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Keila Vall

María Ángeles Octavio y Keila Vall presentan sus libros

NUEVA YORK: Dos libros, dos escritoras, una misma editorial. María Ángeles Octavio y Keila Vall presentan, en la librería McNally Jackson, sus libros Excesos de equipaje y Ana no duerme y otros cuentos, publicados por Sudaquia Editores.

Las acompañarán, para la presentación, Miguel Gomes y Adalber Salas.

Exceso de equipaje, colección de relatos de la periodista y editora venezolana María Ángeles Octavio, es una guía de caminos sin retorno: una mujer viaja con sobrepeso, sólo que al abrir sus maletas los vigilantes descubren que el mayor peso es el vacío. Estas trampas sin fondo son la ironía fantástica que sorprende en estos cuentos de agonía urbana y rebeldía metódica. El hueco del ascensor, en otro relato, alegoriza la conciencia segada: el cuerpo cae como la autoconciencia ciega. En estas pérdidas, las inversiones paródicas predominan: la mujer moderna (libre) es la más tradicional (sierva) porque la pareja prolonga la adolescencia del desapego. Si la conciencia es un hoyo negro y la experiencia una valija vacía, el equipaje un exceso de nada. Su sociedad le asigna ese viaje sin futuro en la ciudad sin moral adulta. Por eso, la traductora atacada y devorada sabe que es carne del matadero, y que el canibalismo diario es intraducible. En mujer de “Madriguera” rinde su cuerpo destazado al carnívoro. Y otra mujer, no menos asaltada, le da una cita al ladrón para que la robe con provecho. El hiperrealismo de este libro es de horror certero y valor cierto.

Octavio Vinces comenta: «Con Exceso de equipaje, su primera entrega editorial, María Angeles Octavio se nos revela como una narradora esencialmente peligrosa”.

Sobre Ana no duerme y otros cuentos de la escritora venezolana Keila Vall, muchas y todas muy positivas han sido las críticas. Entre ellas, Alberto Barrera Tyszka escribió: «Keila Vall tiene una voz muy particular. Es minuciosa y vehemente. Su escritura demuestra que organizar la memoria es una forma de administrar la desesperación. Todos los cuentos de Ana no duerme y otros cuentos confirman su talento y su extraordinaria capacidad de transformar el mundo exterior en una intimidad».

Adalber Salas: «estos cuentos son como balas perdidas, que vienen de un pasado que se ignora y que se encaminan a un futuro incierto. Son trozos de tiempo. Y en ellos, una y otra vez, una suerte de angustia por rescatar algo: un gesto, un nombre, una migaja. Así «Bangalore», «Fragmentos de la primera infancia», «Des-instalación», o «Una inolvidable». Ficciones, claro está, y a la vez memorias. En palabras de Keila Vall, «Recuerdos imposibles». De hecho, por momentos el libro entero se me antoja un esfuerzo por salvar memorias de lo que nunca fue… Y el viaje. Casi todos sus personajes viajan, vienen de un lugar y van a otro, o sencillamente permanecen en un sitio al que no pertenecen. Ana, por ejemplo, es una expatriada: el insomnio es una forma de exilio. Eugenia también, con su doble vida onírica, pertenece y no pertenece. De hecho, estimo que el viaje y el tiempo son lo mismo. Los viajes se hacen metáfora del tiempo y el tiempo metáfora de los viajes. Y todo hecho pedazos. (Aunque esto no venga a significar desesperanza; es más, el acto mismo de reunir memorias ficticias delata que hay qué salvar, o lo que es lo mismo, algún tipo de esperanza)… En efecto, el ser humano no ha hallado un medio más contundente de contravenir los días que su palabra, esa íntima cosmogonía que le llena la sangre de pájaros, ese saberse origen por un instante y por ello eximido del transcurrir del tiempo.

Togliatti Tahití Toro de Jiménez Duelo y melancolía. 15 años de la cuentística venezolana. 10 mujeres escritoras 1993.2008. Toro de Jiménez, Togliatty Tahiti Editorial Académica Española 2013 así comenta el trabajo de esta joven autora: «Keila Vall integra una “larga lista de mujeres que se convierten en figuras rupturales que desafían el orden convencional provocando de esta manera un sub-texto que se inserta dentro de la constitución del discurso público masculino”  y  Valmore Muñoz Arteaga en “Retablo de nuevas narradoras venezolanas” comenta: «Las historias de Keila Vall son poemas narrativos sutiles, que se desgajan en la boca al leerlos en voz alta. Leerlos es sentir, como en Ana no Duerme, que la lluvia cae en el rostro, pero de tan frágil manera que da dolor cubrirse y uno lo que desea es dejarse bañar por las palabras.

Las palabras parece abordarlas luego de una larga meditación, se puede tocar en ellas el deseo de trascendencia, e convicción metafísica tras la mesura de profundas observaciones. Su voz cautelosa entra en el lector para poblarlo y cuestionar la naturaleza del propio Yo… Una narrativa con identidad propia y que cabe, sin necesidad de ruborizarse, dentro de la gran literatura latinoamericana.

Héctor Torres Palabras del Buscón escribe «De temperamento introspectivo y minuciosamente analítico, Keila Vall tiene muchas cosas que contar, y las cuenta sin vacilación. En los 11 relatos de Ana no duerme se puede percibir esto, y aunque en ellos no son infrecuentes los finales abiertos, expandidos, se debe a que en ese punto en que las historias formalmente terminan, para ella está alcanzando una encrucijada de posibilidades. En ellos, la sola idea de sugerir un punto final, sería como negar la infinita cadena de efectos de cada acto.

Las historias de Ana no duerme están solidamente tramadas. Suelen dejar imágenes muy persistentes en la mente del espectador. De hecho, son las imágenes visuales las macizas columnas que van encadenando las escenas de los cuentos, como si se leyeran a través de una secuencia de fotogramas. Y allí radica una de sus habilidades: saber escoger y trabajar las imágenes que hilan las tramas (y sus disgresiones), que convierten al lector en espectador de la historia que lee. A esas imágenes contundentes hay que agregarle una afinada visión sobre el alma de los personajes, sobre sus rasgos fundamentales, sus tragedias, que los hace totalmente creíbles. Para ello se vale, además de la buena vista, de un uso muy hábil de los silencios y de los tiempos.

Y es el tiempo, precisamente, el hilo conductor de estos relatos. El tiempo como un carcelero que aprisiona en una sucesión interminable de situaciones, pero también como el sustento de esa cadena de acciones que hacen posible la vida, que sostienen el recuerdo y que permite que lo que nos rodea siga ahí, que no desaparezca de pronto.

Esa mirada fotográfica de Keila, eso de asumir con igual pasión la fotografía y la narrativa, asoma su divisa en la aseveración de ese personaje suyo que plantea que “no cualquiera entiende que estar concentrado no es lo mismo que ír distraído, y mucho menos está al tanto de las numerosas oportunidades que brinda el día, a ella al menos, para concentrarse”. Ese es el caso de Keila, que va por la vida buscando historias con su ojo de fotógrafa, y buscando fotos con su vena de narradora.

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