Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Maximo Mena

Lo que sucede mientras pestañeamos

El instante de Fabián Soberón, ilustrado por Ramiro Clemente. Publicado por la “Editorial Raíz de Dos” de Córdoba, República Argentina, en el año 2011. 68 páginas.

Siempre es posible que el pasado de los otros sea parte de nuestro presente. Y para ello, en este íntimo juego de propiedades o posibilidades es necesario asumir que lo único que podemos acariciar con los dedos o los ojos es el ritmo del aire en el rostro o las negras curvas sobre una página.

A partir de una intuición me acerqué al diccionario de alemán. Me sorprendió la precisión de la palabra/concepto que buscaba. En ese idioma, el sustantivo “der Augen” nos remite al ojo; mientras, el sustantivo “der Blick” nos lleva a la mirada. “Der Augenblick” es El instante, el modo en el que captamos el tiempo a través de la mirada, la conciencia del tiempo a partir del sentido de la vista. El instante es un pestañeo, es este atisbo sobre el mundo el que anuncia un nuevo punto de vista sobre lo que se esfuma, en un abrir y cerrar de ojos el mundo se nos presenta. ¿De qué nos habla el pestañeo? No se sabe si se trata del momento en el que los ojos permanecen cerrados o abiertos. En uno de sus poemas, Charles Baudelaire habla de una mujer que pasa, una dama de negro que se le escapa en el presente y que, a partir de una mirada, un instante, podría haber habitado su futuro: “Un relámpago… ¡y la noche otra vez!”. En un resplandor efímero, el hombre sentado “bebe” otros ojos con su mirada. Desea tomar la mano de esa mujer que se le escapa en el espacio pero que permanece en todo su tiempo presente. Espacios contiguos vacíos y copresencia temporal. El poema, el relato, traman este prodigio. El observador, el que cuenta, con este frágil artificio se permite esa copresencia, una convivencia casi imposible. Un hombre observa una mujer pasar como un enigma irrecuperable, la mira perderse como el tiempo. Se mira a sí mismo perdiéndola, quizás, para siempre; muriéndose a futuro como César Vallejo, viviendo su muerte como una imagen que se le presenta indescifrable. El poema y el relato del encuentro devuelven al espacio (aunque sólo sea el espacio supuestamente en blanco de la página) un tiempo, una imagen, una presencia silenciosa.

Al igual que este cruce de destinos, El instante se abre con “El encuentro” de Juan Manuel de Rosas y Charles Darwin. El instante nace del encuentro entre dos trayectorias, entre dos viajes, un viaje que ya ha comenzado y otro inesperado, el exilio de la inquietud y la desdicha del exilio. En esa entrevista en Buenos Aires, ambos personajes creen haberse ahogado en el pasado del otro, no saben si van a recordarse. También en una entrevista, Fabián Soberón afirmó que la ficción no es una reponedora de verdades. Entonces, el instante se transforma en un espacio límite, punto de contacto y de tensión entre la circunferencia de la historia y el centro de la ficción. Como Baudelaire, el autor recrea ese espacio difuminado del tiempo, ese pasaje perdido y oscuro de una ciudad casi reconocible. El autor nos coloca detrás del vidrio del tiempo para convertirnos en testigos dudosos de lo que vemos. También en el diccionario de alemán encontramos la palabra “blind” muy cerca, que nos señala que ese supuesto vidrio puede haber sido “empañado” con anterioridad.

A pesar de lo empañado, recorriendo el libro como una ciudad, es posible encontrar y encontrarse con personajes que ya pensamos haber visto antes: Freud, Mishima, Caspar Friedrich, Orson Welles. Se encuentran por las calles y conversan Antín y Cortázar, Mansilla y Proust, Grombowicz y Roberto Santucho. En esta ciudad imaginada y recordada, ciertos recorridos y figuras se reconfiguran en el contacto y los nuevos contrastes. Mientras nos desplazamos por las páginas, los instantes se transmutan en pasajes perdidos que han perdurado en la memoria y la imaginación, nos trasladamos del relato a las ilustraciones de Ramiro Clemente. El dibujante, nacido en Tucumán y residente en Barcelona, revela nuevas sombras en los retratos. No intenta poner con el revelamiento una especie de luz sobre algún rostro o rasgo, sino que, nos invita a dar un paso inseguro desde los negativos a otra escala de imágenes y visibilidades. El revelamiento/relevamiento nos pone en contacto con otro lugar de las ilustraciones que, tal vez, sospechábamos en el relato. Las ilustraciones de Clemente no hablan desde lo estático del blanco y negro, los personajes están como agazapados en una débil neblina y en esos instantes, es posible imaginar y reponer movimientos inesperados de los objetos, de los personajes y de los espacios. La forma y el fondo no pueden separarse; como en los relatos, en las ilustraciones vemos más claro cuando intentamos ver a través del blanco y negro de las figuras o de las palabras, cuando habitamos la fugacidad de nuestro pestañeo en el tiempo del mundo.

En El instante, de algún modo, se continúa con el proyecto literario trazado en Vidas Breves (Simurg, 2007). Sin embargo, existe un pasaje de la brevedad lírica del haiku a la construcción de secuencias, conscientes de los vacíos posibles en el relato. Los personajes dudan, transpiran, insultan, por momentos se rebelan, no quieren revelarse en un primer vistazo (como Juan Bautista Alberdi en uno de los relatos, pronuncian “palabras imposibles” que el autor no puede registrar). El escritor Gabriel Bellomo postula en la contratapa del libro: “Estos relatos tienen una rara cualidad: la deliberada confusión de cronologías y personajes, de acontecimientos y circunstancias, son los atributos de una escritura implacable, por medio de la cual Fabián Soberón hace lo que ni Dios puede: modificar el pasado”. Y como un eco de esta frase Vladimir Nabokov, en su novela Bend Sinister, escribe: “Cualquiera puede crear el futuro, pero sólo los sabios pueden crear el pasado”. Sin embargo, el autor no desea ser Dios ni hace gala de una supuesta sabiduría, al contrario, trama las historias desde la incerteza metódica de la escritura para anunciar la incerteza y la dubitación de sus lectores. Modifica los pasados para poner en duda sus escrituras, se atreve a darles nuevas vidas breves a las conocidas siluetas esfumadas para que vuelvan a transitar ciertos gestos y muecas casi irrecuperables. Entramos en la cotidianeidad de los personajes a través de la breve vida de la escritura.

Y la última frase nos remite a la cuestión clave de la trascendencia de la escritura o de la lectura. En los relatos, Walter Benjamín lee antes del insomnio de la muerte; Manuel Dorrego escribe una carta hasta momentos antes de ser fusilado; Alberdi escribe desde los exilios para habitar de alguna forma el país; Roberto Arlt escribirá con su palabra los rostros y paisajes de Santiago del Estero; y quizás el personaje más emblemático: Rodolfo Walsh les lee cuentos de Ambrose Bierce a sus hijas y pulsa como un latido las teclas de la máquina de escribir a pesar del hambre y los olvidos (“Son sesenta millones de golpes en las teclas. (…) Me miro los dedos con asombro” escribe Walsh en el cuento “Nota al pie”). La escritura y la literatura, siempre tan cerca de la muerte y los eufemismos de la violencia. Este personaje clave nos señala una cuestión importante: mucho de sus personajes son argentinos o vivieron en la Argentina (Dorrego, Rosas, Sarmiento, Cortázar, Roberto Santucho, Cándido López, Severino Di Giovanni, John William Cooke, entre otros). A su vez, comienzan a aparecer figuras de Tucumán, su provincia natal, como el escritor Hugo Foguet, Juan Bautista Alberdi, o el comisario de la dictadura conocido como el Malevo Ferreyra. Fabián Soberón ha comenzado a reescribir figuras y geografías de la provincia. Con ciertas palabras nos acerca rostros cercanos y escurridizos, nos propone arriesgar las certezas en un viaje instantáneo que comienza con el prólogo de nuestra mirada. Todo viaje comienza en los ojos.


Photo Credits: Ramiro Clemente

Hey you,
¿nos brindas un café?