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gabriel jaime caro

La tierra y la sombra de César Acevedo, Colombia, 2014*

Otra más de Caliwood. ¿Otra vez Buñuel sin surrealismos, está por verse?

 

Pica más la picada de un encierro tercermundista con ribetes muy grillos, clavos, patéticas maravillosas y devenires inciertos de César Augusto Acevedo, con su ópera prima premiada en Cannes con La Cámara de Oro, 2015.

Su estilo no es tercermundista, diríamos mejor, del bueno o gran cine. Nada raro encontrarnos en nuestra Troya, en las suaves hamacas en la playa. En extensiones de sembrados de caña, de una manera descarada, con explotación semiesclavista del monocultivo. Ante tanta bondad corre lo diabólico. Otra más de Caliwood. Otra vez Buñuel con su herencia surrealista (la indivisibilidad). Sube el correlato, el cerebro que ya se creía cabeza de chorlito.

Con el guión escrito por Acevedo en La tierra y la sombra, los escenarios por fin deconstruidos (repensar la filosofía), La casita prefabricada con entradas de luz, la lista interminable de extras, conformarían una buena y antigua zafra de la caña El niño salvaje II. Dice su director en el foro del cine del East Village que la mayoría son actores naturales, que su actor protagonista, Haimer Leal como Alfonso era el que servía los tintos en el hotel mientras se hacía el casting, le gustó su voz.

Y ahí si se cagó el actor Sebastián Aragón, con los actores naturales, no era para tanto. Póngalo ahora a leer poesía y verá que no sale con nada. El niño del reparto de La tierra y la sombra es natural de la región. Qué dura crítica a las FARC que frente a esta impotencia se embarcaron en un ridículo y llevadero stalinismo, imposible con el poder dominante (ambos frentes), y que pecaron amargamente con el secuestro. ¿Quién le quita la verdad a esta realidad? Un millar de ambientalistas.

Como no teníamos a Sebastião Salgado para que retratara esta región, el Valle del Cauca, y la hiciera famosa, como Monte Pelao; se ha perdido siempre en luchas estériles por mantener un status quo, La María de Jorge Isaac, bienvenida, los liberales que le cortaban la cabeza a los conservadores y viceversa. La violencia que engendra terror, y un niño bonito.

Con Mateo Guzmán, la fotografía; diez años le costó al autor realizar el filme casi documental, aquellos silencios, pero aquel polvero, los rizomantes manejos con la poesía en el filme constante, India, Irán, Turquía, Portugal. Inconstantes como Hollywood sin pio de mensaje, la cultura aterciopelada, no tanto los estudios de Cinecità, albergaban la luz del neorrealismo y sus conflictos exteriores con la fantasía de Julieta de los espíritus.

La paciencia del joven autor colombiano, para editar por tantos años su primer filme, el viento limpio escaso que se hace y mueve la cortinita. Su toque maestro en La tierra y la sombra nos lleva a reacomodarnos en la sala, ya que por fin salen los ojos diabólicos, y el espectador ríe, pero como siempre se equivoca, el corte de caña, sus tomas son perfectas.

Dejarán por fin llegar a esos pueblos sesquicentenarios, precoloniales al cine para soñar un ratico, no importa que lleguen los asesinos de Sangrenegra, de alias Berenjena, digo en otro contexto. No es otra cinematografía que muere, que alienta a sus vecinas como lo hizo El abrazo de la serpiente con Venezuela. Coproducciones vecinas y latinas.

Habrá mucho más Acevedo, el tímido adolescente que ha colocado una en la historia del cine. La tierra y la sombra, que llega para quedarse fresquecita en la puerta de nuestras recientes historias ficcionadas con sabiduría. Ya había participado en otros filmes como La sirga, y nos aleja de ese incipiente cine que hizo la televisión colombiana, que sepultó a actores como Gustavo Angarita, protagonista (?) de Sofía y el terco, el peor filme de la historia del mal cine, y por lo tanto de Colombia, que aún no lo ha reconocido, ni a plomazos.

 

II

Pero el líder de todo esto ya lo sabemos, es Luis Ospina (Un tigre de papel, Todo comenzó por el fin), el gran documentalista (y ahora el turno grande es de César Acevedo), sacándole brillo a la posibilidades remotas.

El líder de Caliwood (SE BUSCA). Tal vez le demos una palmadita por la no muy pero muy muy regular puesta en escena de Qué viva la música, basado en la novela de Andrés Caicedo, y dirigida por Carlos Moreno (solo se salvan 15 minutos dijo mi amiga Cristina Correa), perdón por acusar, sin que nada tenga que ver con lo tuyo.

Y que diremos del irregular Carlos Mayolo, in memoriam, que después de Agarrando pueblo (28 minutos), 1977, no hizo nada de importancia para el cine colombiano. A La mansión de Araucaima, de 1986, le falta látigo falo plástico y algún mago para que resuelva el final a trote de sainete.

Por supuesto que no pertenecen a la porno miseria del cine de los paisas medellinitas, Víctor Gaviria,  que abunda en asombros ante los asesinos S.A, o sea la imagen catastrófica, la cantidad, cientos de bandas asesinas como escuadrones de la muerte, los niños pegados a los buses para subir la montaña, el filme de La Piro, diría yo embelesado ahora por el filme de C.A. Acevedo, que me lleva a otra película de autores vallunos, Carlos Moreno y Todos tus muertos, 2010. Logrado desde el barroco acomodar la plástica a la violencia, y no era para reírse y la gente se rió y no vio nada. También con su puesta en escena en los cañaduzales del norte del Valle.

A Lucas Cruz, estés donde estés.


* Presentada en el cuarto festival del cine colombiano, 2016, dirigido por Juan Carvajal, Village East Cinemas.

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