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Para leer: Nuevo país de las letras

Seleccionar a un grupo de autores noveles para bosquejar el futuro literario de Venezuela no es tarea fácil. En el pasado, la serie de Fundarte Presencia Cultural de los Estados cumplió un papel similar, compilando textos de jóvenes escritores y agrupándolos geográficamente con prólogos de críticos y estudiosos. Sería interesante repasar, casi cuatro décadas después de aquel esfuerzo, cuántos de aquellos autores incluidos en el ya “viejo país de las letras” siguen activos, desaparecieron o se dedicaron a otros proyectos de vida.

La iniciativa de Banesco y la Fundación ArtesanoGroup, a cargo de Antonio López Ortega, se ha abocado ahora a una tarea similar, aun cuando esta vez son las voces de los autores, más que los textos, el material aquí consignado. Entrevistas, fotografías, una semblanza crítica y un breve fragmento de la obra constituyen la carta de presentación de cada uno, pudiendo el lector armar su país literario particular, conocer más íntimamente al conjunto, buscar sus libros, entrar en sus páginas de internet o escanear sus perfiles tanto profesionales como personales en las redes sociales existentes.

Efectivamente, las nuevas tecnologías acercan lo que anteriormente estaba mucho más disperso y difícil de precisar. Algo que es aquí de suma importancia pues, a diferencia de los jóvenes autores del pasado, una parte importante de los integrantes de Nuevo país de las letras no vive ahora allí, se halla buscando una manera de salir o está ya a punto de irse.

La diáspora intelectual del milenio, como característica de la nueva literatura nacional, es un factor importante y palpable en la lectura de muchas entrevistas, realizadas con un pie dentro y otro fuera, o con los dos hoy recorriendo una nueva geografía. Ello no es ciertamente extraño, pues todos crecieron durante estas casi dos décadas de violencia, enfrentamientos y pauperización de la antaño Tierra de Gracia, que les ha dejado cual única herencia la aridez presente y un hueco negro como futuro.

“La tragedia de la vida nacional me la he tragado completa, y yo necesitaba tener una pausa en todo eso para poder dedicarme mejor a leer y a escribir. Afortunadamente tengo esa posibilidad ahora. Aquí en París”, apunta en este sentido Rodrigo Blanco Calderón, haciéndose eco de otros autores incluidos en el volumen, para evidenciar el daño que dicha tragedia ha infringido en ellos. Un daño, al cual la dictadura no solo ha hecho oídos sordos, sino más bien ha exacerbado encarcelando, reprimiendo y asesinando a los estudiantes que batallan hoy en las calles del país por su derecho a la libertad y a la vida en democracia.

Treinta y cuatro voces que ensayaron sus primeros pasos en el mundo durante la década de los años ochenta, conforman el corpus de este cuidado volumen, precedido por Nuevo país musical; con lo cual el proyecto de Banesco “en la construcción de un mejor país”, tal como apunta Juan Carlos Escotet Rodríguez en la presentación, se ha enriquecido mediante un nuevo título.

Aquí destaca, a manera de denominador común entre los entrevistados, el fervor borgiano por la palabra, guiada en muchos casos mediante los buenos oficios de profesores, críticos y poetas que, pese a la descomposición circundante, han logrado seguir manteniendo un alto nivel de excelencia. Rafael Cadenas, Guillermo Sucre, María Fernanda Palacios, Armando Rojas Guardia, Victoria de Stefano, Rafael Castillo Zapata son citados repetidamente como influencias literarias y docentes, siguiendo la tradicional generosidad intelectual de ciertos escritores y artistas nuestros en la formación de las nuevas generaciones.

La selección de autores es amplia y compleja, abarcando un número extenso de regiones geográficas, estilos, experiencias y oportunidades… o no, porque, si bien las influencias familiares y sociales fueron determinantes para algunos de ellos, otros tuvieron que abrirse paso desde la precariedad, sin dioses ni ídolos a quienes recurrir, tanteando en la oscuridad y dejando al azar de lecturas o encuentros circunstanciales el despertar de su vocación.

“Estudié con malandros, con tipos que vivían en barrios duros, que andaban en malos pasos. La gente que no aceptaban en ningún liceo, caía ahí”, nos dice Alejandro Sebastiani Verlezza, a propósito de su experiencia como hijo y nieto de inmigrantes, desde la memoria de quienes llegaron a Venezuela escapando de la pobreza y las guerras europeas para fundar una familia, parte de la cual ha debido dolorosamente abocarse al viaje inverso.

Pero la relación conflictiva con la realidad presente, igualmente cincela y afina el oficio de escribir en quienes, aún a pesar suyo, no quieren abandonar sus costas. “No puedo despegarme de esta realidad. No puedo irme del país. Yo quisiera que el país cambiara. Yo quisiera irme y regresar sin problemas. El país es una perversidad descontrolada”, asienta Enza García Arreaza, reverberando el sentir de muchos jóvenes arelados a un determinado paisaje vernáculo sin el cual no le encuentran sentido a la existencia.

Desafiar, bandear, navegar, eludir los escollos para evitar naufragar en las turbulentas aguas patrias es entonces cuestión de sobrevivencia. La palabra se vuelve ahí imprescindible en la tarea de resaltar lo que aún no ha sido arrasado por la desidia y el odio de los gobernantes, a fin de construir un lugar sólido donde guarecerse de tanta intemperie. “Lo que me impresiona no es la cantidad de cosas que se han derrumbado, sino la cantidad de cosas que sigue en pie”, parafrasea de Paul Auster Marianne Díaz Hernández, intentando articular el lugar de sus propios miedos y ansiedades que, sin embargo, no lastran sino empinan por encima de las miserias, a fin de transformar tanta ruina en celebración para y desde la escritura.

La propia identidad como militancia contra el despojo físico y moral causado por los desmanes del gobierno, igualmente encuentra su cauce en las preocupaciones de autores como Alejandro Castro, quien desde su poesía afirma que “no es mi propia homosexualidad lo que estoy tramando, sino una homosexualidad, para que en su desparpajo, en su propia inocencia, en su aparente desenfado, alguien que la necesite la encuentre. (…) No quiero escribir nada que al régimen le pueda sonar neutro”.

Palabras contundentes y sin eufemismos, pues esta generación se sabe alerta y en la trinchera, además de poseer una madurez personal y política inexistente en el anterior país de las letras. Algo que el libro evidencia, desde la profundidad y seriedad ideológica del grueso de estos autores, comprometidos no solo con su trabajo creador sino con un proyecto de país distinto al de sus mayores.

La autocrítica y el sentimiento de haber dejado muchas cosas en el tintero, igualmente planea sobre la conciencia de Nuevo país de las letras desde las revelaciones de, por ejemplo, Willy Mckey: “Cuando uno cumple 35 años de edad, ya no puede ser considerado una joven promesa, sino una joven decepción”, sostiene quizás un tanto irónicamente, dado el culto a la juventud en nuestras sociedades, si bien con una acotación importante en la Venezuela contemporánea: la urgencia de crecer de golpe para lidiar con el estado de emergencia permanente donde se halla sumida la nación.

Una certeza que la literatura de este milenio ha afrontado valientemente, pese a los males exteriores y los fantasmas interiores, a fin de generar una producción extensa en registros, géneros y asuntos que, por primera vez en su historia, se escribe equitativamente y con igual soltura y tenacidad tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales. En palabras de López Ortega: “Belleza y tragedia bajo un solo abrazo, verdad y desazón como un solo soplo, vida y muerte como el único de los dilemas. Llega la hora de las nuevas voces, llega la hora de las palabras inolvidables, llega la hora del nuevo país”.

Que la obra sea entonces la mejor venganza contra quienes empuñan hoy las armas para amedrentar al nuevo país. Un país el cual, arriesgando su propia vida, ha sabido aceptar el reto coyuntural y ha tomado las calles de la república para marchar, organizar, velar en fin por la preservación de todo lo bello y la gestación de todo lo grande por venir que, muy probablemente, quede consignado en las entregas futuras de muchos de estos creadores, plantados hoy en primera línea de fuego o trabajando incansablemente desde la retaguardia del autoexilio.

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