Los films documentales sobre poetas del noroeste argentino de Fabián Soberón (Tucumán, 1973), dan cuenta de un proyecto obstinado no solo por recuperar un corpus valioso (una cierta biblioteca, digamos, alternativa a la oficial) sustraído del campo intelectual argentino por un centralismo agresivo que nos sitúa a todos en una ubicación de repetir más o menos el mismo sistema de lecturas. Es el mismo centralismo que nos ubica en otra posición: la de no asumir nuevos retos a la hora de cifrar y descifrar códigos, de crear y recrear citas y mensajes. Hay un recitado sin demasiados riesgos de poéticas cómodamente instaladas cuya renovación resulta a esta altura imprescindible poner en práctica para que los contornos de la Argentina despeguen de los límites geográficos de una ciudad que hegemoniza los criterios culturales impidiendo como una muralla el tránsito de una producción cultural de una infinita riqueza hacia otros rincones del país y del mundo. Las poéticas de la hegemonía han ido de la mano de políticas editoriales, políticas culturales y avances de la crítica literaria tanto académica como periodística. De allí la necesidad de nuevas flexiones en las cartografías líricas.
Atravesando un camino por otro canon (que no solo visibiliza sino también del cual siente sus bases), Fabián Soberón trabaja silenciosamente mediante operaciones de rescate de un patrimonio precioso que el discurso audiovisual vuelve, por un lado, más persuasivo. Por el otro, más atractivo para quienes no están familiarizados con esas poéticas prácticamente imperceptibles de tan poco sonoras y puedan acercarse a ellas con interés. Precisamente, el trabajo de Soberón consiste en acudir de modo elocuente a los silencios en la tradición de poetas y poemarios sustantivos para nuestra cultura sustraídos a la mirada pública desde políticas culturales unívocas.
Cada film de este realizador puede ser interpretado como una búsqueda persistente por el sentido y por la identidad de una toponimia que pareciera no sorprendernos con nuevos panoramas culturales. Sin embargo, su intervención dentro de un film inclina los significados y los sentidos en una dirección y no en otra. Así, el trabajo consiste también en una dimensión interpretante. No solo el de un cineasta que procede a asomarse a las realidades culturales “del interior” con mirada ávida y asombrada. Tampoco la de quien se siente un pionero providencial de orden mesiánico que llega para restituir mediante un acto de justicia una serie de estrategias adversas a la cultura de noroeste. Sino la de quien experimenta su trabajo como una misión necesaria para que dichos corpus de porte se difundan mediante recursos acordes a los tiempos de la era audiovisual y digital. Su tarea (meticulosa, estudiada, atenta) es la del conocedor puesto a interrogar corpus poéticos que (en principio) funcionarán como la fuente de la que irradiarán ideológicamente, axiológicamente y estéticamente la índole de las realizaciones. Ese corpus deberá ser naturalmente intervenido para que pueda luego devenir guión y más tarde realización cinematográfica. No obstante, hay una fidelidad al corpus sin traiciones comerciales ni tampoco estrategias de mercado por detrás de las cuales se ocultan segundas intenciones. Soberón es genuino. Hace lo que quiere y siente lo que debe hacer en las circunstancias por las que atraviesa ese sector de las poéticas nacionales. Hay una trayectoria a seguir cuyos trazos ya están delimitados, incluso, por las mismas poéticas.
Agregaría a todo ello que hay en Fabián Soberón un situarse a la vanguardia de una filmografía en lo relativo a los poetas que configura una constelación cuya completitud otorga a esos films autonomía, pero también visión de conjunto. Mucho más teniendo en cuenta que varios de sus protagonistas se conocieron o bien mantuvieron relaciones de distinta índole.
Diría también que cada film documental es la posibilidad de escuchar una voz. Ya conocíamos la voz (o comenzamos a conocer) en los poemas o desde los poemas. Pero ahora va siendo el momento de que llegue la otra voz, aquella según la cual el sonido de la palabra por escrito salta al universo de los significantes en un diálogo franco con el director o con los testigos de estas propuestas cinematográficas (para de allí hacerlo al espectador) que, a partir de lo literario, se proyectan hacia nuevos lenguajes. La voz de los poetas se yuxtapone con la voz del cineasta que a su vez organiza otro sistema de voces que dialogan a propósito de los diferentes escritores.
La poesía es asunto ilimitado porque dentro de cada cápsula, que es un poema, cabe el universo. Eso lo saben muy bien los grandes autores. De modo que despejar tal contenido siquiera parcialmente, dejar entrever qué puede ser desentrañado, qué puede ser interpretado, qué puede ser escuchado y respetar los silencios, esa también es una tarea difícil y minuciosa. Además de memoriosa.
En los films sobre poetas de Soberón el discurso crítico cumple por detrás de los poemas una función que importa un caudal teórico que es el de no limitar una multiplicidad y una multivocidad que de otro modo sería infinita. El discurso crítico y teórico acotan, traducidos en lecturas, la expansión de significados porque ponen el acento en ciertas zonas de los significados y no en otras que indefinidamente si no son circunscriptas corren riesgos de la dispersión. Y lo hace sin por ello empobrecer las poéticas porque funcionan como un dispositivo inteligente que guía las narrativas del poema.
Agregaría que estos films dan la pauta de que la poesía para Soberón no es un asunto meramente libresco. Sino un conjunto de acontecimientos, hitos, momentos, compases también históricos que envuelven de modo impetuoso al poema, dentro de los cuales el poema sí tal vez sea probablemente el definitivo, pero no el único. Hay una narrativa del sujeto, en estos films documentales, así como hay una narrativa del paisaje y una narrativa del lenguaje poético que es ese y no otro. Pero, sobre todo, hay una narrativa del discurso lírico.
De modo persistente, entonces, las proezas prosiguen. Los poetas se suman los unos a los otros conformando un mosaico, un cantar y un contar que la cámara de modo eficaz registra. Guarda, preserva como reservorio. También cifra lo que será una tradición para quienes escriban, reescriban y encuentren en estos poetas una voz que sin exageraciones, sí los represente en un mundo en el que escribir sea estar menos solos. Porque sentirse menos solos al concebir una poética primero de modo incipiente y luego más caudaloso les brinda a los nuevos poetas la posibilidad no de un menor esfuerzo creativo, pero sí un mayor respaldo. Y escribir con poetas que han representado un espacio y un paisaje por dentro de un territorio pero que lo han hecho de modo universalista, cosmopolita a la vez, dentro del cual reconocerse lo es más aún.
Desde Tucumán y proyectándose hacia todas las zonas de Argentina y otras del mundo, la filmografía de Fabián Soberón elabora un corpus alternativo. Una cierta clase de cine independiente que, si bien reconoce antecedentes, posee la peculiaridad de una toponimia que los reúne a todos bajo una común cartografía y esa periferia que desde la potencia inaudita del cine, el realizador ha tomado la decisión ética y estética de afrontar con valentía. De modo que lo hace con coraje, pero también con la sutileza del conocedor versado en letras. Hombre ¿renacentista? Fabián Soberón hace acopio de saberes y disciplinas (del arte literario, de la teoría y la crítica literarias) que luego volcará en la dimensión hermenéutica en el sentido de productiva en libros o films. Pertenece a esa estirpe de creadores que lo fracturan todo, porque dan pasos nuevos por espacios diferentes, tal como diría Noé Jitrik.
Hay un punto que no quisiera dejar pasar porque ha sido de discusión por parte de Fabián Soberón: el paisaje no es destino. Quiero decir: un poeta por haber nacido en una provincia o localidad “del interior”, en un determinado terruño, no está confinado a hablar de su paisajismo folklórico. Sino a plantear una serie de tópicos que desde el universalismo se proyecten hacia la poesía desde el trabajo con el lenguaje per se. Una lírica no pensada en relación a un espejo del entorno sino que la poética se va consolidando desde un epicentro que no es el de una zona geográfica sino una zona de lenguaje. De una cierta zona de la sensibilidad (digamos). La poesía no es la representación de un mundo espacial y visual. Lo es nada más que de la imaginación creativa del poeta.
Antes de introducirme en los films de Fabián Soberón, me parece importante trazar una salvedad. En mi condición de escritor y crítico literario, habiendo atravesado una etapa de mi formación en la Universidad Nacional de La Plata obteniendo un doctorado, mi formación es en Letras, no es en cine ni en lenguaje cinematográfico. De modo que resultará inevitable que mi lectura de los films de Soberón esté fuertemente impregnada de una lectura de los mismos atenta más a la palabra que a las técnicas, al discurso verbal más que a los recursos audiovisuales. Para el presente caso, la situación no resulta demasiado grave, dado que estamos refiriéndonos a poetas. Casos en los cuales precisamente es lo discursivo la dimensión dominante. Pero este énfasis en la palabra, que en el cine es un componente más, no es el único en la crítica de cine. Una crítica cinematográfica es un discurso social por el que circula una interpretación de un discurso fílmico de naturaleza plural en sus recursos. En tal sentido, me encuentro frente a la limitación de una riqueza y una pobreza (de mi parte). Una riqueza porque puedo leer “torcido” una obra fílmica que de otro modo se plantearía como unívoca. Pero en otra línea, mis recursos son “de pobre”. Limitados al momento del abordaje del discurso audiovisual con reticencias no por decisión sino por carencia. En este punto es en el que he puesto el énfasis en lecturas, consultas con expertos e incluso diálogos con el propio Fabián Soberón.
Pero veamos a continuación los estudios de caso.
Hugo Foguet. El latido de la ausencia. La génesis de un proyecto
Este es el primer film que Fabián Soberón acomete verdaderamente como una tentativa incierta porque se lanza a una aventura en la cual en la medida en que progresa va descubriendo lo que aspira decir o, en todo caso, dar a conocer a espectadores a partir del trabajo con un poeta sustantivo de la cultura de Tucumán. Data de 2007 y da cuenta de los orígenes de este proyecto que Soberón desarrollaría ya de modo programático.
Como toda obra “de comienzos”, en términos de Edward Said, es el punto de máxima producción de sentido, porque es en el que se definen los contornos que adoptará el resto de los documentales que le prosigan. Y su lenguaje cinematográfico será ligeramente otro. Porque si bien se mantienen las voces de testigos, parientes, amigos, poetas, amores, lectores, los testimonios son vertiginosos, Soberón no intervendrá en ellos, como en Groppa (a diferencia de ALAS y de Luna en llamas). De modo que aquí se establece esta primera distancia entre los cuatro films, en lo que podríamos sí nombrar como una mirada de conjunto. En dos de ellos nítidamente la presencia del realizador estará haciendo acto de presencia, respaldando cada aserto, guiando los interrogatorios a académicos, escritores, periodistas o parientes. Y en el otro par, Soberón procederá a un borramiento de su presencia en cámara. Ya no se lo escuchará sino que estará presente sin estarlo, como suele suceder con los directores.
Hugo Foguet, el poeta, narrador (cuentista y novelista) ensaya sus primeros intentos desde una primera biblioteca en la que precozmente confiesa su hermano Guido que fue un voraz lector. Más tarde, de adulto, llegarían Joyce y Faulkner, entre otros. Y la poeta y traductora, Inés Aráoz, con quien él mantendría una relación sentimental, pone el acento en que su novela Pretérito perfecto, ganadora de un importante concurso cuyo jurado estuviera integrado por las figuras más prestigiosas en la narrativa y la crítica de esa etapa, lo consagran como una voz distinta, digna de ser distinguida. De hecho la novela causa un gran revuelo y un fuerte impacto en Buenos Aires sin él estar siquiera en Tucumán. Para Inés Aráoz, es la novela total. La novela total de Tucumán y, cosa curiosa, compara el modo de narrar de Foguet con el del cine. Articulando la frase en un continuo que no reconoce cortes abruptos.
La película visualmente es de estructura circular. Comienza con un paisaje desde un barco en la popa que se asoma al mar, escrutando su estela. Y del mismo modo el cierre también tendrá lugar del mismo modo, como una suerte de cinta de Moebius.
A diferencia del resto de los documentales los diálogos son vertiginosos, sumamente veloces, dinámicos, en los cuales de un interlocutor la voz se traslada a la de otro prácticamente sin solución de continuidad. Las intervenciones prácticamente se superponen de tan veloces, pese a ser discernibles.
Guido Foguet explica que su hermano aspiraba a viajar. Dado que su padre no dispone de dinero, ingresa en el servicio de náutica, y allí emprende una carrera por la que cursa un recorrido sinuoso a lo largo del mundo entero, pero especialmente se detiene en esas zonas míticas para la cultura literaria que a él le interesaba seguramente explorar.
Los viajes, los libros como otra clase del viaje, la profundización en el lenguaje que da cuenta de un Tucumán profuso en experiencias ricas pero que también resulta exigente si uno aspira a hacer de él un espacio totalizador desde el punto de vista estético y no uno pleno de exotismo para una metrópoli capitalina que esperaba de él quizás la novela de una Tucumán llena de color local. Un Tucumán también del cual él se da cuenta de que debe tomar distancia cultural para escribir una obra que sea verdaderamente universalista. La “estética del pago” es la que Foguet rehúye.
Este hombre de mar, este hombre de mundo, este hombre de pluma, este hombre enamoradizo que muere dejando una obra sin precedentes también deja el cabo suelto para que un cineasta como Fabián Soberón se interese por él, se interne en su proyecto creador, a través de su poética. Una poética que despega del entorno y se suma en el lenguaje propiamente dicho, de modo totalizador. Es el lenguaje que burbujea en un experimento según el cual la palabra ya deja de ser referente para devenir imaginación creativa que no depende de nada, de nadie ni tampoco del tiempo histórico. Ese pretérito perfecto tal vez sea la metáfora perfecta para definir el exacto punto en el que Hugo Foguet deja de ser un hombre para devenir el poeta, el escritor que tan solo sobrevuela Tucumán. No se posa allí ni se instala en punto alguno. Ya no pisa ese territorio porque su territorio es el territorio del lenguaje. De los libros de una biblioteca selecta a partir de la cual su poética se ajusta, de modo perfecto a un arquetipo. Ni efectista ni abrumadoramente lento. Con ese ralentado paso de los momentos que no dejan huella sino que hacen perder el tiempo. En esa novela total también ese pasado al que alude con un pretérito ha sido para su vida el punto utópico en que se funde con la perfección de la unidad del ser. “Pretérito perfecto” es una buena definición para dar cuenta de un universo significante que quedó en el pasado (¿de su vida? ¿de una Tucumán que pudo haber sido y no fue? ¿de una literatura que se quedó atrás?) pero del cual se vuelve imprescindible salir. Eso, nada más y nada menos, hace Hugo Foguet.