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La Esclavitud del Mártir

Ésa misma semana la habían sorprendido dos sucesos: el primero ocurrió cuando decidió asumir su postura liberal; probar que no debía clasificarse a sí misma de promiscua si optaba por acostarse con quien le apeteciera. Pero, en búsqueda de recrear el fresquito que suavemente golpearía la piel si pudiese caminar desnuda por las calles y no ser juzgada, atentó contra la moralidad y tuvo cuatro encuentros sexuales con distintos hombres en un fin de semana. En la interinidad de su puesto de libertaria había alcanzado un orgasmo, le había producido calambres en ambos pies, sin embargo no blanqueó su mente: en el proceso, incansablemente, calculaba que, al alcanzar el orgasmo, despacharía al causante sin excusarse.

Luego fue el evento del reloj, su mente solventaba cómo mandar a su jefe al carajo, cuando notó que había bañado aquél instrumento ilegible en la ducha por error. Recordó cuando el sólo peso del tiempo le parecía insoportable, pero ahora llevaba con asombro ambas esposas sin notarlo: sus propios cánones y su reloj, el del estatus y la pertenencia. Se preguntó: ¿qué significa mi libertad?

Dice la definición que la libertad es (la)calidad o (el)estado de ser libre”, (la) ausencia de necesidad, coerción, o restricción en tomar una decisión o acción”. Reflexionó entonces que, según la definición del término, los tabúes o cánones sociales serían la restricción de cualquier sociedad pensante, aún las gobernadas por demócratas, ¡si existe en práctica tal cosa! -juzgó-. La palabra tabú viene del polinesio “tabú”, y la Real Academia Española lo define como “condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar”, mientras que para los polinesios se define como “prohibición de comer o tocar algún objeto, impuesto a sus adeptos por algunas regiones de la Polinesia”.

Si la educación de una madre o padre fuese juzgada por los organismos que velan el cumplimiento de los derechos humanos y la libre expresión, muchos padres estarían presos; o, visto de peor manera, serían los gobiernos impuestos al nacer sin posibilidad legal de desprenderse del nexo que nos une a padres e hijos. Para bien o para mal, y nótese que la idea del bien y el mal puede variar de persona a persona, la libertad escrita fuera del diccionario, es un concepto abstracto que padres y dictadores pueden violar cuando asumen el poder.

Los libros y las definiciones escritas serían sólo eso, impresos. Si ella quería renunciarle a su jefe, sin importar el contrato que mantienen, ya lo hubiese hecho sin pensarlo, puesto que es la acción, y no el pensamiento o la letra, la que nos hace libres. Su libertad era tomar una decisión, así lo denunciaba el diccionario. Al hacerlo, se liberaba de todo acuerdo.

No, ella quería ser sentenciada por el tiempo, pertenecer al sistema del otro, y para eso debía cumplir con las normativas, o no rescatar el reloj del accidente de la ducha. Extrañamente, asumir la razón de su sumisión la liberaba; François Fénelon decía “el más libre de todos los hombres es el que puede ser libre dentro de la esclavitud”, por lo que la desnudez pública no le hubiese concedido su libertad: mostrarse desnuda y “digna” no era la violación de un contrato injusto, tampoco era ser valiente como los héroes, era, por el contrario, demostrar una postura, pero no su libertad.

Más gracioso le era pensar que dos definiciones tan contradictorias podrían ser fonéticamente tan parecidas, cuando su propia interpretación las desfiguraba. Por una parte el canon, “regla o precepto, generalmente fijados por la costumbre o los usos sociales”, y por otra, la canonización, definida como el acto mediante el cual la iglesia católica declara como santo a una persona fallecida. Lo interesante es que las primeras personas en ser llamadas santos -según la información que se tiene- fueron los mártires a los que, después de su muerte, se les comprobó su Fe en Cristo. Al leer éstas definiciones, ella recuerda la historia: hubo épocas donde ser creyente en Cristo iba contra lo que hubiesen sido cánones sociales del contexto. Y se dijo: la Fe también es una decisión, por tanto un acto de libertad. Después de ser mártires durante nuestras vidas -no responder a nuestros deseos, regirnos por la normativa y dejar a otros decidir por nosotros- tendríamos que esperar a la muerte (¿y qué es la muerte sino la “no acción”?) para ser llamados santos. Desde aquélla reflexión ella prefiere una única condena, la de Jean Paul Sartre: “El hombre está condenado a ser libre, porque una vez que está en el mundo, es responsable de todo lo que hace”.

La libertad finalmente se produjo cuando el poder de aquél autócrata que la obsesionaba, que gobernaba su ansiedad y la sumía en un raspón del alma, se esfumó junto a su régimen disciplinario, su conducta intachable, su tosco pragmatismo que le produjo una carga estigmática en la columna vertebral. Con él, había equilibrado sus pasiones; la había plantado en la tierra, ya sin deseos de despegar. Fue cuando ocurrieron las risas, brotó la ternura, se dejó poblar de palabras bonitas. Así, sin juzgarse, se había dejado consentir y acariciar, que le dieran algún título, de novia o profesional, entendiendo que ser inclasificable implicaba aceptar que uno también se libera del ser rebelde. Entonces se enamoró, y eso, aún más, la hizo libre.

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