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Beltenebros

La experiencia de leer: Beltenebros

«Después de tanta oscuridad cada cosa que miraba se convertía en una apremiante incitación a descifrar algo que estaba ante mis ojos imponiéndome la evidencia hermética de su quietud».

Los comienzos son la irrupción de una continuidad distinta en el discurrir del tiempo. Una discontinuidad en apariencia ordenada. El escritor israelí Amos Oz, en La historia comienza (DeBolsillo, 2008), ha reflexionado sobre las primeras líneas de las historias narradas por grandes escritores como Kafka, García Márquez, Elsa Morante y otros, e indaga sobre lo que impulsa a comenzar un relato, las primeras líneas que intentarán acaparar la atención del lector, y que también serán el cabo de una madeja de hilos que se desovillará también para el escritor. Hay comienzos que no dan tregua al lector, que se configuran en una especie de encantamiento que conjuga forma y contenido como si de un conjuro se tratara. Esos comienzos invaden la existencia del lector y logran suspender la continuidad del tiempo arbitrario del mundo y hacer que transite el tiempo de la ficción.

El comienzo de Beltenebros (Booket, 2009), novela del escritor español Antonio Muñoz Molina, es uno de tantos que irrumpe y sujeta el ánimo del lector, lo insta a abandonarse a la historia. Y la que cuenta el Premio Príncipe de Asturias de la Letras es una de sombras y misterios, engaños y traiciones, deslealtades y amores pasados. Darman, anticuario y librero especialista en ediciones antiguas, republicano exiliado en el sur de Inglaterra, trabaja para una organización comunista para la que hace trabajos de espionaje, contacta y colabora con los miembros sin importar el lugar del mundo en donde se encuentren, los conozca o no, trafica documentos, informes, y también aniquila, neutraliza a los elementos de la célula que ponen en peligro la causa. Lo hace como si la conjunción de carácter y destino tuviesen en él la precisión de un mecanismo burocrático infalible.

Pero Darman no es un agente frío, de carácter gélido o sensibilidad aplanada, es un hombre reflexivo para quien sus acciones no están exentas de dudas, de meticulosas indagaciones sobre el deseo, la identidad propia, la ambigüedad del mundo: el cumplimiento de las órdenes, la responsabilidad, la memoria y el olvido, los secretos, lo no sucedido, las decisiones prorrogadas, vendrán a conformar la cartografía emocional de un individuo que en solitario teje el andamiaje de pequeñas historias, sustrato de otras mayores, que permea a las sociedades. Cada misión es aceptada como quien se resigna a que ha sido arrojado a la vida, como quien cuando camina por las calles y la lluvia lo empapa ni siquiera se sube al cuello las solapas del abrigo, se deja mojar y sigue caminando.

Las calles oscuras de la Madrid franquista, la opresión de la dictadura y la condena a la clandestinidad, los bares neblinosos de humo y repletos de infelices que miran a las casquivanas que bailan desnudas como si la vida se les fuera en ello, y estas que seducen con miradas esquivas y una feminidad agresiva dispuesta a transarse con el peligro en pos de una satisfacción, los gánsteres ansiosos por romper narices a puñetazos, una hombría farruca y fanfarrona que esconde la frustración insobornable de los perdedores, la noche que penetra el ánimo de los hombres y la constitución de las cosas para hacer de todos solo sombras que deambulan son, entre otros, los elementos que hacen de Beltenebros una novela oscura, de un ritmo pausado y contenido, como si cada página fuese una bomba de tiempo, una intriga que no descuida la hondura existencial que orbita a los personajes a favor del desarrollo de los acontecimientos. La ralentización de las acciones están al servicio de la creación de una atmósfera tanto espesa como claroscura. Darman debe matar a un traidor y a medida que intenta dar con él los matices que delimitan la traición y la lealtad se difuminan, y la aparición de una mujer, reminiscencia de otra que llega desde un ayer gríseo, enrarece el camino de la misión. Beltenebros es también quizá, un tratado sobre la soledad.

La suspensión del tiempo del mundo es inevitable cuando la primera página ya ha sido abierta y el comienzo rulfiano se apodera de la atención del lector y no queda más que seguir el periplo melancólico y tenebroso de esta historia que es también tributo al mejor cine negro norteamericano, como escribe Amos Oz este comienzo es un hueso para cortejar a un perrito, haciendo referencia al cuento de Chéjov: «Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca».

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