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La segunda oleada

Noam Chomsky expone diez estrategias para la manipulación mediática de los ciudadanos. Todas eficientes, y, sin dudas, orientadas a crear personas acríticas, sosas, sin matices, pringadas con un tenue tegumento cultural que le dé herramientas para conversar sobre las necedades de las Kardashian o las ofensas ofrecidas a un joven chef por un jurado majadero, o, desde luego, aceptar sin más la palabrería vacía del discurso socialista, pero que, en modo alguno, le otorgue recursos para comprender y criticar la realidad que vive.

No viene al caso enumerarlas. Me preocupa mucho más, por lo que supone, la segunda oleada de esas estrategias, que, acaso, deviene como una secuela indeseada aun para aquellos que se valieron de ellas. Me refiero pues, al liderazgo que, como el resto de los ciudadanos, ha sido manipulado, y que hoy, como lo hemos visto hasta el hartazgo, responde, consecuentemente, como un individuo cuya capacidad crítica ha sido menguada. Surgen pues, de esa segunda oleada de manipulaciones, los falsos líderes, envenados por el discurso políticamente correcto.

No se trata solo de la vulgarización del lenguaje, recurso usado por los dictadores de nuevo cuño, que entre palabrotas y soecidades se han ganado a una masa que los ve como iguales, y que por una perversa razón que me niego a entender, le resulta genial que un chofer de autobús que en su vida tuvo mayores responsabilidades asuma la conducción de un país y resultantemente, el destino de millones de personas. Aún recuerdo el slogan de una campaña adeca en Venezuela: «Jaime es como tú». Se trata asimismo del culto que se le rinde actualmente a lo tonto, a lo superficial y a lo vulgar. Basta atender la letra de un reguetón para advertir además de la pobreza superlativa del lenguaje, la exacerbación de la vulgaridad y del atavismo, y aun de conductas misóginas.

Los dirigentes manipulados mediáticamente (aun cuando no estén conscientes de esa manipulación) aprendieron de sus predecesores el paternalismo que en ellos decae en una actitud pueril. Sin el fin retorcido de sus maestros, en su mayoría hombres y mujeres negados a reconocer la capacidad los ciudadanos con el único objeto de abaratar intelectualmente sus campañas electorales, degeneran en una casta igualmente paternalista pero, además, incapaz de enfrentar los retos que de ella exijan creatividad y verdadero liderazgo.

La mediocridad pues, impregna al liderazgo, le imprime exactamente lo que esa medianía supone: no son ellos malos, pésimos dirigentes, pero tampoco descuellan en su labor. Su discurso y su oferta se limitan a un abecedario sin importar qué tan inútil resulte para enfrentar la realidad tal cual es y no como se desea que sea. Por ello no importa que el periodista Chuo Torrealba haya reventado la unidad (porque a él nadie le negaba su derecho al voto), pero se acusa a la ingeniera María Corina Machado de ser solo ella quien la rompa. Por ello, con la arrogancia del necio, muchos se apegan con dogmatismo fanático a un estudio muy enjundioso pero que, a mi juicio, resulta ajeno al contexto venezolano, como lo es el del politólogo John Magdaleno.

Sé que estas palabras son duras, incluso ofensivas, pero no por ello, menos ciertas. No descalifico la formación de individuos, cuya preparación académica es impecable, como lo son la de la ingeniera Machado, el periodista Torrealba o el politólogo Magdaleno. Me refiero sí, a la liviandad que décadas de manipulación mediática han arraigado en la ciudadanía.

A mi juicio, pareciera dársele más importancia a las formas, al soporte material de las acciones, que a estas, como se descubre en la infinidad de leyes propuestas, y a veces sancionadas, para impedir lo que otras no han logrado evitar, o atribuyéndole características mágicas a un acuerdo transicional que nos guste o no, nos dé rabia o no, por ahora carece de los elementos esenciales para prosperar. Esa sustitución de lo realmente substancial por lo políticamente correcto es la consecuencia de la degradación del discurso, de la sumisión ciudadana a antivalores usados en otras épocas para crear una sociedad domeñada.

No es pues, la fragilidad de las acciones para construir el cambio consecuencia de pactos oscuros, de una fraternidad indecente de unos y otros, sino de un discurso terrible, como lo apunta Chomsky, acuñado durante décadas para adormecer la capacidad crítica de los ciudadanos, que, obviamente, abarca también a los actuales dirigentes políticos, cuyo origen es, desde luego, esa misma ciudadanía.

Al menos así lo entiendo yo.

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