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Los juicios de Britney Spears

En 1921 Jackie Coogan, siendo niño, actuó junto a Charles Chaplin, luego interpretó una adaptación de Oliver Twist de Charles Dickens y más tarde sería conocido como el tío Lucas en Los locos Adams. Amasó una de las primeras fortunas infantiles de Hollywood, aún en los tiempos mudos. Sin embargo, cuando alcanzó la mayoría de edad, descubrió que su madre y padrastro habían dilapidado su dinero. Una demanda (donde recuperó apenas un fragmento de lo robado) fue un antecedente de suficiente fuerza para estipular la ley estatal Jackie Coogan, que protege el patrimonio de los niños estrella.

La única forma de trabajo infantil legal y aceptado en el mundo occidental con absoluta naturalidad es el estrellato. Britney Spears es un ícono de esta explotación: audiciones televisivas desde lo seis años, concursos de canto a los once, grabación de anuncios, un programa de Disney y en su adolescencia alcanzó la fama con su primer álbum musical.

Sin embargo, el caso de Spears es más escabroso y la declaraciones que dio este junio lo demuestran. Desde hace trece años vive en ese estado de estrella infantil a pesar de que cumplirá cuarenta años este diciembre. Su padre tiene una tutela sobre ella. Esto la incapacita para tomar cualquier tipo de decisión propia pero no le impide estar en los escenarios ahumados y lucrativos de Las Vegas.

La jueza tuvo que intervenir en dos ocasiones: era tanto lo que decía Spears durante los veinticuatro minutos de su declaración y cargada de una cadencia emocional, que necesitaba que se apaciguara. Britney asegura que, por castigo de no aceptar cierta coreografía dentro de su concierto, su equipo la acusó falsamente de no tomar sus medicamentos y, después de eso, la obligaron a ingerir tabletas de litio. La cantante afirma que el antimaníaco la hizo sentir ebria, incapaz de tener una conversación coherente y, además, seis enfermeras la velaban y le impedían salir de su domicilio.

Toda esta situación tuvo que ser aprobada por su tutor legal y padre, James Spears. También, dice, la alejaron de sus hijos durante Navidad con el pretexto de hacerle exámenes de diagnóstico. Este consistió en una larga prueba psicológica. Su padre le informó por teléfono que la había fallado y por ello debía pagar una rehabilitación de sesenta mil dólares al mes.

Su horario de trabajo es de siete días a la semana en jornadas de diez horas y una violencia patrimonial que consiste en quitarle su pasaporte, tarjetas de crédito y efectivo (lo que Britney comparó al tráfico sexual).

Durante la supuesta rehabilitación se quejó de falta de privacidad: su habitación no tenía puerta y la supervisaban inclusive al estar desnuda. Además, declara que le tomaron ocho muestra de sangre.

Tampoco se le permite salir en carro con su novio sin supervisión. Se encargan (la tutela la comparte su padre, su hermana y Jodi Montgomery) que su psicoterapia sea en lugares expuestos para que los paparazis la fotografíen llorando. Se le prohíbe casarse y además tiene un dispositivo intrauterino que no le permite concebir, a pesar de desear hijo. No tiene sus derechos biológicos.

Un video que circula en redes sociales también respalda una de sus testificaciones: es obligada a trabajar enferma. En el susodicho, se dirige a su público para comentarles que tiene cuarenta grados de fiebre y, aunque siente que se va a desmayar, debe continuar el espectáculo.

El padre de Britney tuvo una vida marcada por el trauma. Como en una novela del romanticismo, su madre se suicidó encima de la tumba de su hijo muerto y para los veintidós fue arrastrado por manejar bajo los efectos de drogas. Su matrimonio con la madre de la cantante también estuvo marcado por divorcios, reconciliaciones sucesivas y el abuso del alcohol. El exesposo de Britney, Kevin Federline, acusó a James de maltratar a sus nietos. La relación con su hija, en vez de recordar al romanticismo, me recuerda a alguna obra de Tennessee Williams. Esas heroínas bajo el estupor de una lobotomía, esos estratagemas para adquirir una propiedad o herencia, esa manipulación.

Las tutelas legales se imponen cuando se considera al sujeto incapaz de cuidarse a sí mismo o inclusive un peligro para su vida. El caso de Britney Spears debe hacernos recapacitar sobre el poder que se ejerce sobre las personas discapacitadas o con situaciones de salud mental. En sus palabras: “la ley necesita cambiar. ¿Qué estado permite adueñarse del dinero de otra persona y responsabilizar y amenazarlos?”. Quizás el destino de Spears sea similar al de Jackie Coogan, ser el mártir legal por el cual nace una nueva ley de bienestar.

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