Está despierto. No ha dormido en las últimas noches. La pesada luz del sol invade su mente. Una sola imagen escucha, un solo color, una sola mujer: la pintura. Ha intentado la pasión de la fe pero ha fracasado. Su hermano le envía cartas todos los días y él no le contesta. Sus ojos claros permanecen perdidos por la obsesión. Mira a todos lados: no mira a ninguno. Sabe que para pintar solamente debe creer en sí mismo.
Hace dos meses que está tirado en la cama. No se baña. Están clausuradas las puertas y las ventanas. No reconoce la luz del día; no mira las estrellas. Pero no las necesita. En su memoria brillan las estrellas inmóviles y el sol perfecto de las telas.
Vincent muere en la cama, con los ojos abiertos. Pero sigue despierto. Sus ojos son los cuervos negros.
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