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Leviatán

Leviatán

En estos días pasan en Caracas la mejor película que he visto este año. Una realización magistral que muestra lo cruel, lo tremendamente desolador, la desesperanza y con esto que cada quien se refugie en los litorales éticos de su realismo, pesimismo y hasta optimismo. Se trata de la fenomenal Leviatán (Andrey Zvyagintsev), una producción rusa de 2014 que compitió por el Oscar a la mejor película extranjera y que Cannes premió como mejor guión en su edición de ese año.

Es la actualizada historia de Job en el revuelto y pastoso mar ballenero de Barents, entre Noruega y Rusia, con un mecánico al que un alcalde corrupto lo destruye junto a su familia al arrebatarle una propiedad de la que se ha encaprichado. Como Job, Kolya es fundamentalmente bueno y a los buenos el mal los cerca para probarlos y tal vez aniquilarlos. Y allí está el terrible examen que deberá encarar. Job es el mejor de los hijos de Yahvé pero este Dios o está aburrido, o es vengativo o parece confirmar lo que le enrostra Harold Bloom de que está habitualmente de mal humor porque hasta lo aconseja el Maligno. En consecuencia a Job, al pobre y cumplidor de Job, al consecuente y extraordinario de Job, le es obligado demostrar hasta dónde llega su lealtad y amor por el Supremo porque será castigado sin tregua ni compasión. Dios exige que lo amen. Su soledad es infinita y hay que insistirle con un I love you.

Kolya no resiste la prueba del alcalde y se extingue ante ella. Alcoholizado, derrumbado y al borde del abismo de sí mismo, protagoniza una de las más memorables escenas que haya registrado el cine en sus últimos tiempos: su conversación con el pope del pueblo. Marginado e irascible le reclama dónde ha estado Dios y el sacerdote le contesta: “No sé el tuyo porque el mío permanece a mi lado”. Con lo que se dividen las aguas para que construyamos nuestra idea de Dios que podrá ser misericordioso, afable o destructor. Mientras Kolya el bondadoso sufre, el alcalde goza de una vida feliz con sus bienes mal habidos. He allí el gran dilema que llega a nuestros días: ¿Por qué sufren los justos y hay impunidad para los corruptos? ¿Qué justicia hay en esta operación desigual?

Ese monumento de escritor nacido en Manhattan de ascendencia alemana que fue Henry Miller tiene una frase con la que embistió a los moralistas de Noruega que intentaron prohibir su obra en nombre del bien: “¿Cómo hemos de precavernos frente al mal si no lo conocemos?”. Y más allá de conocerlo, debemos asumir el desafío para no sucumbir ante él sino vencerlo y derrotarlo. Esa pregunta nos la hacemos a diario entre nosotros enfrentados como estamos a un poder putrefacto, bilioso y depravado.

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