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Gleiber Alvarez
Gleiber Alvarez - viceversa magazine

Los de Omelas: Cuestiones sobre nuestro propio lenguaje

Nota: las consabidas paráfrasis que hoy presento son producto de divagaciones diversas en distintos escenarios en los que confluyen coloquios cuyas digresiones ameritarían té para el crepúsculo.

Cuando la koiné dice que habla con sus propias palabras, lo hace metafóricamente, pues nadie —y esto es taxativo— puede hablar con sus propias palabras. Los neologismos de un idiolecto son relevantes en tanto que contemplados diacrónicamente como parte de un acervo o en la cima de uno. Buen ejemplo de esto es Aristóteles, que al principio usaba palabras que solo existían en su lenguaje y que después, por herencia, pasaron a formar parte de nuestras lenguas.

Decir valga la redundancia o (como otros muy rimbombantemente dicen para no estar incluidos en el conjunto de los que usan la palabra redundancia) valga la tautología, no le resta mérito a la repetición per se aunque haya sinonimia. Todas las tautologías valen. Si fuera el caso contrario, se enfrentarían a una singularidad o un contraejemplo. Y en este caso tendría que elucubrarse ostensiblemente para usar el lenguaje con el cual se aborda el problema, como si fuese implemento quirúrgico.

De hecho, para referirse a la tautología por la tautología, bien se puede recurrir a los pleonasmos y a las perogrulladas con fines didácticos. (Pero no hay mayores contradicciones al afirmar que dependen del caso.)

Continuando con el valor de las tautologías, existe abundante literatura al respecto, por lo que los asertos que se consiguen en torno al tema las ubican como la esencia del lenguaje humano. Ergo, para la koiné “ab uno disce omnes”.

Es decir, la proposición o el hecho que no se repite, no es imagen del lenguaje en sí; solo lo es aquello que es imagen de sí mismo n veces en relación con otros hechos o proposiciones, dentro del conjunto del lenguaje, del lenguaje como representación «cabal» de la realidad (ver el Primer Wittgenstein).

Ya lo han aducido los filósofos del postrero siglo: el lenguaje que usa el hombre que diariamente se levanta, se asea, desayuna, se viste, va al trabajo, habla, divaga y cumple con sus menesteres, solo se refiere a hechos de la realidad que cutiano reconstruye.

Pero este hombre que después del trabajo se sienta frente a otra pantalla para solazar su mente y reunirse con su familia, también puede tomarse un momento, unos minutos acaso, y ya no divaga sobre los baches de la avenida al trabajo ni el aumento de la inflación, sino que se presta a elucubrar sobre su propia muerte y un pensamiento lo lleva a otro y así hasta la Muerte y en este orden a otros constructos.

Y quizá esa bifurcación de caminos lo conduzca a plantearse situaciones que al empezar se contradicen y que tratar de imaginarlas bajo la luz del sol que lo ilumina cada mañana le resulte harto confuso, desopilante o ridículo.

En este último caso, ni él ni nadie podría discurrir sobre aquellas situaciones al pormenor con el mismo lenguaje con el que se discurre acerca de levantarse, asearse, yantar, etc., sino que precisaría uno apropiado para darle un tratamiento disímil a una situación (aunque hipotética) igualmente disímil.

Todas las tautologías valen y sus proposiciones traen consigo antónimos y sinónimos dentro del campo semántico mismo, por la propia naturaleza del lenguaje, en el cual los constituyentes están concatenados. Comprender sus interacciones es menester del hombre. Hegel decía que toda afirmación es su propia contradicción.

Pues bien, toda materia de singularidad, contraejemplo o paradoja, debe ser puesta en el plano de los metalenguajes. Y todo lenguaje está dentro de sus propios límites en tanto que contemplado individualmente en el conjunto de los lenguajes. Esto es tácito.

El hacer por el hacer es, a su vez, hacer de otro hacer. Por lo tanto, un lenguaje-objeto es sujeto de tantos metalenguajes se precisen, sin tener que generar contradicciones en el plano mismo en el cual es objeto. Por ello prima Tarski sobre Carnap.

La polisemia misma del lenguaje lo satisface. Todavía hay materia de catacresis por varios milenios. Esta afirmación, naturalmente, guarda relación con las paradojas en el sentido en el que las personas «no consiguen» palabras para poner en orden la información sin que se produzcan disonancias o haya extrañamiento con respecto al lenguaje ante la aparente pobreza léxica.

Por este motivo no habría que crear nuevas palabras, como señalaba Marco Tulio Cicerón. Hay muchos lexicógrafos que se manifiestan acérrimamente contra esta clase de creación. Aunque estriba en la necesidad de la lengua, como decía el literato Borges. Por su parte, Joan Coromines manifestaba que, en el español, hay más cadáveres que en cualquier otra lengua.

En aquellos idiomas en los que las palabras compuestas se producen naturalmente, el “Weltschmerz” reluce dentro de su acervo.

Todos los filósofos, sin importar su estatus, se pronuncian con respecto a la enjundia de las voces.

Y mientras la criatura humana sea su lenguaje propio, no será posible no expresarse dentro de su ámbito. El lenguaje es deformado, sepultado y desenterrado, porque es materia de sí mismo, porque los humanos son su propio lenguaje.


Nota: las consabidas paráfrasis que hoy presento son producto de divagaciones diversas en distintos escenarios en los que confluyen coloquios cuyas digresiones ameritarían té para el crepúsculo.

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