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Photo by: Charles Edward Miller ©
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La fragilidad de nuestros derechos

Mientras los ojos del mundo están todavía fijos en Afganistán, tras el regreso de los talibanes al poder y la consecuente caída abrupta de los derechos de las mujeres, de la comunidad LGBTQ+ y de los intelectuales, en Estados Unidos asistimos a uno de los retrocesos más graves del derecho al aborto. 

En Texas entró en vigor la ley que el gobernador conservador Greg Abbott, había promulgado en mayo y que prohíbe a los médicos realizar el aborto después de las seis semanas de embarazo, cuando supuestamente se empieza a percibir el “latido fetal”. Numerosos especialistas objetaron la norma considerando que en esa etapa los embriones todavía no han desarrollado el corazón y muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas. La ley además permite a cualquier individuo denunciar a quien ayuda a una mujer a abortar después de ese tiempo y, si la denuncia procede, la persona que la hizo tiene derecho a cobrar como mínimo 10mil dólares para pagar sus gastos procesuales. Eso significa que todos podemos ser víctimas de denuncias en una acción que tiene todos los visos de transformarse en una cacería de brujas.

Se estima que el 85 por ciento de los abortos se verán afectados por esta normativa y ya varias clínicas están rechazando a las mujeres que estaban en lista de espera.

Inútiles fueron los reclamos llevados a la Corte Suprema por parte de asociaciones pro-aborto. La Corte que, gracias a la intervención de Donald Trump, está constituida por una mayoría de jueces conservadores, apeló a defectos formales para evitar bloquear la ley y, en consecuencia, permitir su entrada en vigor.

Ha sido un gran triunfo para los conservadores que, desde hace años, están intentando abolir la sentencia Roe v. Wade a raíz de la cual, desde hace casi cinco décadas, se ha legalizado el aborto en Estados Unidos. Y uno de los peores días para la democracia y los derechos humanos no solamente en el estado de Texas sino en todo el país.

Las mujeres que resultarán mayormente afectadas por esta ley serán naturalmente las más humildes, las que carecen de los recursos económicos y de la flexibilidad laboral necesarias para viajar a otro estado en el cual poder practicarse el aborto en un ambiente seguro. 

La victoria de la sociedad más reaccionaria de Texas servirá de aliciente para muchos otros estados gobernados por republicanos, en los cuales los respectivos parlamentos ya han intentado, hasta el momento sin lograrlo, restringir y hasta abolir el derecho al aborto. 

Una vez más tomamos conciencia de la fragilidad de los derechos humanos. En Europa, al igual que en Estados Unidos, el frente antiabortista está tomando fuerza impulsado por los partidos más reaccionarios y los sectores religiosos.

En América Latina son pocos los países que han legalizado el aborto. El último fue Argentina. Los otros son Uruguay, Guyana, Guayana, Cuba y los estados de Ciudad de México y Oaxaca en México.

En los demás países, pasamos desde un derecho parcial reconocido en casos específicos, como por ejemplo cuando peligra la salud de la madre o del hijo, hasta la prohibición total, como es el caso de El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Haití. 

Es una realidad que preocupa y asusta. Una realidad que nos involucra a todos. Si no reaccionamos, si no construimos un frente común, corremos el riesgo de asistir a la destrucción sistemática de nuestras conquistas. Una verdadera debacle para la humanidad.


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