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La Simulación

Otro de los problemas de México en el combate a la corrupción, es la simulación. Dicen que la corrupción es cultural, y muchos se ufanan en decir que somos número uno en todo lo malo. Sin embargo Brasil nos lleva la delantera, Venezuela, Argentina, hasta los Estados Unidos con un presidente como Trump quien presumió en campaña que no pagaba impuestos. López Obrador, prometió en campaña que combatiría la corrupción. Ahora en funciones percibimos un doble mensaje en sus declaraciones. Los más importantes secretarios de su gabinete ocultan sus bienes, y no es porque esté mal tener propiedades producto del trabajo, sino por la simulación. Cuando era jefe de gobierno del D.F. el actual presidente presumía tener un carrito Nissan, luego nos enteramos de que su chofer ganaba salario como secretario de gabinete. El presidente simula vivir en pobreza, rechazó la guardia y, el avión presidencial le pareció muy ostentoso, pero, la renta para tenerlo embodegado en los Estados Unidos es de 417 millones anuales, en espera de un comprador. No se entiende la simulación; el costo de la bodega, más el arrendamiento se transforman en un elefante blanco, y todo con la justificación de que el avión es ostentoso para la presidencia. Quiere justificar la austeridad, pero debería tratarse la fobia a los aviones. No es conveniente que el presidente viaje en vuelos comerciales, es peligroso y, además, incómodo para los pasajeros.

Otra simulación: ponen en venta vehículos de lujo y otros aviones. Los empresarios, y quienes trabajamos y pagamos impuestos no estamos de acuerdo con sus ideas de simular pobreza en nuestro país, no queremos vivir como Cuba o Venezuela. Un país petrolero como el nuestro que Chávez con sus políticas de simulación llevó a la bancarrota. Hoy con Maduro, a los ciudadanos el salario no les alcanza ni para comprar comida. ¿Para qué retroceder si podemos aspirar a ser un país del primer mundo? Tenemos recursos naturales y humanos que bien quisiera Japón, un país en el cual, por falta de todo eso los ciudadanos tuvieron que volverse ingeniosos. Lograron así pertenecer al primer mundo, dignos de admiración.

El problema en nuestro país, se repite cada sexenio. Llega el nuevo presidente con su equipo, se sienten dueños del país y cambian todas las políticas. No llegan para servir, sino para servirse.

Al respecto de la simulación, platicaba con mi nieto de 13 años, quien, acostumbrado a escuchar temas de política, me preguntó: “¡explícame por qué permiten que los maestros interrumpan las vías del tren, que hagan marchas, que los niños se queden sin clases y que nadie los castigue!. En cambio, a los estudiantes nos castigan por llegar tarde, por no llevar el uniforme completo, por no hacer la tarea, por levantarnos en la clase, por pelearnos, por contestarle a un maestro, por pedir varias veces permiso para ir al baño y, además, cuando nos sentimos mal, dicen que estamos mintiendo. ¿Entonces para qué sirven las reglas que nos enseñan si cuando son adultos no las cumplen? Le di toda la razón, con pena acepté. “Esa es la simulación”. No se puede combatir la corrupción sin abatir la impunidad, sin aplicar el principio de congruencia, honestidad y respeto por los bienes ajenos. La democracia es un proceso poco predecible, a veces da el poder a los buenos y a veces a los malos, otras engrandece a un presidente que gobierna con visceralidad. Unas veces empodera a la derecha y otras a la izquierda. Estamos iniciando un nuevo gobierno, unos le dan el beneficio de la duda y otros estamos muy preocupados por tanta simulación.

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