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lula da silva
Photo Credits: Mídia NINJA ©

Los entretelones de un encarcelamiento

La detención de Luiz Inacio Lula da Silva es una herida profunda para la izquierda democrática de América Latina. Acusado de corrupción y lavado de dinero, condenado en un primer momento a nueve años y seis meses de presidio y en apelación a doce años, el líder brasileño fue a parar a la cárcel en medio de un aparatoso despliegue de policía y con una gran oleada humana que trataba de evitarlo. De un momento a otro se espera su inhabilitación política, decisión que le impediría participar en las próximas elecciones presidenciales. En este momento Lula es el precandidato con mayor aceptación popular. 

Muchos los articulistas que, al comentar los sucesos de Brasil, hablan de “izquierda latinoamericana” y ponen en un mismo pote a Lula, Chávez, Cristina Fernández, Morales y Correa. Son simplificaciones absurdas y erradas.  

Todos ellos son extremadamente diferentes, así como lo son las historias personales y políticas que los llevaron a la presidencia y los contextos en los cuales actuaron y actúan. ¿Cómo se puede comparar, por ejemplo, a Lula, quien fue obrero y sindicalista, y como tal sufrió la violencia de los militares, con Chávez quien intentó llegar al poder con dos golpes y pasó de los cuarteles a la presidencia?  

Lula representó una izquierda democrática, moderna, que miraba al crecimiento de una clase media a través del fortalecimiento de la industria nacional y para quien los amortiguadores sociales no eran meros instrumentos de chantaje electoral sino herramientas necesarias para disminuir la pobreza crítica. Lamentablemente cuando la corrupción salpica a un personaje con tanto valor simbólico, las repercusiones son muy graves. Debilitan esperanzas, dejan a las generaciones más jóvenes sin puntos de referencia, refuerzan los sentimientos de antipolítica y abren espacios preocupantes a populistas violentos y peligrosos. 

Es lo que está pasando en Brasil, país que se acerca a las elecciones en medio de una gran incertidumbre y con la sombra de los militares que, por primera vez desde los años oscuros de la dictadura que durante casi 20 años sembró terror y muerte, lanzan amenazas más o menos veladas a la magistratura e irrumpen nuevamente en la política.  

El caos en el que se sumerge un país que por un momento pareció un gigante indetenible, ha engendrado una figura oscura y peligrosa: Jair Bolsonaro. Machista, homófobo y abiertamente a favor de la tortura, este militar retirado representa lo peor de un pasado tan brutal que pareciera imposible de olvidar. Sin embargo está de segundo en las encuestas para las presidenciales.  

Sin entrar en el mérito de la decisión de la magistratura de Brasil, es imposible evitar de preguntarse por qué, mientras la justicia se ensaña contra Lula aún sin tener pruebas concretas, mantiene un silencio cómplice hacia otros políticos sobre cuyas cabezas pesan acusaciones de corrupción tanto o más graves que las que llevaron a la cárcel al líder del PPT. 

La parcialidad que se divisa en estas actuaciones podría tener consecuencias dramáticas, dolorosísimas para Brasil y para toda América Latina. Y los responsables podrían ser los primeros en lamentar ese desenlace.   

Pero sería demasiado tarde.


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