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groppa fabian soberon
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La poesía como guión: en torno de la filmografía de Fabián Soberón (IV)

Groppa. Los múltiples rostros de la escritura

Néstor Groppa fue no solamente un gran poeta del noroeste argentino, más concretamente de la ciudad de Jujuy, sino también, tal como lo enfatiza una de las entrevistadas para la realización de este film documental, un gestor cultural.

En efecto, sucesivamente fue maestro de escuela, editor de la página literaria del diario de San Salvador de Jujuy, El Pregón, fue responsable de publicaciones en la UNJU (Universidad Nacional de Jujuy), entre otras actividades de singular trascendencia para la cultura literaria de la zona.

Nacido en Córdoba en 1928, falleció en Jujuy en 2011. Su vida abarca una trayectoria que conoce, entre muchos otros hitos, la dictadura militar de 1976/1983, durante la cual fue dejado cesante de su cargo como bibliotecario. De modo que ya nos encontramos aquí frente a una personalidad disidente a al Estado burocrático/autoritario.

El film, que data de 2020, mediante la figura de un actor que representa a un alter ego de Groppa (encarnado por Rubén Iriarte), realiza todos los trayectos que los testigos o interlocutores de esta historia van narrando, y que habitualmente trazaba Groppa en sus desplazamientos. Las caminatas por la ciudad, el café matutino con el diario, la reminiscencias del trabajo con sus manuscritos temprano por la madrugada hasta una actividad que podría pasar por ser extravagante: en los lugares donde se instalaba, grabador en mano entrevistaba a los protagonistas de la zona en que se encontrara. Pero ¿no es acaso lo mismo que Soberón hace ahora? Groppa funciona entonces, esta vez en esa dimensión, como un alter ego del director de este film documental.

Las expertas y estudiosas en su obra ponen el acento refiriéndose a la poética de Groppa a su capacidad de atravesar por períodos, etapas, momentos, y una de ellas incluso llega a comparar la producción de Groppa con la capacidad de algunos artistas de atravesar por períodos, como Picasso, pensando en términos analógicos.

El director, como lo adelanté, no aparece en escena sino simplemente los testigos, amigos o estudiosos de la poética de Groppa, quienes hablan, asociando libremente lo que piensan con lo que significa para cada uno de ellos esta poética o esta personalidad, según los casos, en sendos monólogos que sin embargo contemplan la presencia de un interlocutor implícito. Quiero decir: está la palabra hablada pero está la palabra hablada dirigida hacia alguien que se intuye está ahí aunque no se lo conozca ni se lo conocerá jamás. El emisor realiza sus intervenciones hacia un espectador implícito que sabe no es alguien profano sino una persona como mínimo interesada en la poesía.

Groppa estuvo radicado en Buenos Aires, pero, por motivos políticos de diferencias con el peronismo, en ese momento decidió radicarse en Jujuy luego de haber formado un cuarteto de amigos entre los que se encontraba el mítico editor José Luis Mangieri. Desde allí su actividad se proyecta indiscutiblemente mediante una lírica potente que, tal como lo indica una crítica y escritora pasa de largas tiradas de versos a otras muy breves. Circunstancia que me parecen la metáfora perfecta para dar cuenta de una poética que se caracteriza por los matices, por la apertura a nuevas retóricas y estéticas.

Néstor Groppa también maneja registros distintos. Debe hacerlo. Porque su escritura se despliega desde el periodismo cultural, pasando por discursos vinculados a lo institucional hasta llegar naturalmente a la instancia que le es más cara: su poesía. Allí es donde se siente más libre. Y ese es su lugar por excelencia. Donde la pluma se desenvuelve con más soltura y donde el pulso lírico encuentra un cauce que, diestramente, libro a libro crece, avezado.

Diría que este actor que representa a Groppa constituye él mismo un registro de la figura del poeta pero también del director del film. Él mismo guarda la memoria del cuerpo, se hace carne en él, se encarna la de una poesía que no es solo palabras. Las escenas en que se lo ve leyendo el diario, caminando la ciudad, recorriendo las bibliotecas o el teatro de la ciudad, la Universidad, muestran a un hombre (y a un director) que elige cuidadosamente los escenarios en los que tendrá lugar la puesta de una obra que consiste en una narrativa de la biografía.

Entre el despliegue y la economía, entre el intimismo de las conversaciones y la amplitud de los paisajes, entre los diálogos con entendidos y otros con conocidos del poeta, también estos últimos resultan heterogéneos. La construcción de este cuerpo (corpus) cuyas partes se van suturando hasta configurar una anatomía compleja que tiene perfiles nítidos y formas claras.

Sin acudir a convenciones sino más bien dando la impresión de reinventar un cine documental que da cuenta de personalidades de la cultura literaria que han quedado invisibilizadas por el socorrido centralismo de Buenos Aires, este film registra también una estética resistente. De una estética combativa que no admite ser gobernada por un sistema de producción de saberes y distribución de la belleza que bajo la forma de representaciones cinematográficas aspira a imponerse con la prepotencia de los medios de génesis, distribución y circulación cultural. El además insubordinado abarca ya tres tentativas de Fabián Soberón en torno de poéticas del Noroeste argentino que tampoco fueron condescendientes con el centralismo de la metrópoli.

Más allá o más acá de que resulte más sencillo por contigüidad y accesibilidad el trabajo con poetas del Noroeste desde Tucumán, el cine de Soberón se planta con valentía frente al opresor que no adopta otra forma sino la de la misma configuración de la disposición argentina del centralismo porteño.

Hay una crítica de la crítica, que elige a quienes se referirán a la poética de Groppa: la una académica, la otra crítica y periodística, a secas. O bien habrá otro gesto crítico esta vez que denota búsquedas (en ambos casos) de voces poéticas de Jujuy que sienten que Groppa es mucho más que un poeta. Es una figura que organiza una tradición a partir de la cual el campo intelectual jujeño ya no será el mismo a partir de él.

Diría que entre estos grandes matices se juega la estética de un film que a su vez da cuenta de una estécia singular. Un cine que de lenguaje verbal se traduce en lenguaje audiovisual o digital y que por lo tanto está sometido a toda clase de transposiciones. Pero el tempo meditado, reflexivo, lento es el de la poesía. Y tan sentido el documental es tan fiel al mismo tiempo a la materia que desde la narrativa cinematográfica organiza.

A modo de cierre

Queda claro: en el cine documental sobre poetas de Noroeste argentino de Fabián Soberón, el realizador interviene (a veces), en otras lo hace a través (a mi juicio) de figuras que funcionan como su alter ego. Como un crítico que aborda un corpus, lo somete a una lectura a partir de la cual el film cobrará espesor producto de una serie de operaciones críticas concretas que van desde la selección de los interlocutores hasta la forma que adoptará el film para dar cuenta de la biografía y la poética de estas productores culturales. Para finalmente llegar a la figura del investigador: quien produce significados y sentidos nuevos. Los films de Fabián Soberón son investigaciones creativas. Porque a la vez que estudian una creación y a un creador o creadora, por el otro abordan biografías, como queda dicho, que están tan unidas a las poéticas que uno no puede sino sacar la conclusión de que se trata de creadores profunda y profusamente coherentes. En efecto: experiencia poética y experiencia vital se funden y confunden en una mirada totalizadora que articula sentidos para darles la visión de una suerte de galaxia a los significados de búsquedas por detrás de las cuales el trabajo del investigador también es un biógrafo sin necesidad de escindir ambos roles.

La transposición, tal como lo adelanté, del lenguaje poético al lenguaje audiovisual funciona como una operación compleja que demanda exigencia, por un lado. Que demanda la inflexión de una inteligencia que no se deje cautivar por la tentación del tempo sugestivo de la poesía en desmedro del tempo del cine. Sino que se trata de un trabajo que respeta el código cinematográfico, sus discursos, sus formas, sus formatos, sus velocidades. Sobre todo su ritmo. Es por ese mismo motivo que la música resulta fundamental en medio de estos trabajos de indagación en torno de un grupo de poetas para de ese modo no correr el riesgo de la monotonía ni tampoco caer en la parálisis sino conferir dinamismo al igual que un montaje que no paralice la acción. Los diálogos son movedizos en estas películas: todo el tiempo están ocurriendo cosas en ellos no solo desde la palabra. Porque también hay desplazamiento espaciales. Los diálogos son sucesos en ellos. Los interlocutores se pasan la palabra los unos a los otros, según la disposición propia de su rol y de su profesión, porque una académica se concentra en un discurso técnico, en un metalenguaje de la disciplina con el objeto de un abordaje teórico/crítico que no puede ser apresurado. En cambio un pariente puede permitirse las licencias de hacer referencia a datos o circunstancias de la intimidad sin ninguna clase de limitaciones.

Y como para cerrar, diría que un tema sobre el cual se ha debatido tanto, es el de localizar a los poetas según su ubicación geográfica. En todo caso, lo más sustantivo subyace a su lenguaje poético. El modo en que expresan un mundo con metáforas, metonimias, sinécdoques, hipérboles, entre otras figuras retóricas. Temas que aluden en muchos casos a lecturas universalistas, como dije en el caso de Regen, que no quedan cautivos del paisajismo típico de un mundo reduccionista que aspira de ellos a tranquilizadoras y edulcoradas versiones. De un mundo en el que se duerme la siesta y está plagado de rituales campesinos. No. La filmografía de Soberón viene a sacudir la modorra, a dar la vuelta la página, a dar la espalda a esas versiones de la lírica de los poetas del Noroeste que han sido ubicados en una estereotipia confortable. Se trata de artistas que también podrían vivir en Buenos Aires y escribirían del mismo modo. “El paisaje no es destino”, como dije. El paisaje es escena o escenario, pero no pauta los contenidos de una poética. Tampoco sus formas están presas de ese mismo paisaje. Formas que suelen abusar de la tradición a mi juicio superada de un yo lírico hegemónico.

Esto es: se trata de una trampa cultural. De una trampa en la que puede caer el propio poeta o la propia poeta si no están atentos a su quehacer. Si se miran a sí mismos y no miran al lenguaje poético, una poética de la identidad los captura. El sujeto que escribe, sin reparos, debe ser una personalidad que desacata. Lo que debe primar es la música de las palabras. Ese sonido que como toda melodía puede ser entendida en todas las lenguas porque no alude más que a un conjunto de materia fónica. Así como el poema no debe aludir sino en todo caso a un conjunto de tramas previas (tradiciones, un canon o varios) y por otro lado a sociolectos, cronolectos y lectos de grupo que se salen por completo de la toponimia de una mera región.

Propongo la música, entonces, para pensar el lenguaje poético de los abordajes de Fabián Soberón. Y propongo también el trabajo desde lo más profundo del lenguaje como clave de lectura de estas poéticas. Búsquedas a fondo en la gramática, en la respiración del poema que sea la que lo defina como tal.


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