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luna en llamas fabian soberon

La poesía como guión: en torno de la filmografía de Fabián Soberón (III)

En el marco de la filmografía del cineasta argentino Fabián Soberón en torno de los poetas del noroeste de ese país, me referiré a continuación a dos de los films que trazan esas incuestionables vinculaciones. En el primer caso con el film sobre Hugo Foguet (como veremos), que al mismo tiempo dibuja los contornos del énfasis en nuevos recursos, dentro del discurso cinematográfico de Fabián Soberón. El segundo, sobre Jacobo Regen, planteará dos singularidades: la de la soledad y la del ángel como figura intermedia entre lo terreno y lo perenne. Lo humano frente a lo crucial devenido ética del poema.

 

Luna en llamas. El fulgor poético que se calcina

 

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En Luna en llamas (2013-2018), el documental en el que tal vez sean más protagónicos otros lenguajes dentro del cine como la música o la fotografía, tal como lo adelanté, los discursos dialogan complementándose de modo armónico pero al mismo tiempo manteniendo cada uno su autonomía. Para llegar a esa totalidad llamada cine por momentos se subrayan algunos de sus componentes. En otros, de modo sobresaliente, destacan algunos de ellos, poniendo el énfasis en lo que evidentemente el director aspira a hacer hincapié. Mediante ese y no otro componente será posible conquistar lo que se propone.

Fabián Soberón, como en todos los casos en que afronte las indagaciones en torno de poetas del Noroeste argentino, será una suerte de investigador ávido por recoger una serie de clues que le permitan acceder ya no a una persona sino a una poética. Porque diera toda la impresión de que el vivo interés de Soberón no estriba tan luego en dar cuenta de una vida, si bien ello resulta incuestionable e indispensable, sino en el de qué manera mediante una serie de tramas, saberes, historias, bibliografías, conocimientos sobre el poema y del poema, es factible tener acceso a poéticas singulares. En el caso del presente documental, destaca el hecho que se trata de una mujer, cuando todo el resto es sobre poetas varones. Esto marca socialmente al documental desde el punto de vista del género porque se trata de una voz iluminada. Una voz iluminada no porque sea una vidente sino porque tiene la capacidad de, siendo mujer, construir una imagen de escritora a la par del varón. Ni se arredra ni retrocede Inés Aráoz. Poeta y traductora, sus saberes la vuelven un sujeto femenino del que los varones incluso pueden llegar a recelar por su capacidad vigorosa.

En Luna en llamas la relación entre Inés Aráoz y Hugo Foguet, el anterior poeta mencionado, marca un momento de fuego en el que ambos escritores se calcinan también en la escritura fundiéndose en un ademán creativo que los reúne, pero también, para sobrevivir deben mantener por obligación su propio territorio. En tal sentido, en un punto contendrán, como mínimo, implícitamente. Esa marca que deja uno en el otro, será indeleble. La propia Aráoz señala que luego de la muerte de Foguet sintió la urgencia de publicar, de modo casi compulsivo, porque comprendió su naturaleza finita, mortal, temporal. Atravesada por los límites de su humanidad, la temporalidad la afectaba sin concesiones.

Este film documental tal vez sea el más académico de Fabián Soberón, pero también el más íntimo. Narra la historia de dos amantes así como narra la historia de una serie de investigadoras que se doctoraron en la poética de Inés Aráoz, que la leyeron apasionadamente (también), pero que fuera para ellas materia hermenéutica. El propio Soberón decide enseñarla en sus clases, realizar un trabajo hemerográfico, de investigación bibliográfica al que se suman los diálogos con un familiar, su hijo Nicolás, director de teatro.

Adopta un rol importantísimo la música en este documental, que ya no es mero acompañamiento de una serie de voces, sino que por momentos las suplanta, protagonizando su propio rol sustantivo. La música actúa un papel como quien lo teatraliza en el escenario de una dramaturgia. La música por momentos diera la sensación de independizarse del film, cobrar un vuelo inusitado. Casi remontar vuelo.

Habrá dos toponimias para Inés Aráoz: su casa en San Miguel de Tucumán y la finca de fin de semana en Macomita. Este último es el espacio de los sueños, de los amores, de los ideales también de la patria, el hogar de la poesía que dicta su propio tempo. Es el espacio en el que el vuelo poético (como veremos en una metáfora concreta) se pone en acción, se desata, se despliega dando lugar a la producción creativa pero también al descanso. Ese reposo que la poeta necesita entiendo que parcialmente para escribir allí mismo, parcialmente para recuperarse de esa escritura previamente ejercida. Quizás tal ocio productivo tan necesario para producir belleza en los creadoras.

Y hay una escena que condensa de modo magnífico lo que tal vez signifique la poesía para Inés Aráoz. Algo que no solo consiste en una luna que está en llamas, sino la de una imagen ingrávida. Se trata de un recuerdo durante el cual un colibrí que había quedado encerrado en su casa y es descubierto por Aráoz picoteando contra una ventana. Ese picoteo la despierta de la siesta. Se levanta de la cama, va hacia el comedor. Ella lo acoge con su mano, cuidadosamente, amorosamente, hasta que logra dejar al ave en libertad. Esa ave, cuyo significante por algo aparece en el film como lo que se despega de la superficie de la tierra pero también es entre las aves la más sutil y la más etérea, evidentemente representa para ella lo que estaba cautivo y de pronto goza ahora de la libertad, cobra vuelo deslumbrante. Es el vuelo (quizás) que adopta el lenguaje cuando deviene lengua literaria. Cuando el lenguaje deviene poema. Y cuando el lenguaje ya es materia para el poeta, no para el hablante o quien escribe. Ya es palabra sagrada. Porque es también el momento en que la palabra queda por fuera de toda cárcel. Es la misma palabra que desde Homero hasta Inés Aráoz los grandes vates han conquistado a fuerzas de inspirar en ella una sustancia que la vuelva inextinguible. Y prácticamente inasible. Requiere de cuidados. Requiere de atención. Requiere control sobre los movimientos para no dañar materia tan dúctil.

El poema para Inés Aráoz es sustancia, por lo visto, también inextinguible. El poeta deja detrás de sí una estela de belleza de naturaleza perenne. La poeta ha conquistado lo que resulta tan difícil para alguien que escribe: la consolidación de un universo poético. Hacia ese punto Inés Aráoz orienta sus esfuerzos. Y hacia la posibilidad de trabajar la palabra de manera incluso riesgosa (todo arte lo es), Inés Aráoz asume ese riesgo. Y asume costos. Luego del riesgo del amor, al fin y al cabo, ¿hay riesgo mayor que pueda asumirse? El riesgo de haber perdido al ser que más amábamos ¿queda acaso otro peligro, otra amenaza por correr? Pienso que la respuesta a esa pregunta hay que buscarla en la poesía misma. En la voz de Aráoz. Y en la de la cual ella se ha nutrido para elaborar su propia poética.

Entre la pluma que escribe a dos manos (la de Foguet, la de Aráoz) y los brazos que se abrazan apretando el talle, el amor ardiente urde sus tramas con la lírica más exquisita. A ello subyace lo que no tiene explicación. Ni el poema, su llegada a este mundo. Ni el encuentro repentino entre dos amantes para siempre.

 

ALAS. Tan lejos, tan cerca

 

ALAS fabian soberon

 

En el camino tras los pasos del poeta salteño Jacobo Regen (Salta, 1935), Fabián Soberón, que tuvo la responsabilidad del guión y la dirección del presente film documental, ALAS (2019) asume una misión desafiante. Desafiante para sí mismo, porque debe en primer lugar interrogar de modo inteligente los poemas de Regen. Esos poemas serán los que (en principio) adopten la forma de un guión. Por lo tanto, serán el ensayo de lectura de una poética. Y luego la trama proseguirá con conversaciones con distintos testigos, amigos o colegas de Regen (modus operandi creativo común a casi todos los documentales), con quienes el poeta compartió la vida o parte de ella. La banda de sonido del film, a cargo de Agustín Espinosa, pone los énfasis precisamente con la misma elocuencia que el poeta lo hace en su poema. Y acompaña a la índole de un proyecto en torno de la poesía en el que también las melodías pautan atmósferas y climas, zonas de contacto o de distancia entre los sujetos.

Regen, figura retórica compleja, por ausencia, es sin embargo quien todo el tiempo está haciendo acto de presencia acentuada desde una dialéctica metafísica de la intensidad. El cineasta va por dos veces a su casa a conocerlo pero no es atendido por el poeta, quien lleva una vida retirada, prácticamente monacal.

Pero ¿quién es profundamente Regen? O, mejor aún ¿qué son profundamente los poemas de Regen? Esa zona honda, que solo las grandes almas sensibles llegan a comprender y a tocar pero también a sentir. Diría que, tal como lo indica él en su poesía y tal como lo hacen sus colegas y amigos, un escritor que acude de modo tan elocuente a la figura del ángel no puede estar ávido sino por dar la espalda al paisaje. No a la figura del ángel cristiano que encaja en un lugar dentro de un dogma de fe. Sino la de un ángel que encuentra su espacio en un corpus literario. Una figura ambigua, connotativa, polisémica más que denotativa, que, por lo tanto, alude a multitud de reminiscencias del pasado de distintas cosmovisiones. Este ángel representa no solo lo suprasensible sino también lo que hay de maldito o de bendito en un sujeto. Tanto en un autor como en un lector o lectora. O, en todo caso, de maligno y de virtuoso.

Si la materia de los poemas de Regen es profundamente humana, esta figuración del ángel será, como bien afirma Santiago Sylvester, amigo del poeta, por momentos “un ángel refulgente” y por momentos “una figura de la desolación humana”. El ángel no es ni un emisario de la palabra divina ni tampoco al mismo tiempo pierde todo vislumbre ético. Se trata de una entidad ambigua con la que el poeta evidentemente dialoga todo el tiempo y con la que está jugando como un estratega de la palabra, como un conocedor del lenguaje poético. Este ángel puede ser leído como su alter ego o bien como un arquetipo al que con admiración siente desde la emoción como una presencia inminente.

Fabián Soberón no se ausenta del film por detrás de cámaras, como dije. Será un interlocutor y una suerte de gran orquestador de la dinámica que adopte la película. Hará su aparición en los diálogos con los amigos de Regen, preguntará acerca de qué es lo que verdaderamente le interesa saber acerca del poeta para descifrarlo, en una suerte de crítica literaria implícita. En efecto, cada intervención de Soberón puede ser leída como el producto de una decisión crítica. En tanto que escritor, crítico, académico, músico y, como vemos, cineasta, Soberón pone todas las cartas sobre la mesa al tiempo que dispone con sus destrezas de una multitud de saberes y abordajes de la cultura que lo facultan para comprender la poética de Regen desde una perspectiva completa y compleja. Eso es lo que tal vez le permite construir un documental sobre una figura in absentia.

Pero, profundamente, íntimamente, ¿qué viene a aportar un documental de estas características sobre un poeta del noroeste argentino? Descentraliza el sistema literario argentino para dar espacio discursivo a otras voces (no necesariamente nuevas pero sí redescubiertas o que permanecían veladas) con otros temas. Con otras formas, producto de otras tradiciones y que al mismo tiempo, como afirma Raymond Williams, son capaces de inventar nuevas en el marco de las cuales otros se inscriban para sentirse menos a la intemperie. Por el otro, da cuenta de que en el seno de los proyectos creadores de Argentina hay poéticas que mucho tienen para decir pero pocos espacios encuentran para la enunciación de su palabra de fuego.

El director pregunta con perspicacia, no aspira a tener un primer plano, sabe dar la voz y sabe, sobre todo, escuchar antes de preguntar. Este es un don sabio e infrecuente.

Jacobo Regen, de ascendencia judía, no hace un culto de esa fe en sus textos literarios. Tampoco un repudio. Sino que por el contrario acude con inteligencia a un universalismo que (seguramente reflexivo) lo conecta con tradiciones mucho más amplias y también no sectarias. Sin embargo, un amigo se apresura afirmar que ha leído una antología de literatura judía, y que todas esas formas y temas estaban en Regen.

La pregunta de por qué no abre la puerta de su casa queda flotando en el aire y tal vez sea ese silencio que el cineasta respeta (¿o al que se resigna?) el que delimite los contornos de una poesía que tampoco pareciera dar demasiadas respuestas. Sino más bien formularlas.

Pero está la voz del poeta en sus poemas. Está la voz en off de sus poesías, está la polifonía en la escala tonal de sus amistades que como en la musicalidad de un canon se escuchan las unas a las otras, se superponen las unas con las otras. Todas ellas son escuchadas por Soberón para armar las piezas de un dispositivo creativo sin precedentes. También la de sus intérpretes que desde la crítica literaria le aportan puntos de vista y miradas acerca de una poética tan rica que es merecedora de atención y detención. Y está la presencia de este crítico/director que es Fabián Soberón, que con impulso magnífico desentraña en su doble acepción de entrañable pero también de esclarecer.

Fabián Soberón está creando un nuevo cine en Argentina. Porque si bien reconoce antecedentes, en tanto que proyecto ya contorneado, films sobre vidas y obras de poetas configuran una línea de trabajo que al tiempo que reconstruye biografías reconstruye la línea del tiempo de una voz lírica. Los libros ya no alcanzan. Hace falta la nitidez de una mirada de conjunto. Desde la de una toponimia hasta la de una autobiografía que ilumine las zonas más oscuras de ese cono de sombra.

“La poesía también se vive”, pareciera ser la gran lección de Fabián Soberón. Es por ello que resultan imprescindibles sus narrativas.

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