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Las mujeres sabias

El lenguaje y el contenido van indisolublemente juntos. No es cuestión de que el contenido es muy complicado y no se puede decir en un lenguaje más simple. El contenido complicado sólo lo es verdaderamente cuando se puede expresar de manera simple. Eso lo han dicho innumerables filósofos pero pareciera que no ha sido suficiente.

Es por eso que el lenguaje de los académicos, para decirlo de una vez, está definitivamente imposibilitado de decir la verdad. Delimitado como está por las fronteras que establece el argot profesional, se instala en el texto, por dialogar entre similares que se pagan y se dan el vuelto, estéril. Los hablantes del lenguaje académico, discriminan al que no usa el mismo tipo de sintaxis y aun más, lo subestiman. Cobardes se escudan, se encierran en sus nociones de siempre que son quistes, en una dinámica de mínimo esfuerzo, en la actitud soberbia digna del conocedor. Les toma oír mucho ruido antes de voltear la cabeza y empezar a asimilar los cambios en los modos de pensar de los demás, de la gente. No importa que sea justamente esa gente el motivo de sus sesudos estudios. Con decir que todo lo hacen pensando en la gente, tienen. Y se dan el lujo de interpretar, gobernar, educar, planificar, orientar… 

¿Será por eso que la educación, como la hemos concebido hasta hoy, está perdida y en tela de juicio? ¿Será por eso que la gente sale de las universidades directo al desempleo mas desalentador? 

El esfuerzo de los años de estudio ha empezado a perder sentido aceleradamente. Hace mucho tiempo que los jóvenes ya no estudian por curiosidad, porque quieren saber de algo o porque quieren aprender a hacer algo que les gusta. Desde el momento en que estudiar se empezó a vincular con el éxito, el dinero, la posibilidad de hacer familia, y en última instancia, de amar y ser amado, los jóvenes acuden a la universidad a estudiar carreras porque están de moda aunque no les interesen, porque son promesa de un rápido asenso social, aun por complacer a los padres o por conseguir pareja –claro está, esto se dice fácil de las muchachas no de los muchachos-. Los paradigmas profesionales de los países cambian, según lo establece la televisión, el cine y la publicidad. Pero si empieza a suceder que sales de la universidad y no consigues empleo, ¿para qué estudiar?

No se educa para el trabajo. Se educa de espaldas a la realidad de necesidades, usos y costumbres de la gente. Se educa desde la oscuridad de “las grandes verdades” académicas.

Aun más, la futilidad y frivolidad del lenguaje académico no sólo esteriliza el contacto del pensador entrenado, con la realidad, – lo que lo vuelve completamente inútil -, sino que insiste en errores terribles que conciernen a ámbitos aparentemente menos importantes como lo es la percepción de la mujer. Porque el lenguaje académico es masculino.

La mujer académica, de la que surgen muchas de las mujeres gerentes, está llamada a dejar su femenino en casa. Obligada a hablar en términos masculinos, analizando las realidades que le competen con una mirada completamente masculina, disimula lo que por naturaleza ve, aunque llegue mas allá. Justamente porque lo que ve y entiende pertenece a territorios que los hombres no alcanzan a comprender. Si a la mujer “experta” se le ocurre hablar de alguna cosa emocional involucrada con el tema, – me refiero a todas esas cosas que pertenecen al universo de los no dichos -, por supuesto, queda fuera de juego, completamente descalificada, dejará de ser tomada en serio. Me refiero a hablar con lenguaje cercano, que refiere lo cotidiano, la verdad íntima de las cosas, donde yace la máxima verdad de la que todos somos capaces. A la hora de las chiquitas, con el corazón en la mano.

La mujer académica y gerente entonces se esfuerza por aprender otro idioma que no le pertenece. Tiene doble trabajo, y no me refiero al trabajo doméstico del que no logra desembarazarse ni que el marido la ayude o tenga con qué pagar ayuda, sino en que tiene que aprender a expresarse y vestirse y gesticular en lenguaje masculino.

Porque además está obligada también a domesticar el aspecto de sus curvas en beneficio de la imagen seria o ejecutiva por separarse de la percepción de objeto de deseo que inmediatamente la descalifica. Como si los hombres dejaran de ser serios por ser objetos de deseo. Por el contrario mientras más serios más deseables. Justo lo contrario que ocurre con las mujeres serias, académicas, gerentes, que pueden tener muchos amantes pero difícilmente consiguen marido. Esa competencia de una mujer que habla su mismo idioma, no es deseable, no la quieren al lado a la hora del descanso ni todo el día ocupada en cosas serias lejos de la casa. 

Sólo hombres muy inteligentes son capaces de hacer vida con mujeres sabias – parafraseando a Moliere -, y sólo ellos descubren que la mujer académica, seria, gerente, aunque no lo diga, nunca pierde su facultad de contarse en lo que cuenta. 

Pero esta gente que está imbuida de sí misma, que se masturba en sus sujetos, verbos y predicados y que no le sirven a nadie para nada; todos esos profesores universitarios, esos funcionarios gubernamentales, esos gerentes institucionales, tendrían mucho que aprender de la manera de ver de las mujeres siempre mas cercana al corazón y la verdad de las cosas que todas tienen su lado humano. Pero como no le dan entrada a las mujeres en esos ámbitos regidos por la seriedad académica, a menos que se disfracen de hombres, esta es una batalla por ahora perdida.

Podrían entonces tal vez los académicos salir de su claustro y aprender de los publicistas y demás que trabajan en el mercadeo de productos, que tanto critican y desprecian. Pues ellos sí saben mucho de la gente y cómo comunicar es su oficio. Trabajan el valor de la imagen de la cosa, en tanto entienden que más de las veces trasciende la cosa misma. Nunca desestiman el poder de la palabra, se esmeran en la escogencia del adjetivo justo, en convocar la cercanía que tiene lo que dicen, con la palabra que todos conocen. Y así apuestan a la resonancia de su discurso en el alma del que escucha.

Por eso siempre es mucho más divertido e interesante leer la historia novelada, ver una telenovela, enterarse de un chisme, o terminar de saber los cuentos de familia. Por eso también los turistas buscan la autenticidad de los lugares que no están reinventados por las cadenas hoteleras o agencias o ministerios de turismo sino que conservan la verdad del habitante original con su cotidianidad tan distinta a la propia. 

Lo malo es que estamos en manos de gobernantes, investigadores, consejeros, gerentes, académicos que no hablan el mismo idioma que nosotros, los demás, ciudadanos de a pie, sus víctimas.

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