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Photo by: Danielle Pereira ©
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Los emperadores del siglo XXI

Evo Morales llega a la presidencia de Bolivia por cuarta vez entre protestas y con un país profundamente dividido. Un sabor amargo queda en la boca de cuantos creen firmemente que hubo un fraude en el conteo de los votos. Las dudas a nivel nacional e internacional se dispararon cuando tras contar más del 80 por ciento de los votos electrónicos según los cuales Morales, aun estando en ventaja frente a su opositor Carlos Mesa, no lograba evitar una segunda vuelta, hubo  un apagón de 24 horas. Cuando finalmente el Tribunal Supremo Electoral rompió el silencio para dar los resultados declaró ganador en primera vuelta a Evo Morales.

De poco servirán las protestas. Evo Morales está dispuesto a defender con uñas y dientes su sillón presidencial. Vocación que quedó demostrada en 2016 cuando, en contra de la decisión del pueblo que había manifestado en un referéndum su rechazo a una posible cuarta reelección, Morales pidió al Tribunal Constitucional que revocara tal decisión. Y así lo hicieron los jueces de ese tribunal muy cercanos al gobierno con un dictamen según el cual limitar la reelección hubiera significado una “violación a sus derechos humanos”.

Fue en 2006 cuando Evo Morales, ex recogedor de hojas de coca perteneciente a los Aymara, la comunidad indígena más grande del país, llegó a la Presidencia. Muchas las esperanzas que despertó su elección entre los pueblos originarios de Bolivia quienes vieron en él a la persona que finalmente los revindicaría después de tantos sufrimientos e injusticias padecidos en el pasado. Sin embargo Morales, si por un lado logró un fuerte crecimiento económico del país y una consecuente disminución de la pobreza, muchas veces apoyó medidas vueltas a favorecer las multinacionales y a los latifundistas más que a las comunidades indígenas.

La primera gran protesta de estas poblaciones contra su gobierno estalló en 2011 tras la decisión de construir una carretera de 300 kilómetros a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure. Las consecuencias para el medio ambiente iban a ser devastadoras. Tras un mes de intensas protestas y enfrentamientos violentos con la policía, Morales decidió postergar el proyecto que, volvió a tomar en 2017.

Muchas las decisiones que en los años han alejado a Morales de su base indígena poniendo en peligro su hábitat y supervivencia. La indignación de los pueblos originarios se ha manifestado en diferentes ocasiones y varios líderes han expresado su amargura y desilusión diciendo que Morales se había distanciado de los ideales y de la manera de pensar de los indígenas. Una de las críticas se refiere justamente a la reelección ya que según la cultura de los pueblos originarios y en particular de los Aymara es necesaria la rotación de los cargos.

Las protestas volvieron a incendiar las calles del país cuando las llamas arrasaron con miles de hectáreas de tierra boscosa. Se trata de una superficie de más de 51mil kilómetros cuadrados que ha dejado sin tierra a miles de indígenas quienes organizaron una caminata de dos semanas llamada “Gran décima marcha de las Naciones Indígenas contra las leyes y decretos que destruyen nuestra casa grande”. Se refieren en particular a una ley, aprobada recientemente, que autoriza un aumento de cinco a veinte hectáreas, para la tala de árboles y uso de fuego finalizados a la expansión de la agricultura. Los manifestantes se han declarado asimismo en contra de la decisión del mandatario de no declarar “desastre nacional” impidiendo de esa manera la llegada de ayuda internacional.

A pesar de todo Morales, sordo y ciego a las protestas de su misma base, se ha proclamado Presidente por un cuarto mandato, mostrando claramente su egocentrismo y afán de poder. Al igual que Chávez en Venezuela (quien sigue mandando hasta después de muerto) y Ortega en Nicaragua, Morales ha llegado a la presidencia utilizando los instrumentos democráticos y la retórica populista. Gobiernos debilitados por la corrupción y partidos siempre más alejados de la gente les han facilitado la ascensión al poder. Característica común es un discurso agresivo, grosero, vuelto a señalar a culpables reales o imaginarios y a mostrar fallas y problemas sin nunca proponer soluciones. Se erigen como dioses dispuestos a dar la vida por la patria y piden plena confianza para llevar “leche y miel” en todas las casas. 

Las poblaciones, hechizadas por tantas promesas, les siguen con pasión y alboroto. Las voces disidentes no logran sobrepasar el griterío de la fanaticada. Cualquier razonamiento es rechazado y lo que manda es el estómago.

Al poco tiempo empiezan a verse las costuras; sin embargo son pocos los que las denuncian. Abandonar los sueños es un proceso largo y difícil. Cuando ya las costuras se vuelven desgarres imposibles de ocultar y los sueños se quiebran, ya es demasiado tarde.

Los emperadores del siglo XXI y sus cohortes ya están atornillados en el poder.


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