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 Las ciudades inhóspitas que nos esperan

El desorden con que crecen las ciudades en la actualidad no puede ser ignorado y debe llevarnos a una profunda reflexión. El gran desafío, en estas condiciones, es cómo mejorar la calidad de vida de sus habitantes dotándolos, para ello, de una mejor salud pública y garantizando, además, su crecimiento armónico. Este esfuerzo requiere no sólo de la participación de planificadores urbanos, sino también de expertos en salud pública y medio ambiente, políticos, y, fundamentalmente, de las mismas comunidades.

Observando el desarrollo de la ciudad moderna, los urbanistas más eruditos podrían pensar con nostalgia en todo lo que difiere de su homóloga griega, la polis, que el historiador arquitectónico italiano Leonardo Benévolo describiera como «dinámica pero estable, en equilibrio con la naturaleza, y creciendo en forma armónica incluso después de alcanzar grandes dimensiones.»

El crecimiento urbano descontrolado y aparentemente aleatorio que actualmente ocurre en la mayoría de los países difiere de lo que los griegos tenían en mente yes ahora un motivo de preocupación para los expertos en salud pública, que ven, cada vez más, una población despojada de sus derechos básicos de salud y bienestar.

Actualmente, en las ciudades más grandes y cuyo crecimiento es más acelerado, la contaminación ambiental es cada vez mayor, las áreas verdes se están reduciendo, la vivienda es inadecuada, los servicios públicos están sobrecargados y los asentamientos improvisados ​​se multiplican en las zonas marginales.

Además, en muchas ciudades de América Latina, las añejas mansiones coloniales de gran valor histórico y arquitectónico son reemplazadas por enormes edificios de departamentos que no guardan relación alguna con el carácter histórico del barrio en el que están ubicados. Un nuevo tipo de guerra se está librando en ciudades de todo el mundo: los valores estéticos versus los valores materiales.

 

El imán de las grandes urbes

La rápida urbanización está relacionada no solamente con el crecimiento normal de la población, sino también con la migración, tanto interna como externa. Los movimientos de personas, sean estos desde las zonas rurales a las urbanas o de un país a otro alteran, generalmente, el perfil epidemiológico característico del lugar. Ello da lugar a la aparición de nuevas enfermedades o al resurgimiento de las viejas. Tales son los casos del VIH/SIDA, la tuberculosis, la fiebre amarilla, el dengue y la malaria. En Costa Rica, por ejemplo, las migraciones en gran escala provenientes de otros países de América Central en la década de los 80 del pasado siglo produjeron un marcado incremento en la prevalencia de la malaria y otras enfermedades infecciosas y parasitarias, manifestándose especialmente en las zonas fronterizas.

Entre las principales causas que llevan a migrar a la población rural hacia las ciudades están la pobreza, la búsqueda de mejores oportunidades sociales y de empleo, la persecución política y la violencia. Justamente, de esto último, Colombia es un doloroso ejemplo: miles de familias fueron desarraigadas y desplazadas por sucesivas oleadas de violencia, provocando una huida en masa a las ciudades más grandes del país, donde la mayoría vive ahora en zonas marginales pobres. El caso de Colombia no es ciertamente el único. La población rural pobre en muchos otros países de América Latina también ha sido desarraigada y obligada a migrar en masa hacia los grandes centros urbanos. La reciente tragedia en Haití expone los riesgos asociados con ese desplazamiento. Allí, un gran número de personas habían migrado en años anteriores de las zonas rurales y suburbanas a la capital, Puerto Príncipe, en donde se instalaron en viviendas precarias. Es allí donde el terremoto del 12 de enero de 2010 se cobró la vida de más de 300.000 personas, dejó otras 300.000 heridas y casi un millón quedaron sin hogar.

El traslado forzado expone al migrante a situaciones fatalmente nuevas, como son el estrés emocional, la pérdida de la estructura familiar, sumados al tráfico congestionado, el ruido excesivo y la contaminación del medio ambiente que, si bien afectan a personas de toda la escala socioeconómica, son a las zonas más pobres a las que más dañan. Justamente, éstas se acantonan en enclaves dentro de la ciudad misma, en villas de emergencia, y en círculos concéntricos alrededor de la gran urbe formando los mentados conurbanos. En estos últimos los habitantes padecen de una dosis extra de contaminación ambiental, ya que las industrias tienden a concentrarse en las zonas periféricas, donde son más laxas las regulaciones para su funcionamiento. Es allí, en esos barrios congestionados, donde la falta de higiene que acompaña al hacinamiento, la polución sonora y la falta de espacio para la recreación, junto con las malas condiciones sanitarias y la eliminación inadecuada de desechos, crean condiciones propicias para la propagación de enfermedades.

 

No tan sólo los pobres padecerán

Los efectos nocivos de la trama urbana afectan a todos los habitantes por igual, incluyendo a las capas medias y altas. Es importante recordar que la vida ciudadana propende a cambios en la dieta, que conducen a la obesidad, con una mayor probabilidad de contraer diabetes tipo II; y a la falta de ejercicio, que junto con esa dieta inadecuada, aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Tampoco se debe perder de vista que los medios de transporte, en las grandes concentraciones urbanas, son una fuente importante de contaminación del aire. Un caso emblemático es el de los residentes de Santiago, Chile, que se ven afectados por una serie de problemas respiratorios causados por grandes concentraciones de partículas contaminantes en la atmósfera debido al smog, cuya persistencia es, a su vez, facilitada por las circunstancias topográficas y climáticas de la zona.

Estos problemas no están limitados, ciertamente, a muchas ciudades en América Latina. Según el informe del 2011 sobre la calidad de vida en España, 9 de cada 10 españoles respira aire cuya contaminación supera los niveles recomendados por la Organización Mundial de la Salud.

La problemática de la contaminación ambiental adquiere un relieve notable si consideramos su influencia deletérea en los niños por nacer, puesto que castiga a seres indefensos; criaturas inermes a quienes la sociedad, en vez de cobijarlos, los somete al vejamen de sus desechos. Innumerables estudios dan cuenta de que el sistema reproductivo de las mujeres embarazadas es especialmente vulnerable a los contaminantes ambientales. Cada paso en el proceso de reproducción puede ser alterado por sustancias tóxicas presentes en el ambiente –plomo, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, hidrocarburos, ozono– aumentando el riesgo de aborto espontáneo, el crecimiento fetal inadecuado y las malformaciones prenatales.

El futuro no parece alentador. En 2008, se estableció que, por primera vez en la historia, más de la mitad de su población –3,3 mil millones de personas– vivía en zonas urbanas. En 2030, se espera que su número llegue hasta casi cinco mil millones. Muchos de los nuevos residentes urbanos serán pobres y su futuro dependerá, en gran medida, de las decisiones políticas que se tomen ahora.

 

La invasión de los refugiados climáticos 

De acuerdo al Foro Humanitario Global, todos los años, el cambio climático causa la muerte de unas 300.000 personas y afecta seriamente a 325 millones. Para colmo, las migraciones se intensificarán a medida que las condiciones climáticas cambiantes conduzcan al abandono de lugares áridos e inhóspitos. Esto dará lugar a graves problemas de salud relacionados con el estrés del desplazamiento y a los conflictos civiles causados ​​por el movimiento caótico de las personas.

Un refugiado climático o ambiental es una persona que se ve obligada a trasladarse, ya sea a otro país o a una nueva ubicación dentro del suyo, debido a las consecuencias del calentamiento global. El número de refugiados ambientales alcanzará 150 millones en los próximos 50 años, según el profesor Norman Myers de la Universidad de Oxford.

Las tendencias económicas, sociales y políticas que influyen en la migración continuarán durante las próximas décadas. El reto para los gobiernos es diseñar políticas de migración que tengan en cuenta las necesidades de los migrantes, así como las de la población que los acoge.

Las inversiones económicas de los países industrializados en los países en desarrollo y políticas comerciales más justas pueden fomentar la cooperación a largo plazo y reducir las presiones migratorias. Lamentablemente, las grandes ciudades, al contar con un trato preferencial en términos de infraestructura y desarrollo industrial, siempre actúan como imanes para los más pobres.

 

Perspectivas: lo bueno, a pesar de todo

La urbanización, cabe decirlo, no sólo causa problemas. Para muchas personas que vienen de zonas rurales a poblar las ciudades, éstas le proveen de oportunidades laborales, de educación, de acceso a la información y la posibilidad de desarrollar su creatividad personal que, casi con certeza, no tendrían en sus lugares de origen. La urbanización en sí no es el problema. El problema es cómo se hace.

Los problemas asociados con la creciente urbanización ponen de manifiesto la necesidad de responder a este fenómeno con políticas que tengan en cuenta las necesidades básicas de todas las personas, especialmente las más desprotegidas. En ese sentido, es importante aprender de experiencias exitosas que se están llevando a cabo en la actualidad.

En años recientes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Europa y la Oficina Panamericana de la Salud (OPS) en América Latina y el Caribe han desarrollado un proyecto denominado “Ciudades Saludables”. Está compuesto de varias acciones (agua y saneamiento, medio ambiente, planificación urbana, servicios de salud, entre otras) destinadas a mejorar la salud y la calidad de vida de los habitantes de las ciudades.

Como dijo Herbert Girardet, experto en sostenibilidad urbana: «Si vamos a seguir viviendo en las ciudades, en efecto, si hemos de seguir floreciendo en este planeta, tendremos que encontrar una relación viable entre las ciudades y el mundo viviente – una relación simbiótica, pero no parasitaria, una situación de apoyo mutuo». Sólo cuando estas acciones se lleven a cabo será posible llegar a esa situación casi ideal enunciada por Hipócrates hace 2.500 años: lograr un equilibrio entre el organismo humano y su entorno.

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