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Mi reino sin orillas

La imposible derrota

En el poemario Mi reino sin orillas (2016) de Consuelo Hernández

Mi reino sin orillas, el más reciente poemario de Consuelo Hernández, nos revela un espacio intensamente acotado y, paradójicamente, profundo y pleno.  Se dice fácilmente lo que resulta obvio, pero no hay nada fácil en este libro de poemas.  Consuelo Hernández llegó a él en plena madurez, después de explorar la poesía durante cuatro poemarios previos, después salir de Medellín, su casa colombiana, para radicarse definitivamente en los Estados Unidos, tras haber permanecido durante diez años en Venezuela. Y, por si fuera poco, después de muchos viajes a lo largo y ancho del planeta y de pérdidas irrecuperables.

Pertenece Consuelo Hernández a la generación de poetas hispanoamericanas logradas en los ochentas y noventas. El sello de este grupo, tan particular como el que configuró la generación de los años veintes y treintas (Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Julia de Burgos, entre otras) y la de los cincuentas y sesentas, en la que destacan Rosario Castellanos, Blanca Varela e incluso Nancy Morejón, forja su rúbrica a partir del reajuste político y económico que siguió a las brutales dictaduras del Cono Sur y a las violentas confrontaciones en países como Colombia, El Salvador y Nicaragua. El período de democratización que a rasgos generales se impuso en Hispanoamérica durante los ochentas estuvo simultáneamente caracterizado por el neoliberalismo y las aspiraciones de las izquierdas a legitimar sus discursos en los Estados nacionales. Los rápidos cambios económicos y los conflictos sociales pronto dejaron como saldo cantidades de exilados e inmigrantes que, por primera vez en nuestra historia, llegaron en oleadas a países hispanoamericanos que aún gozaban de cierta estabilidad a Los Estados Unidos y a Europa.

Quizás para tal trance hayan estado las poetas, como Consuelo Hernández, mejor preparadas que los poetas. Después de todo, la poesía hispanoamericana había comenzado su modernidad en Hispanoamérica marcando escisiones en el “’yo”, es decir, dividiéndolo entre un “interior y un “exterior”.

Por supuesto, la división había nacido con el mismo movimiento modernista, con José Martí, en cuyos Versos sencillos aparecen diversas escisiones, padre/hijo, héroe/ traidor, y la más interesante para nuestro comentario, la que señala un “yo” íntimo no muy lejano al que luego describiría Rubén Darío en el poema “Yo soy aquél que ayer no más decía”, e inoperante para la lograr la independencia cubana a la que Martí aspiraba. Este yo íntimo, un “paje” o un “muerto” que irrumpe en la habitación del poeta, es melancólico, inconsolable, y definitivamente un estorbo para el yo social (Ángel Rama. La dialéctica de la modernidad en José Martí).  Su presencia en la poesía modernista muestra un nuevo sentido histórico, pues ese yo, desprovisto de la perspectiva Ilustrada o racional de la Historia, reclama su derecho a existir, a no ser expropiado de la vida, a ser sujeto y, por lo tanto, a tener su pequeña historia personal.

Las escritoras nacidas con los últimos aletazos del Modernismo cavaron en esta visión que llegaría incluso, con importantes modificaciones, hasta Rosario Castellanos.  Por lo tanto, aún en los sesentas y setentas la poesía femenina contemplaba la fractura del yo en términos no muy diferentes a los propuestos por la percepción modernista, ya que el proyecto de una conciencia integral seguía tropezando con ese espejo roto que la chatura de su sociedad le entregaba a la escritora y en el que ella se contemplaba como un mecanismo dislocado, hecho de partes discrepantes.

Por irónico que parezca, el éxodo político y económico, sumado a la denuncia social que se abrió paso durante el período de democratización, le otorgó a la voz poética femenina un carácter certero y unívoco. No era para menos. El hecho iba precedido por los papeles sociales que las mujeres se habían adjudicado tanto en los movimientos de resistencia como en exilios e inmigraciones que las colocaron frente a competitivos campos de trabajo, como es el caso de esta poeta que hoy nos ocupa. 

Así, en menos de dos décadas, las escritoras hicieron suyo su propio cuerpo y el cuerpo social, de allí que la voz lírica femenina haya simultáneamente naturalizado la sexualidad, la maternidad y los lazos familiares, y haya podido sentirse como parte activa en el tejido social, sobre cuyos sectores en desventaja extendió una singular y extraordinaria empatía.

Consuelo Hernández es una de las raras poetas hispanoamericanas que agrega un sentido existencialista a los inmensos logros de su generación. El suyo, como bien lo dice el título de su poemario, es un reino sin orillas, sostenido por un mundo que sólo puede rehacerse en la memoria, y por ese otro, el tránsfuga presente, que se le muestra desnudo, privado de contextos.  Sin embargo, como la rebelión de Albert Camus, la de Consuelo Hernández es incisiva y no requiere de justificaciones: vivir y persistir son actitudes de desafío al sinsentido de la muerte, la separación y el sufrimiento. Por eso, nos dice en el poema “Para suicidas”:

Antes de que emprendas tu regreso,
Descubre del cóndor su saber
…………….y serena
………………….sin vértigo
…………………………..sin asco
ante la carroña de los precipicios
aprende a navegar en las alturas. (40)

No hay otra alternativa. Sin la extraordinaria libertad de las alas, su ir y venir que nos permite visualizar una situación desde diversos ángulos y como un todo orgánico, cuyo conocimiento es vital para la sobrevivencia, sólo queda caminar, ir de un lado a otro, recorriendo el pasado y el presente para afirmar que “somos” a través de un acto de voluntad. De ahí que sea tan característico en la poesía de Consuelo Hernández el movimiento perpetuo, físico y psicológico, que conjura la muerte o la transciende:

(…)
Camino sola,
…………..me adelanto, encuentro compañía
pasamos entre la multitud
derramándonos en todas direcciones
este, oeste, sur y norte
me demoro
me recojo de nuevo
mercurial voy
me convierto en un hilo en el espacio
y se pierde en la inmensidad
soy un punto
nada.
…………………………….(“Direcciones,” 52-53)

La muerte, para Hernández es “la rutina asesina”, es decir, cuanto no fluye y se enquista, y aun cuando por momentos resiente su rebelión, reconoce que sin ella no hay presente y por lo tanto, tampoco un pasado que justifique la existencia del hoy. Por eso nos dice en “Zapatos nuevos”:

No es fácil amaestrar los pies
……..para los vericuetos del camino
no es fácil domar zapatos nuevos.

……..Era más amable ir descalza por la hierba
remojar los pies en el riachuelo
……..deslizarse en la arena movediza
y sentir su placentero cosquilleo.

(…)
……..Caminas torpemente
……..por la inmóvil orilla de tus sueños
sabiendo que a tus pies
jamás podrás domesticarlos. (51)

La otredad de Consuelo Hernández es la de nuestro mundo contemporáneo. Errante e independiente, su voz poética ya no puede hacerle contrapunto a la sociedad patriarcal, cuya imagen hoy se percibe aherrojada, como parte de la historia que nos precede. El mundo moderno bien puede parecernos una nueva torre de Babel, también construida por los hombres, pero en ella es tanto el desconcierto que ya no se sabe quién pulsa los botones ni cómo detener su crecimiento continuo, ni tampoco imaginar nuestro futuro:

(…)
Ventrílocua me escucho
hablar en otras lenguas
protegiéndome de no sé qué extraño enemigo
camino por calles ignoradas
siento los reclamos,
y las quejas lejanas
son el eco real de mis paisajes.
Me duelen la soledad y el frío
comulgo con mis culpas
……..liviana me desplazo entre autopistas
bajo un cielo anónimo que pasa por el mundo
borrando fronteras
……..devorando delirios.

…………………………(“Efectos de la distancia,” 72)

El hoy y ahora son la única realidad conocida siempre que puedan seguir comunicándose con el pasado familiar. De otro modo, el presente está acechado por el fantasma de lo imprevisible. Así, el recuerdo de la niñez trabaja en la poesía de Consuelo Hernández como fundamento, aserción, raíz permanente a la que feliz por momentos, y las más de las veces con tristeza, hay que regresar. El pasado transforma el presente en una realidad. En el poema “Casa de la infancia”  nos dice :

Hoy rodó la lluvia entre las tejas
y saltó del cementerio mi abuelita
se sentó, como siempre,
…………………….en el umbral de la cocina
con la mirada fija en inciertos horizontes
…………………………………………..y llovía tristezas
por el cristofué que cantaba entre las ramas.

Mi corazón se durmió bajo las dalias
mi ser se enterró junto a ese tiempo
con las aves de otra aurora luminosa…

Siempre tengo que volver a la casa de mi infancia
a naufragar en ese país deshabitado
por esos caminos destruidos
………..que no tienen piedad con las viajeras. (85)

La literatura nos ha enseñado la inmensa tragedia que supone el exilio. Quizás por su tono más bajo, la inmigración tiene poca prensa en el mundo de la crítica literaria, a pesar de que vivimos en una era de migraciones. Es, nos imaginamos, una historia repetida la de buscar nuevos horizontes. Pero sus derroteros son impredecibles. Consuelo es una de las primeras escritoras hispanoamericanas en aceptar el sentido de irrealidad de las ganancias. No necesariamente vamos a un mundo mejor ni podemos aprehenderlo como totalmente nuestro. Y sí, tal como corresponde a las sencillas historias de la inmigración, los poemas de Consuelo Hernández utilizan un lenguaje sencillo, dinámico y concreto. Pero la voz poética que adopta tal lenguaje, esa voz íntima, llega a tornarse en dos versos, en tres, o durante más largos períodos estróficos, en elegía, himno o canto.

Sube el tono e intensifica su lirismo para afirmarse como poesía, como voz que, escondida en el fondo de la intimidad, es a un tiempo celebración y sufrimiento de la vida. Referencias directas e indirectas a grandes poetas hispanoamericanos abundan en Mi reino sin orillas, ya que el camino literario de Consuelo Hernández le debe su existencia a los hombres y a las mujeres que la precedieron en el verso. Si su voz poética separa pasado y presente, también junta las lecciones líricas, y junta en ellas, los tiempos.

Inmensa lección la de Consuelo Hernández en cuanto a continuidades. Desatadas y por diferentes caminos anudadas, nos recuerda lo que es la vida: un equipaje que, ya del presente o del pasado, siempre puede sorprendernos:

Desde el fondo de tu valija
viene esa voz que sin cesar te llama
el cantar de la acequia que no cesa
y allí está tu madre
…………..armándote con su firmamento
para que puedas transitar por las estrellas.

………………………………………………..(“Tu valija,” 84)

Hernández, Consuelo. Mi reino sin orillas. Madrid: Editorial Torremozas, 2016

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