En Consolación de la filosofía, Boecio sostiene que “la eternidad es la posesión total (simultánea) y perfecta de una vida interminable”.
Boecio presenta a la eternidad en términos humanos o animistas. La considera en relación con la duración de la vida.
Pero, ¿qué pasaría si pensamos a la eternidad más allá del hombre? Reflexionemos sobre la eternidad por fuera del valor humano o vital. Los griegos, por ejemplo, no la entendían en términos antropológicos. Para ellos, la eternidad era una realidad indiferente, una masa absoluta y compacta hecha de existencia, indiferente a la mirada humana. La eternidad no es indiferente a algo en particular, es indiferente a todo, incluso a ella misma. Los griegos nos ayudan, hoy, a ver la eternidad despegada del deseo de inmortalidad. Para nosotros, la eternidad es una nada simultánea y continua. No nos asecha, no nos mira. Es indiferente y autónoma.
Dejemos de pensar en ella. Hagamos lo que decía Epicuro a propósito de los dioses. La eternidad no nos compete.