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La Pastilla Azul

Además de limpiar butacas, salar palomitas y garantizar que no entren armas al recinto, su obsesión por el cine la llevó a evadir por completo la política de la compañía: se ganó la confianza de la transgénero que custodia a los visitantes desde la cabina de proyección. Estudió el ángulo que tendría cada espectador y, finalmente, a la hora de la función le metió la mano en el pantalón. Muy resuelta, confirmaría si en la realidad también existe el clímax.

Él, un vikingo investido con el traje de un rebelde o Don Juan latinoamericano: hombre que ha viajado de esquina a esquina con “actitudes propias de un varón”, que conserva el micromachismo en formol. Como sucedía con el rey vikingo, Ragnar Lodbrok, nadie puede confirmar en qué capital vive ni hasta dónde se expanden sus dominios. Le crecen frondosos cabellos lacios de oro (de bajo quilate, para que no pesen y se sequen convenientemente al sol).

Nació valiente y se arrepintió en el camino; olvidó cómo hacer el amor desde que supo que le habían sido infiel. Dice vivir intensamente el momento; pero, si el momento lograra extenderse, caducaría a las 8 horas. Piensa que la desnudez es un acto de valentía, y le gusta fotografiarla para mantener registro, prolongar el libertinaje o usar las impresiones a manera de objeto decorativo; por ejemplo, una cabeza de animal o la concha de un caracol. Quiere ser director.

Ella, además de no encontrar sus dominios, perdió el GPS. Después de entender la ruta que seguiría al acabarse la película, decidió disociarse del mundo. Desde pequeña construye historias en su cabeza, pero habla tajante. Bosteza constantemente por falta de oxígeno. Ama y escribe en el idioma de otros tiempos, pero acciona con la libertad de una generación aún inexistente.

En contraste, le gusta usar los pantalones del chamo que confesó haber sido tres veces víctima del desamor como si fuese una armadura, porque dice que intentarlo y admitirlo es sinónimo de audacia; desplegarse desnuda a su lado a leer los latidos de su corazón cuando rebotan en su brazo y, así, asegurarse de que continúe en funcionamiento. Buscar orgasmos escuchando la Sonata de Medianoche, pero evadir conseguirlos. Quiere ser escritora.

Entre tantas almas vacías sin un pedazo de corazón culpando al que no está, a un dios o recordando una primera vez que no se repetirá, podrían hacer el amor en el cine sin ser detectados. Corren con la experiencia de la Ave. Aragón, han probado suerte rodeados por las estrellas en el transitado Hollywood Boulevard e incluso, a gemidos, han prometido hacer una película juntos sin importarles que los padres de ella fuesen testigos de aquella promesa.

Pero, después de haber demostrado habilidades heroicas para volar, tales como las de un colibrí en busca de néctar, el pobre mortal se concentró en la película. Tragó de sopetón la pastilla azul, o sea, el pedacito de pastel para volverse más pequeño. Apenas dejó que lo rozara un poco (ya ella tenía la mano ahí); el público y las escenas sobre las relaciones humanas lograron desencajarlo. La película finalizó.

Al salir, tomarán té. Escucharán canciones populares. Continuarán la noche en un mundo donde un congresista del partido liberal renuncia al Congreso por enviar la foto de su pene, por un mensaje que supuso privado, cuando es gobernado por un conservador que cree tener derecho a agarrar vaginas sin permiso de sus dueñas. En el que las mujeres se desvisten desafiando la gravedad, para luego arrodillarse a recoger los billetes de a dólar que les lancen; ambos las admirarán, les aplaudirán… él intentará que ella las imite en la privacidad, y ella actuará como si le gustara, o al menos como si pudiese ser una de ellas. Al fin y al cabo, así amaneció: con el maquillaje corrido, fea e insatisfecha.

—¿Quién podrá ser mi tipo? —se preguntará él en voz alta—, sin pensar en ella. No podría ser ella; la de las historias mágicas y el desafío a ser mejores. ¿Cómo encuadraría sus senos tan pequeños? ¿Cómo saciaría su inagotable búsqueda del clímax en la realidad? ¿Cómo soportaría más polémica que la generada por sus mujeres desnudas en una fotografía? Prefiere no verla, no saborearla; cogérsela por detrás.

Ahora, ella sabe que hay dos formas de despertarse: siendo una completa puta* o sabiéndose libre sin necesidad de demostrarlo. Y mientras él sentirá un gustico por ser quien dirige esta columna, ella es quien la escribe.

“Tomas la pastilla azul, la historia termina. Despiertas en tu cama y crees lo que quieras creer. Tomas la pastilla roja, te quedas en El País de las Maravillas, y te muestro qué tan profundo es el hueco del conejo” — The Matrix


“El sexo es una de las nueve razones para la reencarnación… Las otras ocho no son importantes” — Henry Miller

Nota*: La autora no desea referirse a las prostitutas ni descalificarlas. Denomina “puta” a quienes están “puteados (as)”, a los que repiten los patrones del resto sin pensar y viven para satisfacer deseos superficiales como tener dinero o ser deseados.

 

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