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Luis Dapelo

La estrategia de la barbarie

Los recientes atentados producidos en Beirut y en París son el resultado de la estrategia de la barbarie puesta en marcha por el grupo terrorista islamofascista Isis o Daesh, apoyado y financiado por varios países occidentales entre los cuales se encuentra Estados Unidos, Francia, Inglaterra y también por países del Medio Oriente como Israel, las satrapías fundamentalistas representadas por Arabia Saudita, los Emiratos y Qatar.

Estos hechos, gravísimos por haber dejado un saldo de numerosas víctimas civiles, y por la carga simbólica y el mensaje retrógrado, tienen también un gran impacto por lo que concierne la reacción de los gobiernos, que se traduce en medidas para contrarrestar un fenómeno que ya está fuera de control, convirtiéndose también en una amenaza constante a la seguridad interior de los países que el terrorismo islamofascista ha elegido como blancos.

Las represalias nunca fueron un antídoto o una solución a hechos de violencia como éstos porque sólo sirven para empeorar y radicalizar aún más la situación, en desmedro de las libertades individuales y del normal desarrollo de las relaciones sociales. Prueba de ello, es el paquete de medidas anunciado frente al Parlamento por el Presidente francés François Hollande, entre las cuales se cuenta la prórroga del Estado de Emergencia por tres meses, el refuerzo del aparato represivo del Estado, la supresión de la nacionalidad francesa a aquellos binacionales sospechados de “terrorismo”.

Pareciera que el proyecto neoliberal necesitara de medidas restrictivas de las libertades individuales, que bien pueden caer en la “barbarie jurídica” en el caso de privar de la nacionalidad a los presuntos terroristas, medida ésta muy utilizada en el pasado por las dictaduras para deslegitimar a los opositores políticos. La anomalía del “estado de excepción” con el que gobernará la socialdemocracia neoliberal francesa es, asimismo, una medida peligrosa y ambigua por los efectos directos que puede generar y que muy bien puede sentirse  legitimada para llevar a cabo, sin problemas, las “reformas” que en un contexto de normalidad “democrática” son difíciles de realizar.

Copiar y traducir una suerte de “Patriot Act” y adaptarlo a la realidad francesa es ineficaz porque no va a acabar con el terrorismo así como tampoco lo van a erradicar los bombardeos a la población civil siria con el pretexto de golpear a los islamofascistas del Isis. Tampoco es creíble el hecho de anunciar y bombardear a los terroristas islamofascistas a los que se apoya logística, financiera y militarmente con una red de complicidades y connivencias a todo nivel y que está probado por la prensa independiente casi con cadencia cotidiana, puesto que los objetivos son totalmente diferentes y las consecuencias nefastas: desestabilización del área en el contexto geopolítico de reposicionamiento del control político y económico, así como de la violación de la soberanía. Prueba de ello, es el bombardeo de represalia de la ciudad de Al-Raqqa en la que ha generado muertos entre la población civil y, según fuentes periodísticas italianas independientes, no existía allí ninguna base del Isis, a pesar de que la prensa oficial y la propaganda declaren lo contrario. El fenómeno terrorista es más profundo y complejo y no se le derrota con una serie de medidas represivas y liberticidas.

El objetivo muchas veces anunciado por numerosos gobiernos europeos y en particular por el francés de acabar con el régimen de Bashar al Assad es un guión que se está trágicamente repitiendo. Cabe preguntarse cómo estos países que se jactan de ser “exportadores de la democracia” garantizaron, con su cómplice tolerancia y su indiferente connivencia, la supervivencia de regímenes como el de Assad, el de Saddam Hussein y el de Kadafy. En el pasado fungían como “medios de contención” del islamofascismo, puesto que se presentaban como regímenes “laicos”, constituyendo asimismo “mercados seguros” para el ingente comercio de las armas, de las mercancías y de los capitales. Cabe recordar la insensata guerra Irán-Irak sostenida por el “Occidente democrático”, una guerra que causó cerca de un millón de muertos en ambos bandos y que no logró acabar con el Irán fundamentalista de los Ayatollás. Luego, el reposicionamiento de Kadafy ante el “Occidente” le permitió su supervivencia y la inyección de capitales en empresas transnacionales como la Fiat, por ejemplo. Para esto no habían “rémoras”, no habían preocupaciones “democráticas”, había un hipócrita “laissez faire”, una cómplice tolerancia. Cuando “Occidente” decidió que no servían más como piezas en el tablero de ajedrez de su geopolítica imperialista, sacaron a relucir los discursos relativos a los derechos humanos y la democracia. Decidieron, entonces, derrocar a Hussein, acusándolo falsamente de poseer armas químicas, ocupando y fragmentando Irak e instalando un gobierno adicto que no ha logrado tener ninguna autoridad ni control del país. Luego vino el turno de Kadafy y la modalidad y las consecuencias similares. Resultado: Libia es un país en el cual el Estado está casi disuelto y en manos de facciones en lucha por el poder. Un poco más lejos del Medio Oriente, es decir, en Afganistán, la ocupación de la coalición de la Otan no logró, a pesar de haber colocado a un gobierno fantoche y corrupto luego de haber celebrado elecciones, erradicar el terrorismo islamofascista de sus antiguos aliados, denominados al principio los “Freedom Fighters” cuando no había terminado oficialmente la Guerra Fría y el enemigo era el comunismo.

El discurso de justificación ideológica de la guerra imperialista en la era neoliberal fue elaborado por los neocons en Estados Unidos y se extendió con inquietante velocidad en el mundo occidental que la asumió como principio de política exterior. No existiendo más el “enemigo” histórico que ocupó la obsesión de los regímenes occidentales, es decir, el comunismo, los neocons tuvieron que reproducir el esquema inventando una nueva nomenklatura y un nuevo concepto: la “guerra de civilización”, en el que el único enemigo visible es el Islam. La traducción del discurso neocon prendió también en Francia convocando a algunos intelectuales tránsfugas del izquierdismo del ’68 que prefirieron adherir al nuevo dispositivo ideológico y estar así acordes con el “espíritu del tiempo”. Los neocons a la francesa se descubrieron incendiarios con su nuevo disfraz reaccionario y eligieron como blanco de su propaganda lo religioso, en este caso, el Islam, generando y alimentando la “islamofobia” como pretexto para enmascarar su racismo y su voluntad de discriminación. Perdieron el sentido de la realidad al negarla, es decir, refutando el hecho de que Francia es una sociedad mestiza y multicultural, atizando el odio y reivindicando inaceptables linajes de “pureza” para determinar quién es más francés. Es el caso de Eric Zemmour y de Alain Finkielkraut que se apoyan en el “identitarismo” y en los “franceses de pura cepa” para incendiar la pradera ya incendiada, dejando de lado cuestiones realmente urgentes y sosteniendo mitologías racistas y discriminatorias en un país fracturado por los efectos del neoliberalismo. El discurso de los intelectuales neocons franceses, hegemónico y mediatizado hasta la saciedad, es orgánico al poder y su traducción la vemos en casi todo el arco político desde la derecha neoliberal sarkozysta hasta el fascismo lepenista pasando por algunos socialdemócratas neoliberales.

Con los eventos acaecidos hace algunos días, hemos ingresado en una fase preocupante, de “estado de excepción” de la cual hay quienes desean ansiosos sacar partido y en la que debemos ser más vigilantes que nunca para defender nuestras libertades y nuestros derechos que están siendo precarizados por la estrategia neoliberal. Es un imperativo defendernos de la barbarie que aparece con el disfraz “democrático” y de la barbarie que aparece con su brutalidad retrógrada. Ambas son letales, ambas destruyen. Nuestra conciencia y nuestra ciudadanía debe impedir que nos sorprendan indefensos porque están en juego muchas cosas, muchas conquistas, muchas luchas. Que los hechos no nos impidan pensar, reflexionar, oponernos, desobedecer, no validar al verdugo venga de dónde venga. Está en juego nuestro futuro como humanidad.

Luis Dapelo, París, 17 de noviembre 2015.

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