Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Para leer: Fragmentos de lo queer. Arte en América Latina e Iberoamérica

La Universidad de Buenos Aires ha publicado recientemente un libro de ensayos sobre las artes en el mundo hispano, visto desde la perspectiva de los estudios culturales referidos al género y las sexualidades otras. Esta edición a cargo de Lucas Martinelli, profesor de cine en esa misma casa de estudios, presenta una muy completa radiografía de la literatura, el cine, las artes plásticas, el performance, el teatro, la danza y el marco socio-político donde escritores, cineastas, artistas, actores, bailarines, coreógrafos y activistas han venido desarrollando su trabajo desde los años sesenta hasta la actualidad.

La “mirada caleidoscópica” que el efecto barroco tiene sobre los objetos culturales de la modernidad, se hace cuerpo en las páginas de estos ensayos para abrazar, de manera inclusiva, el arcoíris de opciones sexuales constreñidas aún en los márgenes del sistema en nuestras sociedades, donde salir del closet todavía puede ser mortal pese a los adelantos del colectivo en países como Argentina, México, Uruguay y Chile. Tal cual apunta Martinelli en el prólogo: “Tenemos que abrazar las disidencias. Hacernos cargo del desecho y lo inasimilable, con las tensiones simbólicas que esto conlleva. Juntar a las tortas, los putos, las travas, los trans, las travestis, los jotos, las mariconas, los viados, los andróginos, las bichas, las zapatão, las bolleras, lxs rarxs, los discapacitados, las deficientes, los anormales, los manfloros, las perversas, los BDSM’s y con todos hacer una comunidad que se exprese como ausencia insurrecta de normalidad que contagie y disuelva la normalidad misma” (19).

Desmantelar entonces una “normalidad” que no es sino el miedo del otro a aceptar las diferencias, no es tarea fácil, sobre todo en colectividades donde el machismo, el sexismo la homofobia y la violencia contra la mujer y las minorías es el patrón a seguir, no solo por los menos favorecidos política, social y culturalmente, sino por quienes detentan el poder. Algo que, pese a la rapidez con la cual se difunde la información por el ciberespacio, igualmente está en el germen de las nuevas generaciones. Ello, cual si los logros obtenidos en los años sesenta y setenta del pasado siglo, no permearan la coraza de los teléfonos inteligentes donde compulsivamente los jóvenes descargan sus energías, compran, venden y se conectan. En palabras de Denilson Lopes en “Por una nueva invisibilidad”: “No se trata de buscar aceptación o integración en una sociedad injusta, en que el término gay se limitaría a otro rótulo en una sociedad de segmentación de mercado. No sé si es el momento de recuperar una tónica libertaria o radical, lo que puede parecer ingenuo o simplemente ineficiente, pero ciertamente me siento incómodo al ver cómo cada vez más el término gay parece más bien un ítem banal de nuestra clase media con complejo de Miami o Nueva York, propagador de un consumismo desenfrenado” (29).

La politización del espacio artístico argentino, chileno y venezolano igualmente encuentra cabida en el libro, desde la obra de Alfredo Arias y Juan Stoppani (“Cuerpos del pop porteño” por Germán Garrido), la escena gay y feminista (“Filiación materna en las teorías del arte desde los 70 en Chile” por Felipe Rivas San Martín) y las intervenciones y obras de Alexander Apóstol (“Apuntes para una mirada queer” por Alejandro Varderi), respectivamente. En los tres trabajos priva una visión de las diferencias y lo diferente a la luz de los absolutismos de Estado y el modo como las dictaduras, tanto de derechas como de izquierdas, han marcado la producción artística continental desde las últimas décadas del pasado siglo.

“Aun cuando la dictadura militar chilena no tuvo una política de persecución específica dirigida hacia los homosexuales, por no considerar a la sexualidad dentro del listado de los agenciamientos políticos que podían poner en peligro la estabilidad del régimen, sí es posible que el contexto más general de represión autoritaria de derecha –junto a la comprobada homofobia de la izquierda– clausurara toda posibilidad de articular una militancia homosexual durante los años 70 y gran parte de los 80” (216-17), registra Rivas San Martín, para recalcar la influencia de los caudillismos y militarismos en la creación de artistas, doble o triplemente repudiados por el establishment, por su sexo, raza o/y opción sexual.

Y este es justamente el argumento que Julián Daniel Gutiérrez-Albilla esgrime al analizar el trabajo de la performista española La Ribot, (“La poética y política femenina/queer de la danza/arte de performance de La Ribot”), quien en sus piezas aboga por la desconstrucción del canon y la profanación de la llamada “pieza bien hecha”. Denunciar, sorprender, descolocar al espectador sacándolo de su espacio íntimo de seguridad y confort, son algunas de las estrategias que utiliza para evidenciar “la manera en que el poder soberano sigue imponiendo una distinción entre sujetos valiosos y aquellos que pueden ser reducidos a una ‘vida nuda’ (es decir, una vida despojada de forma y valor” (63).

Las consecuencias de la enfermedad y sus secuelas sobre la obra artística y la vida en general, son explorados en los ensayos de Gabriel Giorgi (“Temporalidad del sobreviviente”) y Adrián Melo (“Literatura y sida: Los nuevos sobreviviente”) para tejer un tapiz de relaciones que denuncian la “pérdida de valor” a los ojos de la “sociedad bien pensante”, de quienes se han contagiado y, mientras sigan sobreviviendo, constituyen una amenaza para los “puros” de cuerpo y espíritu. Los autores realizan un recuento histórico de la crisis del sida, como sentencia de muerte durante la primera década de la pandemia y su representación en la literatura y el arte, hasta los desarrollos actuales donde los portadores del virus sabiendo, que su muerte no es inminente, se repliegan sobre sí mismos, se lanzan desafiantes a todos los excesos o buscan normalizarse dentro del colectivo. De acuerdo a Adrián Merlo: “Esta emergencia novedosa de lo animal, de lo monstruoso, de lo vampírico, de lo marginal, de lo zombie que ya no puede ser excluida, ni exterminada, ni negada como lo habían hecho tradicionalmente las sociedades modernas, ofrece la posibilidad política de pensar nuevas formas familiares, nuevas formas de relación, nuevas formas de amar, pensar y sentir la sexualidad y también al Otro” (99).

El cine encuentra su lugar en el ensayo de Fermín Eloy Acosta “Irradiaciones, emulsiones virulentas y contraescrituras queer. Un mapeo de experiencias cinematográficas sexo-disidentes en Iberoamérica”. Aquí el autor se devuelve a la producción del nuevo milenio para enfocar el lugar del otro dentro de nuestra filmografía. Una labor imprescindible, especialmente hoy cuando el cine de Hollywood sigue dándole un lugar secundario dentro de las películas comerciales, representándolo como objeto de burla o como sujeto sin matices ni relieves, además de favorecer, en los contados films donde aparece, al hombre blanco por encima de la mujer y las minorías.

Acudiendo a la crítica semiótica, Acosta analiza las películas atendiendo al entorno urbano, su inserción en el género del docudrama y los usos del melodrama como espejeo del hiperreal hollywoodense de auteurs como Douglas Sirk, para concluir diciendo que “Esta serie de producciones abren interrogantes, suscitan reflexiones y dinamitan el uso de los regímenes de visibilidad, en torno a una serie de problemas que en el cine iberoamericano no tienen antecedentes directos o genealogía rastreable hasta el momento. Hay en estas prácticas una clara voluntad de politizar la sexualidad, de sexualizar el lenguaje cinematográfico y de minarlo de problemas e incertidumbres” (147).

Ezequiel Lozano con “Reflexiones sobre Ejecución (1969) como desmontaje de la heteronorma en el teatro”, se devuelve a la obra del autor canadiense John Herbert Fortune and Men’s Eyes, para observar los parámetros de su adaptación a la escena bonaerense, haciendo referencia a las distinciones entre la mirada anglosajona e hispanoamericana. Las diferencias dentro de una sociedad mucho más permisible, que los sesenta trajeron a Estados Unidos, quedan contrastadas con el conservadurismo y un sistema político mucho menos democrático de Argentina durante el mismo período. Si bien el autor reitera que fue entonces cuando, de manera clandestina, comenzaron a surgir grupos y publicaciones puestos a denunciar el acoso hacia las diferencias: “Resulta necesario enmarcar esta visibilidad de la disidencia sexual en los escenarios porteños de 1969, en una serie de sucesos a nivel social. El más significativo es el nacimiento de la agrupación activista argentina Nuestro Mundo (…). Esta asociación se creó clandestinamente en 1967, bajo la dictadura del general Juan Carlos Onganía, dentro de la precariedad de una casilla guardabarrera en Gerli (Pcia. De Buenos Aires). Se fundó con 14 personas y produjo la primera publicación donde se defienden los derechos de las y los disidentes sexuales, un boletín que lleva el nombre del grupo” (152).

Romina Smiraglia, por su parte, en “Sexualidades de(s)generadas: Algunos apuntes sobre el postporno” revisa la teoría feminista en torno a la pornografía para explicar su lugar en el imaginario de la mujer contemporánea, donde el llamado “postporno”, o lugar de resistencia a las normativas impuestas por la industria pornográfica tradicional, ha creado una zona de disensiones y reinterpretaciones de la misma. Smiraglia  examina el trabajo de artistas y trabajadoras del porno para establecer los parámetros críticos que posibilitan su inspección, desligándolo del carácter servil hacia el hombre como consumidor de pornografía.

Es de hecho la mujer misma quien toma ahora las riendas y decide el modo como desea ser vista, la manera como quiere gestionar el negocio, y el carácter del producto producido para y desde ella: “A través de los años, el porno para mujeres ha sido más fácilmente asimilado por la industria por su amplio potencial para satisfacer una demanda en crecimiento que surge de mujeres interesadas en la pornografía, pero que no encontraban productos que se dirigieran a ellas. En cambio el postporno se caracteriza generalmente por la autogestión, y su circulación se ve enmarcada en festivales, talleres y encuentros, en donde el consumo va entrelazado con una indagación sobre el discurso pornográfico y sus (im)posibilidades” (315).

Un libro amplio entonces que permite repasar lo concerniente a la opción queer desde variadas configuraciones, buscando que el lector pueda hacerse una idea global de un tema sumamente trascendente en la comprensión del mundo y de nuestro lugar en él.

Hey you,
¿nos brindas un café?