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Sergio Marentes
viceversa

Las modernas y contaminantes mamás de plástico

Mis ojos no daban crédito a lo que veían aunque sí mi corazón, que es el órgano que mejor sabe ver, y con eso me bastó para que aquello viviera, ya para siempre, en lo profundo de mi ser. Lo que existió entonces fue un feto de ganado caprino dentro de una especie de bolsa transparente con varias boquillas de diferentes diámetros, por donde entraban el aire y los nutrientes necesarios para terminar, sin complicaciones, el tiempo de gestación regular.

La imagen me hizo pensar en que algo parecido sucede con los libros que escribimos y se quedan en ese limbo que es el cajón de manuscritos, que no es ni una cárcel de madera ni un paraíso con límites impuestos por el creador. O con las lecturas que dejamos pendientes y a las que mantenemos en contacto con nosotros, sus padres, a través de un cordón umbilical en forma de marcapáginas que alimenta en ambos sentidos, como ordenan las leyes universales de alimentación. Pero sobre todo pensé que la tendencia del mundo de hoy es extender las dependencias que tenemos con quien nos alimenta, aunque podríamos hablar de las dependencias emocionales y hasta de las espirituales, pero para cada una de ellas hay especialistas, como para todo… otra de las tendencias del mundo actual. A propósito, el mundo de hoy está tan especializado en especializarse que, cuando menos lo imaginemos, estaremos detrás de todos los especialistas de lo que no somos especialistas, en una fila interminable. Ojalá llevemos algo que leer mientras la ciencia deja que lleguemos.

Y entonces la ciencia, en su máxima expresión, me inspiró como siempre para escribir un texto en el cual un gestante humano, dentro de un vientre de plástico no biodegradable, ve al mundo tan borroso que decide nunca nacer. Desde allí, a la edad de treinta y cuatro años, desde una remota ciudad tercermundista, escribe un texto sobre su vida y lo envía a una revista en Nueva York para la que escribe semanalmente, aunque las semanas sean todas iguales y no tenga nada qué contar, y aunque no cuente en realidad lo que quería contar, como lo hacen casi todas las historias.


Photo Credits: Lewis Minor

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