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fabian soberon
Photo by: aaron_anderer ©

La loma y el oro

a Modesto

Ernesto dice que hay tres lomas antes de llegar a Salta. Ahí se puede ver una luz brillante por las noches. Ernesto le cuenta a un peón que ha vivido en una casita perdida en una de las lomas. Su madre lo dejaba jugar en el monte mientras preparaba la comida y escuchaba en una radio el noticiero que emitían a la mañana.

Ernesto dice que él ha vivido hasta grande en esa casita y que se fue a trabajar en un ingenio de Tucumán por recomendación de un amigo del padre.

El ingenio era una tortura china. Entraba a la madrugada y salía de noche. Los jefes se abusaban. Aunque los años pasaban él retenía el brillo que se veía en el fondo de la loma.

El peón le pregunta qué tipo de luz era.

Era una luz única, nunca vista, le responde Ernesto. Aunque han pasado muchos años recuerda el brillo como un arco de oro.

El otro se inquieta.

Era un verdadero arco de oro, una lejanía dorada y violeta, una cosa rara. Era el producto de una combinación impensada.

Su abuelo decía que Belgrano y su ejército se habían estacionado en una de las lomas y frente a la asechanza del enemigo Belgrano decidió esconder los lingotes de oro en un pozo fabricado especialmente para ocultar el tesoro.

Ernesto afirma que él se pasó toda la vida buscando el pozo y que nunca encontró nada.

El peón lo interrumpe y le pide las coordenadas. Le dice que estuvo mal orientado y que es necesario que busquen de nuevo. El peón planifica el movimiento futuro, hace un trato y le da la mano. Ernesto le dice que tiene miedo, que no quiere volver a las lomas.

El peón se ríe, se burla y le da un codazo. Está convencido de que encontrará el oro.


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