Un año antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial el escritor venezolano Julio Garmendia describía las estaciones de trenes de Francia repletas de refugiados llegando de Alemania. Después de descargar a quienes huían del horror totalitario, los trenes volvían vacíos y en uno de ellos partió hacia aquel país ensombrecido el autor de “La tienda de muñecos”. Alemania, que sí fue una potencia desde su unificación, terminó en la ruina moral, económica y social que le procuró el nazismo y sus ciudadanos en los difíciles años de la postguerra trabajaron de voluntarios para reconstruir piedra a piedra los cimientos para su nueva edificación. El tiempo que vino después se conoció como el “milagro alemán” que no se ha detenido. Alemania perdió la guerra y ganó la paz y hoy en día no sólo es el dinamo económico de Europa sino la correctísima nación que ha sembrado la democracia y los derechos humanos en su conciencia colectiva. Ahora los trenes corren en su dirección. Por supuesto no todo es un cuento de los hermanos Grimm. Producto de las lacras del socialismo, grupos minoritarios de la antigua Alemania comunista, cultivan la violencia y el odio a los extranjeros.
No es esta crisis puntual en la que Angela Merkel ha dicho que su país puede absorber hasta medio millón de desplazados, donde se ha demostrado el talante hospitalario de los alemanes sino los años de la República Federal en que ha recibido a los perseguidos del mundo para que recuperaran sus vidas. Hoy esta anomalía de desterrados, fruto de las torpezas -especialmente americanas- en Oriente Medio, ha traído de vuelta el desprecio y el racismo. El video que le dio la vuelta al mundo de una periodista húngara pateando y zancadilleando a un emigrante con su hijo es la expresión vil de quienes han debido leer mejor en el inventario del pasado el desconsuelo de la persecución. Los asilados no abandonan sus hogares porque quieran conocer las elegantes tiendas de la Maximilianstrasse de Múnich o los escaparates de la avenue Montaigne de Paris. La historia de sus entornos ha vuelto trizas sus vidas y los ha obligado a desarraigarse de sus lugares de origen. ¿Creen ustedes que ese padre humillado por la reportera centroeuropea quería someterse a ese escarnio?
No basta con acogerlos sino formular una paz duradera para el Medio Oriente. Pueblos como los Estados Unidos o Venezuela han sido ininterrumpidamente receptores de migrantes. Y con ello no hemos perdido los rasgos distintivos de nuestra cultura sino la hemos enriquecido. En lo personal le doy la bienvenida a los 20 mil sirios que vendrán como refugiados a nuestro país y celebro que existan pueblos como el alemán confirmando la idea europea, la de la civilización.