Más allá de los cánones de belleza, jamás pensé que lo social podría marcar la manera en la que se percibe el cuerpo, pero cuando mi camino se cruzó con el de Claudio Mestre, un argentino con tintes caribeños en su tratar, que estaba de paso por Venezuela, mi idea cambió.
Lo conocí el año pasado, en un taller de Psicodrama, y este año coincidí con él por tres días en algo parecido a un congreso, donde tuve la oportunidad de preguntarle sobre cómo lo social ha atravesado y marcado el cuerpo de los Latinoamericanos.
Es imposible ignorar el hecho que, por ejemplo, los argentinos y los venezolanos no nos movemos iguales. Claudio me apuntaba que por aquí, por esta costa norte y tropical, tenemos mucho más movimiento de la cadera para abajo: caminamos más descalzos, el paso es más marcado y hay más cercanía verbal; mientras que los argentinos son un poco más rígidos en el vaivén y mucho más cercanos en los gestos.
El cómo percibimos nuestro cuerpo afecta la manera de relacionarnos, porque a pesar que creamos que las relaciones se construyen con lo que pensamos, no podemos olvidar que lo expresamos a través de las manos, los ojos, el verbo que se materializa en la garganta y la lengua. La piel guarda en la memoria desde que somos pequeños cómo ha sido el contacto con el otro, y eso hace que nos conectemos de maneras distintas. No es igual el cuido y la nana de una madre colombiana que de una chilena, y eso afecta el cómo las personas se vincularán.
Los países no son nada sin su gente, así que el cómo se relacionan las personas va construyendo el cómo se va a relacionar ese país, esa masa de humanos, con otro. A pesar de las maneras tan diferentes que hay de moverse y de conectarse corporalmente, para Mestre las relaciones de familia y comunidad son uniformes desde el Río Bravo hasta Tierra de Fuego.
Los países se han hermanado a raíz de las caídas de las dictaduras, y a través del desarrollo de circunstancias sociopolíticas similares. Nuestros países, así como nuestros cuerpos, han aprendido a moverse acompasados.
Al pedirle que arme Latinoamérica como un cuerpo, Claudio pone las caderas en el Caribe y las piernas en Argentina, pero la cabeza no está en el norte, como sería lógico pensar. Considera que nos hemos engañado un poco con la idea que esta latitud es la que debe mandar.
Una de las cosas positivas que ha sucedido en los últimos años, para él, es que hemos puesto el sur patas para arriba. En Europa se interesan cada vez más por la situación latina, nos miran más. Las cosas han cambiado. Es como si los países han aprendido a reconocerse entre ellos, tal como lo hacen las distintas partes de nuestro cuerpo.
Algo sí me quiso dejar claro el argentino: El amor es lo que mueve este cuerpo de países, que une y que hace que formemos grupos; y a través de él construimos una mejor comunidad.
Al cerrar este escrito, no puedo evitar estirar los brazos lo más posible e intentar abrazar a Latinoamérica.