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daniel campos
Photo Credits: Andreia ©

Les Sucies del Ferry

Hay amistades que te revitalizan alma, cuerpo y corazón, que te causan ganas de bailar como bailaba el místico Rumi por amor a su Amigo.

Cuando atravesamos el Golfo de Nicoya en el ferry de Puntarenas a Paquera, rumbo a la Reserva Natural Cabo Blanco, recién nos conocíamos e íbamos conversando tranquilos. En el transcurso de los días que siguieron, habíamos caminado en medio del bosque tropical, explorado cauces de quebradas, disfrutado de baños en piscinas naturales en el mar y en pozas al pie de cascadas de agua fresca, meditado en la playa y conversado bajo las estrellas.

Durante las charlas educativas, habíamos aprendido sobre temas espirituales, ecológicos y sociales. Fabi nos había sensibilizado sobre el tema de la violencia contra la mujer y narrado el nacimiento y los principios del movimiento #NiUnaMenos. Lara nos había leído “Las compositoras”, un poema suyo sobre mujeres perseverantes en la música y resilientes ante el machismo opresor. Sus versos ilustraban el uso poético y político del nuevo lenguaje inclusivo. Desde entonces, todes adoptamos ese lenguaje al conversar entre nosotres.

Desde nuestra primera conversación grupal, la sinceridad y vulnerabilidad de Emi había abierto vías de comunicación significativa entre todes. Habíamos compartido alegrías y tristezas, dudas y esperanzas. Durante una conversación emotiva en la playa, Mario, con su sensibilidad perceptiva, había sugerido que nos diéramos todes un abrazo de caracol. Las personas más vulnerables en ese momento se abrazaron en el centro de una curva espiral, amparadas y abrazadas por les amigues capaces de ofrecer abrigo emocional. Con ese abrazo de caracol sobre la arena blanca de Playa San Miguel, frente al Pacífico acogedor, se selló nuestra amistad.

También habíamos reído y bailado en la terraza del albergue. Por ello cuando navegamos a través del golfo en dirección opuesta, de Paquera a Puntarenas, con rumbo a San José, íbamos bailando. Todo empezó de forma tranquila. En la sala de abordaje Gleice me había enseñado sus pasos de frevo, baile carnavalesco de Recife. Ya abordo, el disk jockey había puesto cumbia y la bailamos varies como swing criollo, admirando el estilo de Dalia. El DJ puso una lambada y la bailé con Gleice, intentando no desentonar con su soltura brasileña. Poco a poco todes habíamos pedido unas cervecitas para matizar el momento.

La noche ya había caído, el cielo estaba nublado y desde la cubierta apenas distinguíamos la textura encrespada de las olas por los reflejos de los reflectores del ferry. Soplaba una brisa fuerte y empezó a llover. Pero en vez de amainar nuestros ánimos, la tormenta los azuzó.

El DJ puso reggaetón y formamos un círculo, por momentos tan cerrado que parecía una espiral de caracol. Warren, con su humor, bromeaba: “Sucies, sucies”. De forma espontánea empezamos a formar túneles con los brazos para que desfilaran parejas por en medio. Luego pasamos de forma sensual, según las capacidades de cada quien, por debajo de brazos extendidos a manera de listón imaginario, como en la danza del limbo rock de Chubby Checker. Todes nos divertíamos.

Una familia de turistas nórdicos — padre, madre y chiques — nos miraba alucinada. La niña mayor, de unos nueve años, nos observaba sin perder un solo movimiento. Se notaba que quería bailar por el brillo curioso de su mirada pero su timidez la mantenía rígida al lado de su papá. Por dicha éste la animó y se nos acercó junto con ella. De inmediato les abrimos espacio y el papá y la chiquita se unieron al baile de los túneles y el listón. A la niña se le desbordaba la alegría que le surgía de su ser espontáneo y juguetón. El padre nos agradecía con la sonrisa.

El bailongo continuó hasta que el ferry atracó en el muelle de Puntarenas. Entonces conversé con el papá. Se llamaba Martin. Su hija, Elma. Eran daneses. Fascinado con el fiestón que habíamos armado en cubierta un domingo por la noche, Martin me dijo que en un ferry danés todo el mundo habría viajado abrumado por el silencio sombrío que antecede al lunes. En cambio nosotres, al navegar a través del golfo, habíamos bailado, gozado y acogido extrañes hasta atracar en Puntarenas. Se despidieron agradecides. Elma llevaba una sonrisa tan tierna que nunca la olvidaré.En Puntarenas pasamos por una licorera y compramos más cerveza, botellas de vino y bocas para picar. Regresamos a San José bailando de pie en la buseta, inspirados por el ludismo reggaetonero de Katherine y Fabi, y tomando vino del pico de la botella comunitaria. Cuando nos despedimos en el parque de San Pedro, pasada la medianoche, sentí que tenía un nuevo hogar afectivo entre mis compas. En el tiempo que transcurrió entre los viajes de ida y vuelta, les Sucies del Ferry habíamos forjado amistades revitalizadoras de alma, cuerpo y corazón.


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