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La lúcida camara lúcida de Lartigue

Con la fotografía me aventuro a decir que pasa lo mismo que con la novela: si en las 300 páginas que puede durar una novela, sucede que en una línea te reconoces en eso que va por dentro y es difícil de nombrar, pero que el escritor o escritora acierta en distinguir, valió la pena la lectura. Me refiero a ese sonido del ser que solos escuchamos aunque no nombremos ni pensemos pero que sabemos. Nociones interiores que de pronto vibran por simpatía al leer algún pasaje o cuando vemos una foto, como la cuerda que sin ser pulsada, se timbra y suena con el sonido de su paralela. Lo fundamental de esas simpatías o paralelismos, similitudes o sospechas, reside en que nos reestablecen en nuestra necesidad de saber que no estamos solos ni sentimos extraño.

Sin embargo, cada día leemos y miramos más condicionados y seducidos por lo que se postea en la web y menos guiados por nuestro olfato que está indisolublemente ligado a esos contenidos del alma ocultos. Desde que amanece nos enchufamos a nuestros teléfonos inteligentes que nos van llevando por caminos insospechados que alimentan nuestro morbo y que en muchos de los casos nos dejan completamente vacíos pero convencidos de que hay una realidad, un orden de cosas del que estamos enterados.

Todo esto viene a propósito de mi interés en comentar la reciente exposición de las únicas fotos a color de Jacques Henri Lartigue, que se exhiben en la Maison Europénne de la Photographie en París. La contemplación de sus imágenes de los años 50 y 60, me hizo sentir la dulzura de unos tiempos, aquellos, llenos de inocencia. Quedé completamente enternecida por las imágenes. Admirando el genio detrás de la cámara que pudo tan fielmente captar el momento y su mas allá, con el mejor de los ángulos y la luz mas lucida… ¿Cómo no pensar en Roland Barthes y su Cámara Lúcida?

Son tantos los fotógrafos que lo intentan, con el retrato de la mujer de mirada perdida emulando alguna postura poética de manual, o fotografiando el instante en que la carreta a bueyes pasa frente al lente bajo un cielo de encrespadas nubes y un zapato olvidado en el camino en primer plano… pero no. Ciertamente se trata de algo que va mas allá del engaño de captar un momento que pareciera significativo o hermoso. Se trata de un “Tercer Significado” (1970),  como diría Barthes en sus ensayos sobre la retórica de la imagen, o del punctum como lo llamó en su obra última, Cámara Lúcida (1980). Se refería Barthes a ese contenido que es la purita verdad que encierran las grandes obras que vale la pena ver y leer. Eso que sucede cuando miras las fotos de Lartigue, esa excitación que no viene de descubrir algún tema excepcional, exótico, desnudo o inesperado. Porque las fotos de Lartigue son fotos de un día cualquiera inolvidable, de los normales y corrientes que revelan una verdad que las hace excepcionales, retratos del placer de estar en el lugar que revelan la temperatura del sitio, el sonido incluso, la relación entre los fotografiados, el viento, la sonrisa de antes o después, el instante irrepetible en que todo sucedió, el punctum.

En Mitologías, (1957) Barthes, animado por una mirada militante que quiere revelar al mundo en sus costuras políticas, habla de la capacidad que tiene la fotografía de representar cuando sin estilo aparente, muestra como natural lo que está de hecho inventado y que conlleva significados muy estructurados. Esa tendencia a la naturalización es donde reside ciertamente el poder de la fotografía. Toma Barthes como ejemplos, fotografías de prensa y publicidad, como es fácil sospechar.

Luego, en sus escritos más maduros, -digamos que tan maduros que dos meses después de escribir Cámara Lúcida (La Chambre Claire) encontró la muerte contra una camioneta de lavandería que lo arrolló en las calles de París-, animado por un espíritu más sentimental y por eso entiendo que más sabio y real, y completando lo que anticipara en su noción del “Tercer Significado”, sugiere Barthes que la realidad de la fotografía, por encima de todos los mensajes de los que puede estar cargada, tiene otro tipo de significado que surge casi por accidente. Y no está hablando aquí del contenido material o el accidente que registró la cámara. Está hablando del tercer significado que es el punctum de Cámara Lúcida.

Esta, su gran obra de pensamiento sobre la naturaleza de la fotografía es también una meditación sobre las fotografías de su madre, a pesar de que el libro no incluye ni una sola foto de ella entre sus muchos ejemplos fotográficos. No hizo falta. Porque no es literal, va más allá, el punctum se refiere a la verdad de lo que va por dentro.

De la misma manera Lartigue al mostrarme su amor por Florette, me mostró el amor mío. Al fotografiar a su familia en la nieve, me devolvió la mía, posando para una foto que nos tomó mi papá ese día en que fuimos felices en la Plaza de las Palomas de Naiguatá. La foto se perdió pero recuerdo claramente ese día y aquella foto, a pesar de mis pocos años. Mi felicidad se parecía a la de los fotografiados por Lartigue en la nieve… Felicidad que será mía por siempre aunque nadie más lo recuerde. Felicidad que me devuelve Lartigue aunque él no estuvo allí.

Pero ¡qué decir cuando terminando la visita a la exposición, me encuentro con dos fotografías que tomó el gran Lartigue en el Puerto Cabello nuestro de 1962! Esas fotos me devolvieron el país de mis mejores recuerdos de infancia; el país de las palmeras en los afiches turísticos de Conahotu que todos nos creíamos, de Mar Caribe, Canaima y Salto Ángel; el país de la felicidad de las risas altisonantes y abrazos, ese país que era tan bueno para nosotros que alcanzaba para los otros. Mi país que extraño tanto, en la mirada de Lartigue que sin saber que más que un taxidermista de la vida que le pasaba por delante, era un mago que pudo captar la verdad de las cosas que miraba, más allá del tiempo y el espacio.

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