Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Francisco Martínez Pocaterra

Los mitos que crecen como la mala hierba en un terreno inculto

Venezuela se ha construido alrededor de mitos. Pero, bien sabemos, los mitos son eso, fábulas. Cualquiera que lea estas primeras líneas pensaría que me refiero al de superar la crisis rápidamente. Sin embargo, no hablo de Oscar Pérez y su corajuda pero inútil operación ni del 30 de abril del 2017, fallida por razones que no viene al caso analizar en este texto. Me refiero al que enjundiosamente ha ido construyendo la revolución desde su llegada al poder en 1999, y que hoy se ha enquistado en la narrativa opositora dominante: solo electoralmente lograremos superar la crisis, y, por ello, hay que acudir a los circos electorales, aunque sean solo eso, tómbolas bufonescas en las que votamos mas no elegimos.

Enzanjonados en su discurso, no ven el panorama tal cual debe verse: la élite invita a negociar porque no tiene nada que negociar. Su objetivo es, en todo caso, marear a la oposición en los periodos no electorales, para hacerla perder el tiempo y desgastarse en una estéril rencilla interna. Pregunto yo, ¿por qué ha de ceder el régimen revolucionario la más mínima cuota de poder si está robusto y cuenta con recursos para prevalecer? Sería tonto de su parte, como lo es suponer que al gobierno le importa la precariedad en la que viven más del 70 % de los venezolanos. Sin embargo, salen al ruedo no pocos analistas a pregonar dos slogans: uno, que el gobierno está rectificando, y el otro, que Venezuela está mejorando. El primero es un embuste y el segundo, una mentira con apariencia de verdad.

Se nos dice repetidas veces que el gobierno está dando señas de enmienda porque devolvió el Sambil de La Candelaria y Agroisleña. Nada más necio. Tanto el mall como la empresa agroindustrial ya resultaban costosas al gobierno, y su devolución – en condiciones deplorables – podría venderse como, en efecto, lo han hecho, un acto de contrición que ciertamente no es tal. Sin embargo, ¿han liberado a los presos políticos mediante una amnistía general? ¿Han derogado las leyes restrictivas de la libertad económica? A los primeros no habrán de liberarlos, y cuando le venga en ganas, apretará la soga de nuevo, porque la normativa para hacerlo sigue vigente.

No obstante, el dogmatismo de los falsos intelectuales, que acaso si repiten abecés ajenos a nuestro contexto, les impone encausarse en una sola estrategia: la electoral. Es por ello que, sin elecciones a la vista hasta el 2024, mejor marear a la ciudadanía con una rectificación inexistente, cuyo genuino – y perverso – propósito es la inaceptable cohabitación con el régimen revolucionario. La necesidad pecuniaria de unos, cuya legitimidad no discuto, pesa mucho más que la política represiva del gobierno, que criminaliza y persigue a la disidencia y condena al olvido en sus mazmorras a cientos de ciudadanos. Para algunos, cuyo pragmatismo supera con creces, y sin pudor alguno, al de los que exigen del liderazgo mayor coraje; los presos políticos, los asesinatos y las torturas a disidentes son males menores e incluso normales, como se lo escuché a un entrevistado en la radio.

El mito se basa en una falsa creencia: que las elecciones y las negociaciones pueden cambiar el statu quo, cuando la verdad es que no habrá negociaciones ni elecciones creíbles si no se altera previamente este. Veamos el caso de las exrepúblicas socialistas del oriente europeo, que, en efecto, transitaron hacia modelos y celebraron votaciones libres. Sin embargo, no tuvieron lugar porque a los dirigentes socialistas los iluminara una epifanía. Ocurrieron porque el contexto cambió: la URSS se desplomaba estrepitosamente y ya no podía sostener a las dictaduras satélites detrás de la Cortina de Hierro.

En todo pacto las partes ceden porque tienen algún interés. En nuestro caso, no lo hay de parte del gobierno, y, por ello, no se trata de dialogar, se trata de tener con qué hacerlo, y es obvio, la oposición carece de recursos para ello, salvo unas sanciones cuya efectividad ha sido escasa. Es por esta razón que cualquier negociación debe tener lugar no con una élite que ni quiere ni tiene por qué pactar, sino con la mayor suma posible de facciones, de modo que el estado de cosas cambie y la élite tenga genuino interés en un diálogo.

Es un mito pues, la recuperación – cuyo origen es tan frágil como una flexibilización de facto de las políticas cambiaria y aduanera y el ingreso de una ingente suma de dinero de procedencia dudosa que, en todo caso, ingresó al sistema – y lo es mucho más, el propósito de enmienda de un gobierno cuyo único objetivo es el control del poder para satisfacer una delirante y utópica agenda (y abrevar del poder), cuyo comportamiento asemeja a las de las organizaciones criminales, como lo afirma Moisés Naím. Ignoro si ese mito responde a una verdadera ingenuidad o si por lo contrario atiende a intereses opacos de un sector de la oposición incapaz de hacer algo distinto a participar en bufonadas electorales.

Ayer eran otros, como el del progreso en tiempos de Pérez Jiménez y la tonta idea de que, si no te metías en honduras políticas, no te ocurría nada. Hoy, se nos vende un mito bondadoso, plagado de buenas intenciones, que, insuficiente para construir salidas eficientes a una de nuestras peores crisis, sin pudor alguno olvida – ¿intencionalmente? – que, para muchos, el tiempo corre, y las miserias crecen como la mala hierba en un terreno inculto.

Hey you,
¿nos brindas un café?