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Sergio Marentes

Lo bueno de lo bueno

Me han dicho, refiriéndose al hallazgo del hombre más viejo del mundo, que llegar a viejo no tiene nada de bueno y, casi siempre, he alegado que tiene todo de bueno, porque depende siempre de qué tan viejo sea el viejo del que se hable y qué tan joven sea el joven que habla. Creo que lo bueno de llegar a viejo es casi todo; por ejemplo, que se puede ser niño casi todo el tiempo, que se puede recordar casi todo el tiempo y, por qué no, que se puede soñar casi todo el tiempo porque, como ha sido dicho durante milenios, no se está tan viejo si todavía se puede vivir el minuto actual; y es que difícilmente se vivirá otra época de la vida en la cual podremos hacerlo casi todo y, lo que es mejor, teniendo cada vez más consciencia de que lo que estamos haciendo no es porque sí, ni porque no, sino sin razón, como son las mejores cosas de la vida, sobre todo cuando ésta se nos agota cada vez con más rapidez.

Lo bueno de llegar a viejo, para resumir, creo, es que, así como la sangre humana tiene la clave para curar el sida y el cerebro guarda en sus más oscuros rincones las respuestas a las preguntas que todavía nadie ha formulado, o esas cosas sin nombre que nos habitan desde siempre, y que están ahí para demostrar que vivimos, tienen las claves secretas para resistir al olvido y a las dolencias propias de la muerte de los que mueren antes; pero sobre todo, al olvido propio, propio de los viejos que se dedican a imaginar quiénes eran y en ello invierten horas sagradas de vida, convirtiéndolas, sin saberlo, en siglos de existencia porque, como se sabe, dentro de la imaginación, el tiempo no existe, y allí cualquiera puede ser un niño toda la vida, o un viejo únicamente el último minuto de su vida, o jamás llegar a serlo.


Photo Credits: Hernán Piñera

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