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Maneras subterraneas

Gente que vive en Londres se queja de que en el underground o el tube, como se le dice al metro, nadie se mira. De que el esfuerzo fundamental que hace la gente que viaja en metro, está puesto en no cruzarse la mirada con ningún otro pasajero. Sin embargo, las veces que he estado en Londres me llevo la impresión de que la gente va de lo mas contenta en el metro. Mucho mas que en París, donde la gente te escruta sin mirarte, con la mala cara de todos los días a toda hora por cualquier razón como si fuera normal ofrecerle a los demás tu peor rostro en actitud de juzgarlos desde tus miserias.

Hay quien explica el buen humor en el metro de Londres por el hecho de que en esos vagones sólo viaja la gente que tiene con qué. Es muy costoso el servicio y los que sobreviven con malos salarios o poco empleo, que son los que mas lejos viven, para completar van en autobús, lo que significa que pasan la vida transportándose, porque Londres se extiende por kilómetros y kilómetros a la redonda.

En reciente artículo donde The Guardian habla acerca del transporte al trabajo, no se menciona a todos esos que se mueven en autobús, los invisibles de Londres, hijos de inmigrantes, ingleses de otro color, que poco se ven en el centro aunque no son pocos. Sólo hablan del metro que se llena de gente blanca. Eso me trae a la memoria los locales saqueados y carros en llamas en Tottenham… pienso también en Bobigny, en la periferia noreste de París… pero eso es harina de otro costal, ¿verdad? Estábamos hablando del metro, que no desciende tan bajo como para llegar a los barrios pobres en la periferia de las grandes ciudades donde hace de las suyas la injusticia de la desigualdad social. La actitud de la gente en el metro es el tema, no la desigualdad, ¿qué importa que tal vez sea justamente la desigualdad lo que puede acabar con el mundo, llegada al punto antes que la mismísima crisis ambiental?

Resulta que viajar en metro representa un 14% del salario anual, irrita considerablemente los nervios y en general socava el buen humor y la tolerancia. Verte rodeada de esclavos asalariados de alguna manera te devuelve la imagen de lo que eres montada a la misma hora en el mismo vagón, pues son reflejo de tu propia resignación, al son de la música que se escapa de sus audífonos, tan cerca como para leer sus mensajes de texto y saber de sus olores…  recuerdo que cuando estaba embarazada y tomaba el subway de NYC, me tenía que cambiar constantemente de asiento, porque desarrollé una especial sensibilidad para oler la saliva de las personas… todo un universo, lleno de particularidades que no quiero recordar…

De acuerdo con un estudio reciente, se calcula que el viaje diario consume más de 18 meses de la vida de cualquier asalariado, con una media de 13.870 horas que pasan para ir y volver del trabajo, justamente para ir y volver del lugar que le paga el dinero que necesita en para ir y volver. Y no es invento de Beckett ni Pirandello… 

Según la revista Time, el viaje promedio de los estadounidenses al trabajo es 25,5 minutos en cada sentido, eso es cerca de 51 minutos al día para ir y volver del trabajo, 204 horas al año. Trasladarse más de 10 millas en cada dirección se asocia con un mayor nivel de azúcar, (The American Journal of Preventive Medicine). Los niveles de glucosa en la sangre pueden conducir a la diabetes. Sube también el colesterol entre los viajeros. Aumenta el riesgo de depresión, la tendencia a la ansiedad y el aislamiento social.

El informe de la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido asegura que las personas que se desplazan más de media hora para trabajar tienen mayores niveles de estrés y ansiedad que las personas con trayectos más cortos o los que no conmutan todos los días.

The Guardian propone mirar esta realidad cuyos números no son nada alentadores, del otro lado de la moneda: el commuting es el tiempo libre del día. ¿Te imaginas todo lo que puedes leer en 13.780 horas? Leer, sí, actividad también conocida como algo que hacer cuando no hay Wi-Fi. Pero, en el caso de NYC, si tienes Verizon en lugar de T-Mobile y sigues conectado durante el viaje, puedes dedicarte si no, a refrescar twiter, instagram, facebook, tinder, emails… También podrías enamorarte, o jugar a que te enamoras, y seguramente el viaje se te hará mas corto, entre miradas furtivas, sonrisas contenidas y roces involuntarios. En Londres podrías darte el lujo de no saludar a tu jefe, porque en el metro nadie se ve. Ambos saben que están en el mismo vagón y ambos fingen que no. Se vale, es parte del manual de conducta. Y en París es fácil compararte a los demás y salir bien parada si aprendes esa manera de mirar sin rebajarte a mirar a los demás que es la norma, y así no te dejas afectar por el juicio que los demás hacen de ti en semejante ejercicio.

A pesar de que ahora más que nunca hay mucha gente que trabaja en su casa, ¡13,9%!, y muchos otros usan la bicicleta, los metros de las grandes ciudades a las horas pico te permiten descender al infierno, toda vez expuesta a la convivencia muy cercana con gente que va fastidiada o viene cansada de hacer algo que no quiere hacer y entran en el vagón aunque no quepan. Pero hay que tomar en cuenta que los que trabajan desde el hogar y no commutan, tampoco es que son mas felices o están mas cómodos, no se concentran mejor ni tampoco tienen menos ansiedad que los que tienen que viajar en metro al trabajo. Muchos de los que se quedan en sus casas no se quitan la pijama ni se peinan en todo el día y terminan padeciendo ese destierro involuntario cual ostracismo griego –sólo que en la Antigua Grecia era castigo destinado sólo a políticos por erradicar la tiranía-, que te va disminuyendo tus capacidades de relacionarte con los otros. De manera que visto desde ese ángulo, el viaje en metro también tiene su lado positivo pues te ofrece la oportunidad de abandonar el lugar donde comes, vas al baño, lavas, limpias y duermes, cinco días a la semana, y por consiguiente interactuar con otros que no son nada tuyo, ejercitándote en tu ser social.

Digamos que todas estas reflexiones sirven no sólo para el metro de Londres, sino para el de París, Berlín, NYC… pero no para el metro de Caracas. En el metro de Caracas son muchos los que hablan a un volumen que no permite secretos, se oye música con frecuencia y no es show, la gente se mira con descaro y comparten mas de un chiste entre desconocidos, si te critican se nota y se desvanece la intención rápidamente, y si te pones los zarcillitos que te regaló tu abuela cuando eras niña y tomas el metro en Caracas, puedes salir con las orejas sangrando, porque te los arrancan sin piedad y delante de todos los que viajan contigo, que entonces se quedan callados y siguen su camino como si nada… entre ellos, el nuevo dueño ilegítimo de tus zarcillos.

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Lucía López Vázquez
Lucía López Vázquez
8 years ago

En Toronto, cuando vivía a una hora (de transporte público) de mi laboratorio/universidad, ciertamente leía mucho más, tanto literatura como papers científicos. Sin embargo, por más que disfruto mis libros (no los papers, jaja), soy mucho más feliz desde que vivo a 15 minutos caminando (la mitad en bici). No niego que otros factores afecten (como vivir en downtown vs. suburbios), y entiendo un poco el punto de The Guardian, pero por más bien mantenido que esté el metro, por más cordial que sea la gente, creo que el mismo commute día tras día nunca puede ser agradable. Y, antes… Seguir leyendo »

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