del resto de las poetas argentinas. Y de los poetas varones de ese mismo país en otro sentido. También en el mencionado Prólogo contextualiza la publicación en el marco de una serie de encuentros con una poeta norteamericana con quien había concebido la idea de una antología bilingüe con poetas de América Latina y EE.UU., en traducciones supervisadas y antologadas por ambas. Escribe Negroni, a propósito de otro de sus trabajos, autocitándose a partir de su libro, Ciudad gótica (1994), en este caso: “Mis disquisiciones son autorretratos. En cada una de las poetas elegidas, creí ver dilemas compartidos, insubordinaciones y miedos conocidos y, a partir de ese postulado, insuficiente y seguramente erróneo, no vacilé en proponer teorías y explicaciones que acaso yo sola necesite. Rescato, sin embargo, esos textos por lo que tienen de celebración: en ellos elijo una genealogía” (p. 7). Ciudad gótica, entonces, debe ser leído como un díptico en conjunción con la presente antología. Su antesala. Su laboratorio ideológico, en el cual se confrontar ideologías, se asiste a espectáculos, se venera ciertas voces y se manifiestan rechazos. Y en lo relativo al libro de las poetas, se encuentra allí como en un espejo tanto el desamparo como la protección que confieren poéticas más consagradas, que han atravesado por emociones parecidas, pero que no responden a un mismo universo significante. La lengua literaria de Negroni, su formación literaria, proviene de una educación que no es la misma. De hecho su tesis doctoral en Columbia University (Nueva York), durante su primera estancia cultural en EE.UU. será sobre Alejandra Pizarnik. Es posible allí leer ya la la marca de una disidencia pero sobre todo una lectura de la lírica mundial más revulsiva desde una perspectiva específicamente argentina (más que continental). Esta poeta será su otro amparo que desde EE.UU. la mantendrá desde el universo de su sistema de lecturas, de citas y su trabajo crítico en una relación con su país que la pone en una situación cómoda por solidaridad. Incómoda porque atraviesa por los mismos o parecidos conflictos que Pizarnik, no en un sentido biográfico pero sí seguramente en lo relativo a su concepción del orden de las poéticas hegemónicas y del orden patriarcal por dentro del cual la voz de Pizarnik tuvo cosas para responder a ella.

Que se trate de un volumen bilingüe torna más compleja y más rica en matices la lectura a quien conoce al menos sumariamente el idioma inglés, en virtud de que ese atributo vuelve pasible evaluar a Negroni ya no como traductora sino como “reescritora” de una ficción idiolectal, como figura tutelar que elige, se esconde furtiva o abiertamente por detrás de giros, de léxicos o una gramática singular, de alusiones o negaciones, tartamudeos y desencuentros. Se trata, entonces, de un viaje por la noche, o hacia la noche de la lengua: su envés, su trasvasamiento más interno, su núcleo más primordial y menos socorrido. Recomponer cadencias, procurar remedar significados sociales y privados, frases cuya construcción responden a la lógica del cliché o a la frase hecha parodiada. Manipular un léxico, una morfosintaxis, equivalentes pero distantes y distintas, sitúan al traductor o la traductora ante intervenciones dilemáticas en ocasiones irresolubles o conflictivas (y esos conflictos la afectan a ella emotivamente, en su subjetividad, la tornan un sujeto femenino inestable, en otro sentido), cuya delimitación da por resultado lo inquietante o, más aún, la inocultable culpa de no haber dado con le mot juste. Y también por supuesto definen las notas de un oficio que es todo menos uno definido por las certezas. El trabajo de la traducción sumirá seguramente a Negroni en la consternación, la fragilidad frente a un trabajo que considera los borradores que no alcanzan a ser el arquetipo que ella esperaba como texto ideal.

Evaluar a una poeta como traductora no resulta aleccionador sino más bien radicaliza su propia poética porque la sitúa en contigüidad con la lengua ajena y con la familiaridad que mantiene con la propia. Inclusa y reclusa de la lengua, de las lenguas (de ambas) como todo hacedor de lengua, cautiva y libremente capaz de deambular entre signos, el traducir es sin embargo solo aparentemente una actividad más libre que la escritura. Supone un gesto de aún mayor rigor, exigencia y responsabilidad. También de esclavitud. Un traductor se torna alguien dependiente de ese texto que está traduciendo, una suerte de seudópodo de su plasma significante. Hacerse cargo de la palabra ajena en una lengua ajena de la cual es hurtada, es ya una operación clandestina. Negroni, en efecto, procede a este tráfico de palabras bajo la forma de la adopción de un apoderamiento de tonos y timbres, de una sintaxis y formas poemáticas que definen poéticas en su vertiente más radical. Naturalmente los lectores y lectoras disponemos de un corpus muy exiguo de una bibliografía riquísima, amplia, que reconoce seguramente otras etapas y que Negroni recorta hasta formar la figura en el tapiz. La que ella ha encontrado y quiera instalar en el campo cultural argentino y universal.

El libro se clausura (o prosigue, incitante) con las correspondientes noticias biobibliográficas de las autoras en cuestión, exhaustivas, iluminadoras y minuciosas por lo instructivas, que señalizan itinerarios, fechas, traducciones, colecciones, recopilaciones y antologías anteriores bilingües o no posteriores o contemporáneas. Si el “género en cuestión” es un asunto que ha devenido un problema capital de la agenda académica y cívica, en la industria editorial, los media tanto como en la vida de las instituciones educativas, esta antología no disimula una gestualidad insurgente y hasta militante en un sentido incluso más sofisticado y más dúctil. Tras la verbosidad y la cadencia extensa de Adrienne Rich, los extravagantes bestiarios que subvierten apariencias y trastruecan identidades de Marianne Moore, tras los intertextos y el universo que exhorta a que los gineceos helénicos alcen sus voces otrora silenciadas de H.D., entre otros mecanismos y máquinas literarias, yacen latentes tanto para un lector norteamericano como para uno familiarizado con la poesía norteamericana, la bibliografía especulativa y la militancia cívica sobre los derechos de las mujeres y la minorías sexuales inspiradas como fermento por algunas de estas mujeres escritoras que tantos combates han librado y cuyas conquistas son más irrealizables por entonces que ahora, si leemos contextualmente el libro, sin anacronismos, lo que tampoco resulta tan sencillo. Otras poetas también presentes en esta antología son, arbitrariamente enumeradas, Anne Sexton, Sylvia Plath, Elizabeth Bishop, Louise Glück, Lorine Niedecker, Susan Howe…Louis Glück precisamente ganadora este año de Premio Nobel de literatura, viene a confirmar mediante un gesto hiperbólico la belicosa fortaleza triunfal.

Pero también estos poemas, son a la vez, como todo poema, relámpago y trueno por su sonoridad y su capacidad lúcida. Una iluminación inspirada y un grito, traducidos por Negroni que aguzan una cruel ironía urdida en idiolectos coloquiales, muy lejos de la farragosa y por momentos tediosa poesía británica, poco proclive al habla cotidiana, prisionera de la historia de su ostentosa lengua literaria, que arrastra el pesado cuerpo de una tradición y su historia inmemorial. Se trata de una literatura plagada de firmas prestigiosas, de títulos importantes, de modales, de narcisismo, de amor propio y de una institucionalización de su propio discurso de naturaleza canónica, ya inscripta en sus sagas. En este sentido las poetas norteamericanas, si bien reconocen y esbozan familias que las anudan a tradiciones selectivas, las empujan a la génesis de una invención de tradiciones, en términos de Raymond Williams, también se lanzan en dirección de procesos creativos más libertarios, sin los obligatorios protocolos positivos o negativos ante colegas que las han precedido, que no son tantos, menos aún mujeres. ¿La figura tutelar de Emily Dickinson quizás, como un paradigma casto, recoleto, pero cuya rebelión resulta imposible sustraer a una contemplación de conjunto del campo literario norteamericano? Dickinson en Nueva Inglaterra fue una de las pocas voces femeninas que en el siglo XIX tuvo una voz singularmente definitiva. Una voz inicial. Negroni por cierto regresará a Dickinson desde la traducción y desde la reescritura de su imagen de autora pero también a través de intertextos tanto implícitos como explícitos.

De la inmediatez a lo efímero, de la efusividad al laconismo, de la objetividad a la exuberancia, del grito al silenciamiento producto de la internalización de la violencia, lidian con sus propios fantasmas, no solo privados sino públicos. Articulan una suerte de cantar ilustrado pero que desafía el ademán épico, la pluma segura, firme e implacable del varón. Estas damas de letras, escribiendo y lanzando sus exorcismos a través de sintaxis heterogéneas están hermanadas por zonas de convergencia, divergencia y emergencia que vuelven visibles de modo crónico el contorno de una cosmogonía cuya génesis no disimula su carácter de protesta tanto como de arte puntilloso y atento a no subsumir la escritura creativa a panfleto, pero sin cesar al mismo tiempo con sus reclamaciones. Eso sí, son lo suficiente sabias y profesionales como para no ser declamatorias.

Los títulos son zonas de especial condensación de sentidos. “La pasión del exilio”, con el citado subtítulo, no hace sino ratificar el costado migrante y disidente, persecutorio o acaso paranoico que algunos de estos textos portan, tanto implícita como explícitamente. Pero es también ese apasionamiento el que pulsa la escritura, la empuja de un modo plagado de inminencias hacia un futuro y un pathos que atraviesa y punza como un puñal, una daga o una aguja peligrosa que sin embargo hacen astillas el universo de lo doméstico. Hay también una expatriación literal que es la de Negroni habitando una ciudad maravillosa y atroz como Nueva York durante los años ochenta. Allí sería testigo de experiencias trascendentes, como creo haberlo dejado en claro, para concebir y plasmar una poética de desarrollo portentoso proyectándose hasta nuestros días.

El poliglotismo, su erudición en particular sobre cierta línea de la cultura literaria norteamericana y europea, su capacidad plástica para pasar del ensayo a la prosa lírica y la novela, de la lírica a al periodismo cultural, a la aceptación académica, como compiladora y prologuista de otros y otras poetas, como editora, directora de revistas de poética y poesía, la torna una figura munida de saberes, dones y una ductilidad de naturaleza infrecuente. Los atributos saltan a la vista. Pero los conflictos culturales perduran. Y hasta tal vez cuanto más poderosa es la resistencia más se ensaña el adversario contra la figura eventualmente temida o envidiada. Cuanto más amenazado se siente el orden patriarcal más brutal es su respuesta, no solo cultural. Arrincona a quien, de modo resistente, desafiante, lo enfrenta. De modo encarnizado, el patriarcado puede no precisamente cortejarla como un amante conquistado sino como un varón intolerante ante el riesgo de ser humillado.

Cada traducción de María Negroni actualiza un resabio que el pasado o el presente han dejado vacante, han omitido o silenciado, y las practica de modo magistral. “Son” arte, no solo la mediación entre un objeto estético y su equivalente en nuestro idioma. Son formas de escribir ese largo, inaudito, extenso y combativo poema que no cesa, que no cesará, por lo visto, dadas las circunstancias que cursamos cotidianamente. También en la arena literaria.

Se trata de encender o, en todo caso, alimentar esa antorcha que ignoro si conduce a una senda o a un extravío, pero otorga sentidos múltiples a un mundo unívoco y monológico, que aparentemente no admite en su diseño y en su arquitectura absolutista la disonancia en este caso particular, de poéticas y de géneros. La batalla por el poder de decir, en palabras de la académica Jean Franco, viene teniendo lugar desde tiempos inmemoriales. Ella cita a Sor Juana Inés de la Cruz. Negroni elige otras ancestras. Pero replica a esa violencia que pretende silenciar desde su particular lugar, tomando la voz pero al mismo tiempo encubriéndose por detrás de un conjunto de aliadas que la respaldan, contienden a la par de ella probablemente contra los mismos fantasmas. El panorama de conjunto resulta alentador. No está sola. Y no está a solas. Eso serena los nervios frente al peligro y frente a la controversia. Pero sobre todo, pone en evidencia un problema que atañe al género, y a los géneros literarios. Las voces, entonces, resisten y al mismo tiempo se lanzan, vigorosas, a una justa en la que están adiestradas: saben usar las palabras. Solo falta hacerse escuchar. Disponer de autoridad, en todo caso. Las fuerzas son dispares. Pero también los silencios en la tradición tienen espacios que requieren ser cubiertos. A ello se abocan estas voces. Y esta antología, tras la cual se encubre la voz de una argentina que combate en el territorio de dos lenguas. Combate a un único enemigo. El mismo que sus antologadas.

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