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La vocería ruidosa

En un trabajo suyo, «La civilización del espectáculo», Mario Vargas Llosa expresa con acritud (y tal vez debería decir con la necesaria crudeza) la banalización que adolece la sociedad contemporánea. Si bien el Premio Nobel enfoca su ensayo en el arte, que es su espacio, la frivolidad se extiende a todos los ámbitos humanos y, fatalmente, incluye a la política. Embriagados por el discurso políticamente correcto, se ha perdido la profundidad y la densidad de los planteamientos.

Esa superficialidad resulta más que plausible en Venezuela hoy en día. No puedo generalizar, desde luego, pero, mayoritariamente, los analistas más sonoros redundan sobre los efectos de la crisis y no sobre sus causas. Con la soberbia del necio, expresan obviedades que ante la gravedad de la tragedia que nos abate, más allá de ser inútiles, y lo son ciertamente, la empeoran.

Las escasas ofertas de solución se limitan a calcar recetas que si bien han sido exitosas en otras naciones, no se corresponden con las circunstancias actuales en Venezuela. Si bien Polonia pudo escapar del comunismo mediante el voto, y también otras naciones que otrora estuviesen tras la Cortina de Hierro, no puede colegirse por ello que sea esa la única solución aceptable, ni mucho menos que vaya a resultar triunfante en un contexto histórico diferente al polaco y, en general, al de los países del este europeo entonces. Lo mismo puede decirse de las revueltas callejeras, a pesar del aparente éxito de las que tuvieron lugar, por ejemplo, en Ucrania o Libia.

No hay en la vocería opositora, y mucho menos en la oficialista (de la cual no espero ninguna propuesta medianamente razonable), una oferta seria para zanjar las graves dificultades presentes en Venezuela hoy por hoy. Rara vez se escucha o lee en los medios de comunicación un análisis concienzudo acerca de las causas de la crisis y mucho menos de cómo resolverla. La mayoría de las veces se limitan a exposiciones obvias sobre sus efectos. Con pasmosa necedad se limitan a tratar los síntomas de una enfermedad que si bien ha sido exacerbada durante los últimos veinte años, ya adolecíamos de ella antes de la llegada del gobierno revolucionario, que, sin dudas, es una derivación de esa «enfermedad».

Esa frivolidad no es un mal endémico que aqueje a todos, afortunadamente. Hay pensadores que no se han emborrachado con la simpleza imperante, con la necedad de la corrección política tan común en la actualidad. Sin embargo, ante una muchedumbre ávida de respuestas frívolas que aquieten su necesidad hedonista (influenciada por las tendencias egoístas y banales tan de moda en esta «sociedad líquida» contemporánea), la ruidosa vocería superficial acalla a la que, sin aspirar a la fama y el protagonismo egocéntrico, propone ofertas contextualizadas para superar la crisis.

Creo que debemos volver la mirada sobre esas voces profundas que conscientes del contexto presente, ofrecen proyectos viables para lograr lo que desea la mayoría (incluso aquellos que perdidos, revolotean sobre las mismas propuestas fallidas): la anhelada transición hacia un modelo genuinamente democrático. Como grupo, como ciudadanos, y no mazamorra popular maleable por caudillos y padrecitos, tenemos que volver la mirada hacia esos hombres y mujeres que no buscan satisfacer sus egos ni demostrar que tenían razón y que son portavoces indiscutidos de una verdad inobjetable (la suya), sino que aspiran a diseñar una solución a corto, mediano y largo plazo para los graves problemas venezolanos.

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Alejandro Vazquez Ramirez
Alejandro Vazquez Ramirez
5 years ago

La polìtica está llamada a copiar la gerencia,debe innovar, «pensar fuera de la caja», búsqueda de soluciones «personalizadas» y no copiar recetas, si es que pudieron llegar más allá del discurso en el foro (Grecia) y sobre todo meritocracia, los hombres más idóneos.
Descripción ésta que con el tiempo acallaría esa vocería ruidosa.
Estos correctivos le llegarán tarde a Venezuela, espero que a otros países no

Ramiro
Ramiro
5 years ago

La inmediatez de las fórmulas de comunicación que exigen las redes sociales ( y los ciurculos y aociedades que provocan) nos hace confundir: la brevedad inyeiductoria de quien quiere proponer un debate, con la escueta vanalidad de quien quiere escapar de él

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