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La quema de Judas

En Montalbán, aquí en Caracas, recogieron al Judas que como cada Domingo de Resurrección se quema en esta ciudad, en Venezuela e incluso, en otros países (de hecho, es una tradición heredada de España). Unos policías, al parecer de la Nacional Bolivariana, se llevaron un monigote que ya sabemos a quién representaba, porque de eso trata la Quema de Judas, de «linchar» a un personaje, que, como Judas Iscariote a Cristo, ha traicionado.

Chávez se cuidó bien de ser objeto de ese linchamiento simbólico y para ello, sus cabilleros, que los tuvo tanto como Acción Democrática en los años del Trienio (1945-1948), se encargaron de seducir a las comunidades más pobres, esas donde, al parecer, no le amaban incondicionalmente como han hecho creer, de llevarlo a ese patíbulo popular. Y Maduro hizo lo propio, pero, ante el colapso y la imposibilidad de culpar a alguien más, porque ya son dos décadas, fue lo de Montalbán ayer, Día de la Pascua de Resurrección y por ello, de la tradicional «Quema de Judas», solo uno más de la infinidad de peleles de trapo encarnando a quién el pueblo responsabiliza de sus miserias.

Sí fue una pendejada lo de ayer en Montalbán. Por ese que se llevaron (tal vez porque en las cercanías vive algún prominente chavista), cientos más ardieron en plazas y callejones, en las barriadas y poblados del interior de Venezuela. Pero así obra la izquierda. Bota el sofá cuando su cónyuge le monta los cuernos. Pero, aunque parezca una necedad, no lo es. Tras una conducta que luce torpe, aun idiota, hay un trabajo bien pensado: la manipulación de la verdad. Si no pueden barrer el desprecio, el odio que como la espuma de la cerveza crece en la gente hacia esta élite que Maduro preside, al menos pueden ocultarlo, o, acaso, disimularlo. ¿O no fue eso lo que hizo Chávez con sus cabilleros?

Intimidan pues, tanto como los cabilleros de Chávez antes y también los de ahora (que son los mismos), las autoridades que, abusando de su poder, ordenan a los policías impedir que la gente exprese su rechazo hacia una élite que les ha robado todo. Hay en esto un pecado subyacente, uno que impenitentemente comete la izquierda una vez se ha hecho del poder, como lo es, sin dudas, despojar a la ciudadanía de todos sus derechos, incluido el de expresarse libremente, así como ese, a mi juicio sagrado, de ser individuo y no una mazamorra.

No es pues, una pendejada. Detrás de lo que parece una idiotez de algún funcionario, pervive la idea de crear al hombre nuevo, al buen revolucionario, aunque sea a palos, a golpes, o como lo pretendiera en su momento el incorruptible Robespierre, a través del terror. No es casual que hoy, cuando la popularidad de Maduro no sobrepasa el mismo porcentaje de esa izquierda radical venezolana que jamás aceptó los términos de la pacificación, la represión sea mucho más cruda y se resista a todo escrutinio limpio, transparente, porque las revoluciones solo hacen elecciones mientras las puedan ganar.

No obstante, ayer, el señor Maduro, que es llamado dictador en medio mundo (sobre todo ese que no está regido por autócratas impresentables), poco le importó ser el monigote, porque hasta donde sé, lo de Montalbán fue un caso aislado, y me refiero, obviamente, a lo de impedir que Judas de este año fuese quemado, o lo que es igual, que Maduro fuese juzgado. Y poco le importó porque, supongo, ya sabe qué hace rato dejó de ser monedita de oro, que mató el amor irracional hacia Chávez (su principal nutriente), y que ya solo le resta reprimir, aun brutalmente, aun si para ello deba recurrir a la habitación 101.

Le quemaron, sí. Le juzgaron, desde luego. E incluso, le sentenciaron a ser linchado por la turba popular a través de los muchos monigotes quemados ayer. Sin embargo, aún pervive en la otrora casona de la esquina de Bolero, o lo que esto supone, aún manda. Ojalá y pronto, esa expresión de rechazo se traduzca en el anhelado cese de la usurpación… y no digo que pacíficamente, porque, tristemente y sin lugar a equívocos por culpa de la élite chavista, ya no lo es.

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