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Shakespeare
Photo by: Joe Campbell ©

La otra música de Shakespeare

Podemos pensar primero en la música y potencia lírica del inglés del autor de Macbeth. Pero también hay otra dimensión de lo musical que surge de la lectura de El mercader de Venecia. Por eso ingresemos en esta obra para escuchar lo que llamaremos la otra música de Shakespeare…

Shakespeare reinventaba historias. Inspirado en la colección de historias de Giovanni Fiorentino, El mercader de Venecia transcurre entre los canales venecianos. Bassanio, hombre de la nobleza, pero pobre, acude a su mejor amigo, el rico mercader Antonio. Le pide 3000 ducados que le permitan seducir a la bella Porcia. Pero Antonio ha invertido todo su capital en una flota de barcos para comerciar con el extranjero. Decide recurrir entonces a Shylock, un judío prestamista, para pedirle el dinero.

Shylock concede lo pedido. Pero con una sola condición: si el dinero no le es devuelto en la fecha fijada, Antonio deberá entregar una libra de su propia carne extraída de la parte del cuerpo que su acreedor disponga. Antonio acepta. El acuerdo es por escrito.

Los barcos de Antonino se hunden. No puede pagar el préstamo. Shylock entonces exige el cumplimiento de lo acordado. La situación deriva en un juicio ante el Dux de Venecia. Un abogado (que no es otra que Porcia disfrazada) determina que Shylock puede cobrar la deuda mediante la libra de carne de Antonio, pero sin derramar una sola gota de sangre. Al darse cuenta de lo imposible de esto, Shylock desiste. Pero si no cumple con el convenio irá preso a no ser que done sus riquezas. Además, deberá convertirse al cristianismo y darle parte de sus propiedades a su hija Jessica, a la que desheredó luego de huir para casarse con el cristiano Lorenzo.

En su visión más amplia, el tema de la obra es la venganza. Al imponer el préstamo bajo la condición de la mutilación corporal en caso de no cobro Shylock seguramente no tenía interés en la recuperación de su dinero, sino en otra retribución: el placer de la venganza. ¿Por qué? Porque en una ocasión, Antonio lo había humillado. El ultraje surge de otro de los temas clásicos de la obra: el antisemitismo de Antonio hacia Shylock, o de la población cristiana en general hacia la comunidad judía.

Y el prestamista judío recordó la injuria con la obstinación con la que un león aferra el cuello de su presa. El deseo de Shylock, podemos sospechar, era el incumplimiento del pago de la deuda de Antonio, para así tener una excusa para desquitarse. Una compensación para su orgullo herido. Pero aun la venganza tiene grados y matices…

La venganza es más comprensible, aunque no justificable, cuando la reparación es proporcional al mal recibido. Pero la venganza de Shylock invierte la compensación. Es decir: a una afrenta moral se lo «compensa» con la flagelación de la carne.

Pero, detrás de las apariencias, la venganza de Shylock a través del castigo físico, quizá, está secretamente relacionada con la música…

¿Cómo? ¿Por qué la importancia de la música en una obra cuyo tema central parece ser el resentimiento y la venganza entre cristianos y judíos?

Por lo siguiente: a la espera de Porcia, Lorenzo y Jessica disfrutan de un momento de solaz al comienzo del acto V. Entonces, Lorenzo invita a Jessica a contemplar la noche. Todos los astros parecen vibrar en un canto de ángeles.

Entonces, entran unos músicos. Su música endulza el ambiente. Y Lorenzo habla de unos novillos y potros que mugen, relinchan. Pero si la música llega a sus oídos, dice, se tranquilizan, los domina la armonía. Y por la mentalidad del Renacimiento, y del propio Shakespeare, en el elogio de la música tenía que aparecer la referencia a Orfeo, el gran cantor de la Grecia Antigua, el inspirado por las musas, cuyo canto apaciguaba a las fieras, o “atraía a los árboles, a las piedras y las olas, pues no hay cosa tan estúpida, tan dura, tan llena de cólera, que la música, en un instante, no le haga cambiar su naturaleza” (1).

Hasta aquí la música resuena desde un orden superior cosmológico: la armonía musical y universal expresada por las estrellas en la noche; o la música es la mística interacción con la naturaleza y los animales. Una visión musical del mundo, que no desentona con el Renacimiento, en el siglo XVI. Porque en esa época se aceptaba la mentalidad pitagórica que creía que el mundo reposa en un orden matemático-musical.

Pero en el breve discurso de Lorenzo falta otra pieza de su argumento:

“El hombre que no tiene música en sí ni se emociona con la armonía de los dulces sonidos es apto para las traiciones, las estratagemas y las malignidades; los movimientos de su alma son sordos como la noche, y sus sentimientos, tenebrosos como el Erebo. No os fieis jamás de un hombre así. Escuchad la música.”

Y la música entonces ya no es sólo atributo del cielo o de una naturaleza mágica, poética. Porque del hombre insensible a la música nada noble se puede esperar. De él no esperes compasión, Tolerancia. O perdón. Este tipo de sujeto es así ejemplo de una carencia moral. Y, por contraposición, y desde esta conjetura, claro, habría que suponer que el alma rebosante de música es la de un sujeto ético, pleno de sentimientos nobles.

En Shakespeare, la música no es pensada en los términos de un Eduard Hanslick, por ejemplo, el musicólogo austríaco del siglo XIX para el que la música es solo pura forma. Por el contrario, para el autor de Hamlet, el parámetro de lo musical es la concepción pitagórica antigua muy valorada en el Renacimiento.

Y Francesco Giorgi, sacerdote cabalista veneciano, pensador de un neoplatonismo mágico, relacionó la música con la armonía universal en su obra De harmonia mundi, de 1525. Quizá Giorgi fue la secreta fuente de Shakespeare en ese breve manifiesto de una música mística y ética en El mercader de Venecia. Así lo cree, al menos Francis Yates, en La filosofía oculta del Renacimiento.

En la visión que propone Shakespeare, la música entonces es la “música de las esferas” que eleva, y también es una fuerza moral. Una potencia ética. Y, por el contrario, en el parlamento shakesperiano, ser insensible a la música es vivir sin universo. Sin un sentido de amplitud. Carente de una sensibilidad que permita ir más allá “de las traiciones, las estratagemas y las malignidades”, como las pasiones pequeñas de la venganza de Shylorck, o la afrenta de Antonio.

Y Lorenzo, espíritu él mismo animado por la ética de la música, no tiene miedo a amar, siendo cristiano, a la judía Jesicca. El amor sin temor del que escucha la música, en contra de las malas pasiones de los que no la escuchan.

El mercader de Venecia, entonces, no sería sólo la tragedia de la venganza, del odio y el antisemitismo y la discriminación racial. Porque en la obra, Shakespeare introduce una suerte de filosofía de la música asociada con la creencia, al fin de cuentas, de que de la sensibilidad artístico-musical dimana un efecto ético. Una creencia que, con razón, podríamos pensar que es exagerada. Porque no gustar de la música no compromete en nada el sentido moral de una persona. E incluso individuos que han manifestado gran interés por la música han sido perversos asesinos. Es cierto, por supuesto.

Pero, ¿no es hermoso pensar que la música no solo nos entretiene, sino que también nos eleva y mejora, aunque esto esté más cerca del deseo que de la realidad? Por lo que, como escribe Shakespeare en el parlamento de Lorenzo: “escuchad la música”.


(1) Todas las citas de El mercader de Venecia son de la clásica traducción de Luis Astrana Marín, ed. Aguilar. Y si no la vieron, es recomendable la versión cinematográfica de El mercader de Venecia con Al Pacino, en el papel de Shylock, y Jeremy Irons, como Antonio.


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