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Caballería Roja / Diario de 1920

La experiencia de leer: Caballería Roja / Diario de 1920

Aseguraba que no podía recordar una historia más allá de cinco minutos, y que por eso prefería escribir relatos. La brevedad en la obra del escritor ruso (nacido en Odessa en 1894) Isaak Bábel es la exigencia que se hace a sí mismo para dar cuenta de la condición humana en situaciones límites. Y la Revolución, la guerra, es límite. Porque el hombre tensa la voluntad hasta desdibujar el entorno y su propio espíritu.

En Caballería Roja / Diario de 1920 (DeBolsillo, 2008) Bábel da testimonio desde la ficción —como si la otra realidad desbordara la aprehensión, una ficción testimonial— de las crudezas del campo de batalla como miembro de un grupo de cosacos durante la guerra contra Polonia en los comienzos de la revolución rusa hacia 1920. En el frente, Bábel vive de primera mano lo que significa la muerte del adversario, el instante en el que un hombre arrebata la vida a otro, la brutalidad y el salvajismo que fundan la cotidianidad de un escuadrón que va arrasando tierras ajenas y todo lo que encuentre a su paso. Un Bábel entusiasmado y horrorizado.

Bábel fue un escritor nato, de una capacidad y sensibilidad singular desde las cuales logró traducir la contradicción de su propia existencia en condiciones infrahumanas, hasta convertirlas en literatura. La imposibilidad lo signó. La Revolución de Octubre no iba a conjugar el judaísmo con la madre Rusia, iba a conciliar a balazos a la humanidad. Los treinta y seis relatos que conforman Caballería Roja son ejemplos de maestría ejecutoria de la construcción cuentística: descripciones efectivas, diálogos lacerantes, personajes dibujados con la precisión de quien ha experimentado y compartido sus encrucijadas emocionales, sus dilemas morales, un desarrollo de la trama contenido en una sola situación que late párrafo a párrafo irrigando —con un lenguaje exquisito— de estupefacción al lector, y el decoro para enmarcar en tres cuartillas las ruindades más abyectas junto a la poesía de la vida, en una atmósfera en la que sangre, dolor, locura y muerte, constituyen al hombre arrastrado por los impulsos revolucionarios. En la brevedad del instante Bábel compone la sinfonía de las espadas y las balas que destripan a la humanidad. No hay épica ni heroísmo, solo el ánimo por aniquilar.

En Bábel se encuentran la sensibilidad del creador y el impulso por participar en los acontecimientos históricos. Este joven judío, enfermizo, que llevaba gafas, tuvo que ganarse la confianza del batallón de cosacos que dirigía el general Budiónny, esconder sus orígenes, hacerse cruel como el mismo significado del seudónimo que utilizaría: Liutov. Sensibilidad y brutalidad. Cada relato es el intento por armonizar las antípodas, lirismo y patetismo. Bábel había solicitado personalmente ser parte del Primer Ejército de Caballería como corresponsal del periódico El jinete rojo. Montado a caballo iba tomando notas (el Diario de 1920 que completa esta edición) en las que esbozaba los futuros relatos que comenzaría a escribir en 1922 y terminaría publicando entre 1923 y 1924. Relatos que pueden ser leídos como una novela fragmentada, como un cuerpo agujereado por las balas de la locura belicista que tomó por asalto a la Rusia de principios del siglo pasado y parece no soltarla todavía.

Isaak Bábel entraría en un profundo silencio. Aquel hombre frágil que no recordaba una historia más allá de cinco minutos, instruido, culto, de espíritu noble, que llevaba gafas, y era un «hijito de mamá» —como le dirían varios cosacos— fue testigo y cómplice de las masacres, no sin sufrir la angustia de quien se sabía distinto, «no soy de los suyos» anotaría en alguna página del Diario de 1920, demasiado humano Bábel. Quería que el destino le «enseñara el más simple de los saberes: saber matar a un hombre», pero no cargaba su pistola de balas.

El odio enquistado embrutece y envilece. El silencio se haría irremediable una tarde de 1939 cuando las fuerzas de la NKVD, la antigua Cheka, tocaron a la puerta de su dacha para ir a buscarlo, detenerlo por «actividades terroristas antisoviéticas», y al año siguiente, en 1940, sería fusilado. Como dice un personaje en «Guedali», uno de los relatos más poderosos de Caballería Roja: «Te voy a pegar un tiro, Guedali, y entonces sabrás lo que es bueno. Yo no puedo no pegar tiros, porque soy la revolución…».

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