Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

La historia de miedo jamás contada

Los fans de American Horror Story estamos acostumbrados a esperar cualquier cosa. Casas embrujadas, hoteles, circos, hospitales psiquiátricos, un documental/reality show sobre una casa embrujada y brujería han sido los temas centrales de temporadas pasadas. Cuando el 20 de julio anunciaron que el tema de la séptima temporada serían las sociedades secretas, no sabía qué imaginar. Lo único que había visto, además de eso, eran los pósters con imágenes que me daban picazón en todo el cuerpo, así que sólo podía esperar hasta el 5 de septiembre.

Hasta este momento (18/09) sólo han transmitido dos capítulos, los cuales ya me devoré. Mi intención no es hacerle un review, sino traer a colación el tema con el que ha estado cargada la temporada hasta ahora: la xenofobia y la migración.

Sé que la manera en que la serie lo está retratando apunta hacia lo distópico, pero no puedo dejar de preguntarme cuánto de real hay en eso. Hasta este momento, siempre he vivido en el mismo país donde nací, pero desde hace unos meses he comenzado a preparar con mi esposo las maletas para irme. Tenemos la ventaja que en el país donde vamos está su familia, que es originaria de allí, y que él siempre ha mantenido bastante conexión con el lugar, pero me es inevitable sentirme tocada por las imágenes de estos capítulos que reflejan el sentimiento de varios países que son receptores de inmigración: el miedo a que “el invitado” vaya con malas intenciones.

Pienso que la mayoría del movimiento migratorio lo que ha hecho es nutrir las sociedades, favorecer el intercambio de ideas y culturas. Las sociedades no son un constructo rígido e inalterable. Por el contrario, son un organismo vivo que se mueve y necesita mezclarse para poder evolucionar.

Reconozco que es un momento aterrador para estar vivo. Aunque me cueste conectarme con los rasgos xenofóbicos de otras sociedades, entiendo que el peligro es real; pero también intento mostrar lo positivo, por si acaso alguien que lee estas líneas lo ha perdido de vista.

Por mi parte, mi miedo es perder mi identidad. En mi país sé cuál es mi bebida favorita, puedo distinguir los acentos regionales lo que me ayuda a tratar de dibujar un posible perfil de las personas cuando las conozco, las calles tienen recuerdos, y puedo comunicarme a través del humor sin pérdida. Todas ellas son cosas que no tendré en mi próximo hogar, al menos no de inmediato.

Sé que el miedo no es malo y que existe para señalarnos el peligro y protegernos de él, pero no podemos permitir que nos transforme en comunidades aisladas donde algunos temamos movernos por miedo a perdernos a nosotros mismos; y otros se pierdan la oportunidad de evolucionar alimentada por lo que le proporciona lo nuevo.

Las fronteras son líneas imaginarias creadas por el hombre para los Estados, organizaciones para que un grupo social pueda funcionar y protegerse. Ellos no deberían convertirse en cercos para reinos que se alimenten del terror de sus súbditos.

Parece que no teníamos que esforzarnos inventando fantasmas, monstruos o brujas. Nosotros mismos nos hemos convertido en el coco.

Hey you,
¿nos brindas un café?