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editorial nicargua venezuela abril
Photo Credits: Jorge Mejía peralta ©

Los tristes aniversarios de abril

Abril es un mes que trae malos recuerdos a dos países dominados por gobiernos que emplean la fuerza para sofocar la democracia: Venezuela y Nicaragua. 

En abril de 2017 empezaron las protestas estudiantiles en Venezuela y en abril de 2018 las de los jóvenes en Nicaragua. En ambos casos los gobiernos han reaccionado con una violencia desproporcionada dejando una estela de muertos, heridos y prisioneros políticos sistemáticamente torturados física y psicológicamente. En ambos casos los colectivos pro-gobierno, armados, sembraron pánico y dolorEn ambos casos los gobiernos se mantuvieron firmes en el poder a pesar del rechazo internacional, de los informes de los organismos multilaterales como la OEA y la ONU, de los bloqueos económicos y demás sanciones. En ambos casos asistimos inermes a la agonía de los ciudadanos quienes tratan de sobrevivir a las profundas crisis económicas, a la escasez de alimentos y medicinas, a las amenazas de la delincuencia común y organizada. En ambos casos los periodistas y activistas son blanco de amenazas y represalias, los medios de comunicación son acallados con la fuerza y todo vestigio de libertad ha ido desapareciendo. En ambos casos miles, millones de personas han huido al exterior enfrentando dificultades y a veces humillaciones, en un éxodo sin precedentes.  

El resto del mundo mira, critica, ofrece solidaridad y nada cambia o quizás sí, pero muy lentamente. Esa lentitud es la gran arma de la que dispone quien desprecia la democracia. La lentitud quiebra los ánimos y transforma las esperanzas en amarguras. Los líderes de la oposición pierden brillo, el día a día, siempre más difícil, acaparra las pocas energías que quedan y… todo sigue igual. Todo sigue desesperadamente igual. 

¿Qué hacer? Es la gran pregunta que nos hacemos todos quienes creemos en los caminos democráticos, en las instituciones internacionales, en la fuerza de la diplomacia.  

En momentos como este, cuando se celebran aniversarios de sangre y de esperanzas pisoteadas, cuando recordamos a los jóvenes quienes dieron la vida por unos cambios que no se han dado, cuando pensamos en los centenares de presos políticos quienes en estos mismos instantes están sometidos a la más impune brutalidad, sentimos el peso de las dudas, la incapacidad de dar una respuesta. 

Aborrecemos las armas, consideramos estúpidas, injustas e inútiles las guerras así que estamos convencidos que la solución no resida en emprender un conflicto armado. Sin embargo también pensamos que debe existir un camino intermedio entre ese conflicto armado y los principios de no intervención que, en estos casos, defienden a los gobiernos pero no a los ciudadanos que esos gobiernos reprimenLas sanciones económicas son importantes pero, como bien demuestran tanto Venezuela como Nicaragua, no son suficientes. La fuerza de las mesas de diálogo también han mostrado todas sus costuras.  

Los grandes aliados de Venezuela y Nicaragua son Cuba, Rusia y China. Sobre todo Rusia que, no solamente tiene intereses económicos sino también, y quizás sobre todo, estratégicos. Por su parte el Presidente de Estados Unidos, calienta su electorado tronando todo tipo de amenaza contra Cuba pero se mueve con gran cautela cuando se trata de criticar la injerencia rusa en la región. 

Difícil, muy difícil, para los organismos internacionales, dar una respuesta eficaz a las peticiones de un pueblo oprimido, tomando en cuenta las prioridades de las diferentes naciones y evitando pisotear las leyes internacionales. Sin duda es justo que esas leyes existan. Sin embargo también deberían existir leyes supranacionales que cuanto menos obliguen a los países a mantener en sus territorios a delegaciones de los organismos que se ocupan de justicia internacional y de derechos humanos. Tendríamos así unas relaciones confiables que testimoniarían, día tras día, los atropellos e injusticias de las que son víctimas algunos pueblos a manos de sus gobernantes. También deberían existir leyes supranacionales que garanticen la libertad de prensa y el trabajo de los abogados y activistas locales.  

En estos momentos un área del mundo se mueve con gran cautela, atenta a no salirse de los límites impuestos por las leyes que rigen las relaciones internacionales, otra está dominada por unas superpotencias que no conocen reglas y actúan únicamente impulsadapor sus intereses. Quien sufre las consecuencias de ese desbalance son los ciudadanos de los países sin democracia. En este caso de Venezuela y de Nicaragua.  

Las leyes internacionales promulgadas por los países democráticos, fueron elaboradas para enfrentar los peligros del momento histórico en el que fueron escritas. Lograron asegurar la paz y también una profundización de la conciencia democrática en los países occidentales. Hoy, lamentablemente, han ido surgiendo peligros nuevos e igualmente amenazadores. Hay un resurgimiento inquietante de movimientos antidemocráticos, nacionalistas y racistas. Las democracias están en peligro y asistimos al sufrimiento de poblaciones enteras a manos de unos pocos. No podemos quedar inermes y en silencio.  

Quizás haya llegado el momento de volver a pensar las leyes que regulan las relaciones fuera y dentro de los organismos internacionales. Es importante encontrar caminos que nos permitan sofocar la oleada violenta y antidemocrática que crece con preocupante rapidez, antes que se transforme en un tsunami cuya fuerza destructiva arrasaría con todo lo que se ha construido con gran esfuerzo desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy.


Photo Credits: Jorge Mejía peralta ©

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