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La plaga del fin del mundo: al tercer día la muerte resucitó de entre los muertos

¡Oh!, no hay que temerle, no es la primera plaga del fin del mundo que nos azota y no será la última, y el serlo del fin del mundo no quiere decir la desaparición de la especie humana, no, pero sí, al menos así lo espero, será el fin del mundo que conocemos, el fin si es que somos capaces de no dejarnos deslumbrar por las luces de neón, brillantes avisos de una sociedad de consumo regresando de las cenizas.

Despertarán las sociedades tras enterrar a sus muertos, nuestros muertos, y cada uno de ellos se llevará parte de nuestro mundo, cada palada de tierra, cada ceniza esparcida en el mar, en los ríos, en los lagos, cada fosa común en los parques, en las islas, en los cementerios estará enterrando nuestro presente.

Los ascensores en los edificios donde habitan los poderosos se detendrán entre los pisos, los ascensoristas exigirán su puesto en la nueva sociedad, los poderosos, encerrados, atrapados entre dos mundos, temblarán frente a la nueva realidad. Muchos de ellos, temiendo que la plaga los alcance, no se atreverán a regresar a su viejo mundo, el viejo orden por ellos establecido.

En el nuevo mundo se reclamarán derechos, en el nuevo mundo se cederán derechos, mucho desde un lado, lo mínimo desde el otro. En ambos polos del nuevo mundo se temerá y bajo el manto del temor una falsa imagen de solidaridad surgirá.

Los dictadores y autócratas de todos los pelajes clamarán en todos los idiomas: ésta es nuestra oportunidad de consolidar la ausencia de derechos, solamente el control podrá controlar la muerte, la libertad es peligrosa. Y frente al temor, más de uno estará dispuesto a sacrificar parte de su libertad.

Nada es eterno, decía la profecía: al tercer día la peste resucitó de entre los muertos.

Resucitó precedida por las trompetas de Jericó, del desfile de mendigos que ascendían por las escaleras del infierno cruzándose en su camino con los muertos que descendían navegando en improvisadas urnas de cartón.

En la ruta hacia la nueva sociedad los inválidos, los minusválidos, los ancianos y los jóvenes se pelearán por ocupar un puesto entre los sobrevivientes.

¡Serán tan pocos los cupos disponibles!

Los falsos profetas entonarán sus discursos en cada escalón de la escalera de caracol que conducía a la nueva vida: ¡la vita nova!

Los fariseos rasgarán sus vestiduras en las puertas del paraíso, el emperador aparentará vestir ropa nueva –aquella que ven solamente los seres de buena voluntad y del corazón puro– dirán los falsos sastres en los capitolios, una invisible capa de armiño cubrirá la corte y sus heridas.

Una fila de lloronas gemirá repitiendo cual letanías: somos distintos, nada es lo mismo, aprendimos la lección.

Blacamán el bueno grabará en los anillos de colores que cubrirán sus discursivos dedos desgastadas frases célebres para reinventar un viejo discurso; más importante para él serán los nombres de quienes las hayan pronunciado, no su contenido.

Blacamán el malo, sacando una culebra de su morral frente a los espectadores se hará morder la lengua por ella para demostrar que su discurso es original, verdadero y probado antídoto contra el pesimismo, tras lo cual sibilinamente deslizará presagios de paraísos o cataclismos.

Los ojos de deslumbrados lectores se abrirán cual planetas recién descubiertos para abarcar la profecía de cabo a rabo. Un océano de ideas dispersas cruzará el horizonte cual tristes barcos fantasmas de cuyas cubiertas cientos, miles de pasajeros rogarán los dejen desembarcar para ser parte del milagro.

La tierra mirará de tristes ojos los barcos fantasmas rogando la dejen subir a bordo para escapar a la destrucción.

Cuando salgamos de esta pesadilla seremos mejores, resonaba en mis oídos la súplica silenciosa de las almas en pena recorriendo inexistente purgatorio, de temores que preferían desplazarse al futuro, a inciertas predicciones, de miradas que no alcanzaban a leer un borroso cartel en la lejanía opacado por las luces de neón: ¡pobres de todos los países, moríos!, la vieja política retomó su curso.

¡SOS!

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