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La izquierda de América Latina: Del velo a la mortaja de la ignorancia

John Rawls, en su obra Teoría de la Justicia habló del velo de la ignorancia. Se trata de un thought experiment o experimento de la mente diseñado para prever las condiciones mínimas de justicia (y legalidad) que habrían de operar en un mundo paralelo en el que estuviese uno a punto de ser lanzado sin tener forma alguna de saber en que posición, género, status o condición iría a dar.

Así, deberá desarrollarse todo un nuevo orden social con su respectivo contrato para una sociedad moderna. ¿cómo hacerlo justo?. Es evidente que se tienen preferencias y prejuicios, pero sería imperativo hacer lo indispensable para minimizarlos. Esto, por cuanto no se sabe si se irá a caer en el lado flojo de la cuerda de tales prejuicios y preferencias. Sugiere Rawls que se sitúe el omnipotente legislador de esta sociedad aérea detrás de un velo de ignorancia. Tras el mismo, no se sabe nada sobre el propio ser o las habilidades innatas, o la posición en la sociedad que se ocupará. Se ignora por completo el sexo, la raza, la nacionalidad o los gustos individuales. Las únicas dos cosas que se saben a ciencia cierta, es que todos los moradores de esta sociedad son racionales, libres y moralmente iguales y, por otro lado, que en esta sociedad habrá una variedad en la distribución de los recursos y las habilidades y que habrá diferencias por motivo de raza, sexo y cultura, que diferenciarán a unos grupos de personas de otras.

Según este postulado, el legislador dará con algunas pocas normas cuya validez será universal por cuanto atenderán a los dictados mínimos del factor humano en su ‘lucha por el reconocimiento’ de su condición de seres humanos, mientras tanto Hegel tose en una esquina.

Cabe pensar que sería deseable, por decir lo menos, que nuestros sospechosos habituales –y con esto entiéndase a la mal llamada izquierda de Latinoamérica, personificada por personajes tales como Correa, Morales, Ortega o Maduro- ponderarán tal ejercicio mental al momento de revelar su divina inspiración cuando de tomar decisiones de política exterior se trata. Refiérase la atención del amable lector al socavamiento del sistema regional de Derechos Humanos y sus gemelos fantásticos, la Comisión y la Corte, Interamericanas ambas dos, de Derechos Humanos.

Quienes fueron en su momento guerrilleros contra la dominación del militarismo, voceros del movimiento obrero, indigenistas de capa cabal o retoños de un narcotraficante que sólo quería alimentar a su familia deberían entender, mejor que nadie, las iniquidades a las que este continente y sus gobernantes someten a quienes no tienen más culpa que haber nacido bajo tal o cual bandera. Son a menudo los marginados, los oprimidos y los excluidos quienes recordando de dónde vienen, tienen una visión más clara de hacia dónde no se debe ir. Acaso estén, a razón de su pasado, mejor conectados con esos dictados de la condición humana que el velo de la ignorancia de Rawls hace evocar.

Minar desde los cimientos lo que acaso sea el logro regional más encumbrado de las Américas en su conjunto, su competente sistema regional de protección de Derechos Humanos, no habla muy bien del deseo de mantener un orden jurídico y social justo en el continente americano. Atentar contra una instancia de justicia que trasciende lo estatal –y que no ha tenido remilgos en dar el viejo jalón de orejas a tirios y troyanos- es por decir lo menos, corto de vista. ¿Quién puede decir cuantos Evos, Nicolases, Rafaeles o Danieles llevaron menos palo a manos de despóticos cuerpos policiales del que podrían haber llevado, gracias a la existencia de ese Sistema Regional que ponía mínimo coto a las desviaciones tiránicas de las dictaduras o dictablandas de turno?.

Aquellos que abogaron desde la flor de sus años por reivindicaciones sociales, políticas, laborales o incluso humanas, mal podrían renegar de un sistema que se ha caracterizado por atender a los dictados mínimos de los Derechos Humanos. Esas minucias que no tienen otro propósito que el de proteger a los ciudadanos de los desmanes de sus gobiernos. Y sin embargo, ¡reniegan!. ¡Qué bien se siente –habrían dicho en su juventud- tener un foro en el cual dejar tañer cual claras campanas las voces de la justicia! Pero ocurre que esas campanas se asumen reivindicadas cuando se hacen canción y se sientan en el trono del poder. Esos dedos airados que se alzaban en la cima de una montaña de miserias humanas que buscaban redención no apuntan ya a gobiernos déspotas y violadores por una sencilla razón. Si lo hicieran, tendrían que apuntarse a si mismos.

¿Es entonces comprensible que quiénes hace veinte, treinta o cuarenta años soñaron un mundo a través del velo de la ignorancia hoy se presenten ante la América Latina recubiertos con la mortaja de la ignorancia? Esta mortaja, la que se usa para envolver a los que ya no ven, no son racionales, no son igualmente morales –o en otras palabras, a los muertos por muy vivos que estén-, es la tela de los mantos de estos reyezuelos que no aceptan otro credo que el suyo. Que se juzgan mejores interpretes de los Derechos Humanos que el Sistema que no sólo lleva años trayendo justicia al continente, sino reivindicando las causas de miles de Nicolases, Rafaeles, Danieles y Evos que son ahora los oprimidos, los exiliados, los injustamente encarcelados, los torturados y los que viven sin poder realmente hacer vida.

Duda profundamente quien suscribe, que fuese aquel el fin último del ejercicio de Rawls. Especialmente cuando escribía aquel su Teoría de la Justicia y no la del Socialismo del Siglo XXI.

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