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Francisco Martínez Pocaterra

La estupidez de la antipolítica

Las naciones no son empresas,
por eso los líderes no deben ser empresarios,
sino políticos… verdaderos políticos
.

Nos hemos idiotizado. Si Su Santidad Francisco no apoya los puntos de vista personales y predica para que seamos menos materialistas, se debe entonces a su filiación con en el credo comunista. Si Trump perdió, como en efecto ocurrió, se debió a un fraude masivo y no a que más de 80 millones de estadounidenses votaron por Biden. Si unos no apoyan las ideas de otros, son estos unos traidores, militantes de la causa contraria… Así no vamos a resolver los problemas. No.

La polarización nos impide ver que no es este, el gobierno venezolano, un régimen comunista, sino uno populista y demagogo, uno corrupto. Nos impide ver que el comunismo ya murió, aun antes de su sepelio en diciembre de 1991. Nos impide ver, además, que ser solidarios, que idear un mundo más inclusivo, donde no todo sea una carrera por el primer lugar, no implica la prédica de un ideario muerto.

Esta pandemia terrible nos ha enseñado que no podemos abandonar a los que por alguna razón no llegaron al podio, a los que no conquistaron cuando menos el bronce en una carrera que al final de cuentas, termina en el cementerio, un lugar donde el dinero y la fama son inútiles. Nos ha mostrado que existen millones de personas depauperadas por malos gobiernos y dictadores atroces, y que, enfermos, no pueden pagar por una asistencia médica decente, como si su pobreza y su desventura les condenase a ser olvidados, desdeñados, despreciados… parias.

No todo es dinero, no todo es la economía, estúpido, para invertir una frase que, por esa frivolidad de hoy, fue descontextualizada. La gente no es una masa a la que puede tratársele como tuercas reemplazables de una maquinaria similar a esa que tan jocosamente – y tan sarcásticamente – planteó Charles Chaplin en su película «Tiempos Modernos». No todo es economía y eficiencia productiva… ¿Dónde quedan los seres humanos?

No soy izquierdista ni progre. De hecho, creo que esa polaridad izquierda y derecha ya resulta anacrónica y un sinsentido. Creo en el libre mercado, en un orden liberal y, por ello, en la libertad de las personas, y claro, en la responsabilidad que implica el libre albedrío. Creo igualmente que, por razones diversas, aquí y allá existen seres humanos a los que la fortuna les ha dado la espalda y que, justamente por ello, no podemos olvidarlos.

Tampoco soy naíf. Sé que la pobreza no se resuelve con frases bonitas o slogans pegajosos. Que las brechas entre unos y otros se resuelven con ideas, no con ideologías, con planteamientos viables y no doctrinas.

La política es, quizás, uno de los oficios más complejos. Requiere muchas destrezas que, infortunadamente, la mayoría de los líderes de hoy no tienen. El diálogo es, sin dudas, una de ellas, y para que un diálogo realmente sea provechoso, los interlocutores deben escucharse… deben escucharse realmente. Hacer de este mundo un lugar mejor, como deseamos tantos, exige de cada uno de nosotros más que la brillantez intelectual de unos pocos, aprender a escuchar al prójimo, para que el diálogo no sea un choque de egos, sino una verdadera búsqueda de soluciones.

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