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La República de la risa

A partir de lo ocurrido en Culiacán el jueves 17 de octubre, ya puede decirse que todo lo relacionado con el gobierno de Andrés López es una tentativa en dos sentidos: primero, por darle motivos para la risa al sentido del humor mexicano y, segundo, por asegurarse de que el ejercicio del poder sea visto como una clínica antiestrés, con las yerbas y menjurjes del caso para conseguir lo que ningún gobierno ha podido: relajar al pueblo con teatro de carpa y hacer que viva “feliz, feliz, feliz”.

Lo que a menudo sucede es que ni la oposición “conservadora” ni los analistas “fifí” se han dado a la tarea de entender que estos, los tiempos de hoy, no son para el ejercicio tieso y solemne del poder como antaño, sino para la estimulación temprana de la risa.

Los hechos que hicieron de Culiacán la ciudad sitiada, durante poco más de 6 horas de fuego cruzado entre criminales y elementos de ese galimatías orgánico llamado Guardia Nacional, que dieron como resultado ocho muertos y la fuga de cincuenta y un presos del Cefereso local, son hechos que nadie logra entender, hasta que sale la mamá de Blancanieves y explica -sin rubor alguno- que lo que nadie parece captar (sólo ella, claro está) es que “ese tipo de tragedias ocurren a diario en México”, por lo que todo el país debe sentirse llamado a acostumbrarse a la familiaridad del olor de la sangre. Una tragedia más, o una menos, es algo que tiene sin cuidado al infierno de Dante Alighieri y a la 4T.

Los hechos de Culiacán, además, no tienen la menor relevancia, si se toma en cuenta que en tiempos como los que corren -de personalismo político a la cuarta potencia y de insana egolatría republicana- los hechos que verdaderamente importan son los que acontecen a un milímetro del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, no los que ocurran a años luz de donde él está. Si el presidente andaba, a esas horas del jueves, en Oaxaca (la antigua Antequera), lo relevante de ese día era el incienso y el copal de la gira presidencial, no tanto las ráfagas de plomo ni los muertos que tuvieron la desgracia de ser citados por el Hades a la hora y en el lugar equivocados.

Y así como en el juicio público sobre estos hechos, también en otros se cometen grandes y graves injusticias contra el cielo, que ya juzgará “La Luz del Mundo”, cuando en los tuétanos y las criadillas de la opinión pública se hace crítica de tanta y tamaña torpeza de “Tata Presidenti”.

Las fuerzas federales llegaron a Culiacán con un objetivo muy claro: iban tras el rastro de un maleante que responde al nombre de Ovidio Guzmán López, hijo de un “alias” impresentable, pero ¡oh, sorpresa!: olvidaron la táctica y la estrategia que se enseñan en la academia militar, no hicieron la planeación correspondiente para la captura del objetivo y, el colmo, pasaron por alto llevar una “Orden de Cateo” que ni falta hacía, pues en situaciones de flagrancia el protocolo judicial indica proceder sin formalismos jurídicos.

Después de la efímera detención del “hijo de tigre pintito”, y tras el asedio de los criminales sobre la población y los complejos habitacionales de la milicia, una orden superior indica soltarlo. Las versiones sobre este episodio de la República de la risa son muchas, todas muy bien conocidas: que si el presidente pactó con estos o con aquellos, que si el hijo del capo del Triángulo Dorado fue a la escuela primaria con el hijo del jefe de seguridad federal, que si esto… que si aquello.

Luego de la semana negra que vivió México, que inició con el ´caso Aguililla´ (cerca de El Aguaje), siguió con el ´caso Tepochica´ (en Iguala) y culminó con el ´caso Culiacán´, cuyas secuelas aún mantienen la taquicardia social de la región en vilo, por aquello del riesgo que suponen los soponcios y los síncopes cardíacos, las conclusiones son tan claras como los cabezales periodísticos. Esto, aunque la fanaticada venida a menos siga fanfarroneando que México no tiene de qué preocuparse: tenemos casi a un Franz Fanon, un Mandela, o la reencarnación viviente de Benito Juárez en la presidencia.

El Gabinete de Seguridad del país, incluido quien los comanda, olvidó el pequeño gran detalle de que las vidas de la población no sólo se protegen durante el desarrollo de un operativo, sino a lo largo de toda su meticulosa planeación y ejecución en campo.

Todo ese conjunto de notabilidades excepcionales, olvidó también que una cosa es salvar al pueblo y otra es dejarlo a merced del primer hampón que derrote a las instituciones del Estado.

Pero, como se han vuelto profesionales de la excusa y a todo le encuentran justificación, tienen razón: el país real no alcanza a entender por qué se aplaude y homenajea de forma tan ciega y continua la estupidez de Estado.

¿Cuándo renuncian?


Pisapapeles

Por todo lo que se ha dicho y escrito sobre el tema, parece claro que el público no entiende ni quiere entender al presidente Andrés López y, aprovechando que casi nada le sale bien, hasta andan haciendo de él -con gran sorna y vituperable injusticia de su parte- el principal “hazmerreir” de la República de la risa.

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