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La experiencia de leer: El perdedor radical

Un hombre entra a un café de cualquier ciudad occidental, grita una consigna en un idioma que no pueden entender los comensales y explota en mil pedazos. ¿Quién era ese ser humano? ¿Cómo pudo hacer lo que hizo? ¿Qué lo llevó a matar y a morir en la misma acción? ¿Por qué lo hizo? Es difícil dar con una explicación que agote la naturaleza de las acciones terroristas. Es indecoroso dar con las razones que hicieron volar por los aires a ciudadanos inocentes que disfrutaban de las prerrogativas que el progreso occidental les procura.

Sin embargo, abordar el fenómeno es urgente. Hacer una requisa sobre el perfil psicológico del asesino a mansalva o del asesino de signo islámico podría dar respuesta —nunca satisfactoria— pero sí útil, a la hora en la que Occidente tenga que enfrentar definitivamente la figura del terrorista. En El perdedor radical (Anagrama, 2007) el poeta, narrador y polemista alemán, Hans Magnum Enzensberger, ensaya un argumento elegante y convincente y logra dar con las características de quien llama «perdedor radical», y perfila un cuadro psicológico del anodino, anónimo e imperceptible perdedor radical, hasta la tensión irresoluble —solo la muerte es— entre el odio al triunfador y el desprecio a sí mismo: ¡bum!

En este ensayo la tesis de Enzensberger no excluye al colectivo, al Estado o gobierno que se constituye como perdedor radical. El nacionalsocialismo alemán que hizo posible el nazismo y el terrorismo bolchevique que hizo posible las matanzas comunistas, son ejemplos de colectivos cuyo profundo odio nace de la constante humillación ante la constatación del propio fracaso, condición que excluye toda rectificación. «El perdedor radical desconoce cualquier solución de conflicto o compromiso que pueda involucrarlo en un tejido de intereses normales y desactivar así su energía destructiva. Cuantas menos perspectivas tiene su proyecto, tanto más fanáticamente se agarra a él». Esta es una característica indiscutible del terrorismo, sea individual o colectivo. Luego de que explote todo a su alrededor no habrá triunfo, «Su verdadero objetivo no es la victoria sino el exterminio, el hundimiento, el suicidio colectivo, el final terrible». Perder es la tarea.

Enzensberger retrata al perdedor radical que puede nacer en el seno del propio Occidente moderno. Un ser que acomplejado, aislado, inferior —no ha reconocido en sí mismo la causa de su inferioridad— pierde el sentido del valor de la vida propia contrariando todas las tesis de autoconservación, y tiene que enfrentarse a un dilema sin la capacidad para asimilarlo: «Tiene que ver conmigo» / «La culpa la tienen los demás». Para el intelectual alemán este dilema encuentra una salida «en la fusión de destrucción y autodestrucción, agresión y autoagresión. Por un lado, el perdedor experimenta un poderío excepcional en el momento del estallido; su acto le permite triunfar sobre los demás, aniquilándolos. Por otro, al acabar con su propia vida da cuenta de la cara opuesta de esa sensación de poderío, a saber, la sospecha de que su existencia pueda carecer de valor».

El perdedor radical de signo islámico tiene tras de sí un mundo detenido hace poco más de un milenio —sin desconocer las moderadas excepciones—. Un dato que señala la decadencia de otrora una cultura avasalladora es la casi nula producción editorial en otras lenguas que no sea la árabe desde hace 1200 años: las traducciones en el medio editorial español de un año cubren el milenio del mundo editorial árabe. Revisar las estadísticas de patentes del mundo árabe frente a Occidente puede ser un ejercicio que dé cuenta de la total dependencia del «humillado y ofendido» frente a su «agresor». Anota Enzensberger que «todo el Magreb y Oriente Próximo necesitan para la vida cotidiana, cada frigorífico, cada teléfono, cada enchufe, cada destornillador, sin hablar ya de los productos de alta tecnología, que representa una muda humillación para cualquier árabe que sea capaz de razonar.» Y es que en efecto el Corán dice «Sois la mejor comunidad humana que jamás haya existido» (3/111). Creencia en una superioridad desmentida por las acciones mediante las cuales pretenden hacerla notar: ¡bum!

El perdedor radical es un ensayo sobrio que no pasa por alto que el fenómeno terrorista será una compañía habitual en un mundo cuyo progreso se ha hecho fin en sí mismo y que por lo tanto despertará en los perdedores radicales —sea individuo o colectivo— «la misma desesperación por el fracaso propio, la misma búsqueda de chivos expiatorios, la misma pérdida de la realidad, el mismo machismo, el mismo sentimiento de superioridad con carácter compensatorio, la fusión de destrucción y autodestrucción, y el deseo compulsivo de convertirse, mediante la escalada de terror, en el amo de la vida ajena y de la muerte propia.»

De la misma manera en que un hombre entra a un café y explota en pedazos junto a inocentes, un gobierno puede tomar una nación y hacerla explotar por los aires. Los perdedores radicales no dejan de serlo aun cuando hayan ganado.

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