Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: Emma Nibaru ©

Las distancias de la muerte

En unos días, cumpliré dos años de estar viviendo en España. En este tiempo, he vivido desde la distancia la muerte de dos personas que conocía en Venezuela: la de mi papá y la de L., mi profesora de teatro.

Siempre que muere alguien, significa que nuestra relación con esa persona ya no va a cambiar. La muerte es el beso final que sella ese vínculo en piedra. Podemos cambiar el cómo nos relacionamos con las ideas que tenemos sobre ellos, o con los recuerdos y vivencias. Cualquier cosa más allá de eso, es físicamente imposible.

Esto ocurre así sin importar cuán grande o pequeño sea el espacio que nos separa. El cómo lo he procesado, es el punto en el cual comienza a influir la distancia geográfica desde donde lo estoy viviendo.

El vivir lejos del lugar en el que nací ha cambiado mi percepción del tiempo y el espacio. Se me hace imposible no sentir que esas relaciones ocurrieron en otra vida, como si el universo se hubiese partido en dos el día en el que me monté en el avión que me trajo a este otro continente.

Además de estar a miles de kilómetros del lugar donde fallecieron, me enteré de ambos decesos de otra manera distante: un post en Instagram. Ambas veces me sentí impresionada y afectada, pero no pude llorar. Yo, que lloro hasta con algún comercial, no pude llorar la muerte de dos personas que, incidieron en mi vida y sin las cuales no sería quien soy hoy. L. me animó a escribir cuando ni yo pensaba que podía hacerlo y mi papá por las razones biológicas evidentes.

El espacio emocional que me separó en los últimos años de sus vidas me impide saber si algo de ese concepto que tenían de mí como persona aún existe, ni sé si las historias que compartí con ellos realmente siguen perteneciendo a esta vida o son parte de otra anterior que también ha muerto.

A ellos, que nunca se conocieron, los conectan dos ironías. La primera es que, en mi vida, hablé más con L. que con mi papá. Lo segundo es que ella tenía una extraña fijación de preguntarme por él. No pude contarle mucho porque no tenía mucho, así que probablemente le repetí ciertas cosas varias veces.

También los conectan mi existencia y estas líneas. Eso a ellos los hace un poco menos distantes entre sí mismos, aunque yo siga sin saber realmente cuán lejos o cerca estoy de la muerte de las personas que fueron.


Photo by: Emma Nibaru ©

Hey you,
¿nos brindas un café?